Medio Oriente - Asia - Africa
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Viajes por Palestina: Historia del Horror
Primera Parte
Kathleen and Bill Christison
CounterPunch
Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
Cuando se viaja a través de Cisjordania, toda una serie de situaciones se
suceden velozmente: el muro de separación que envuelve Anata; el verdeante
manantial natural en el asentamiento israelí de Anatot - el manantial, que
discurre por montañas y wadis (1), rodeándolo, que ha dado notoriedad al
asentamiento y que fue robado a los palestinos por Israel y sus colonos; el muro
invadiendo el pequeño y heroico pueblo de Bil'in; montones de basura y deshechos
israelíes que amenazan Wadi Fuqin y otros pueblos palestinos donde quiera que
haya un asentamiento en construcción o ampliación; las construcciones israelíes
por doquier, por doquier, dividiendo la tierra, arrasando la tierra,
construyendo para los israelíes, destruyendo todo lo que es palestino; la
devastación ecológica por toda Cisjordania.
No se puede viajar por Cisjordania más de un día o dos sin ver todo esto, sin
saber lo que significa, sin conocer cómo Israel va cometiendo una especie de
lento etnocidio -que quizá a largo plazo acabe convirtiéndose en genocidio-
contra el pueblo palestino. No puedes ver la gravedad de la situación sin
preguntarte cómo puede llegar a ser diferente algún día.
El pueblo de Anata es tan buen lugar como cualquier otro para partir. Está
situado justo fuera de los límites de la ciudad de Jerusalén (en efecto, en una
de las muchas extrañas anomalías de la ocupación, parte de la ciudad está dentro
de los límites municipales pero la mayor parte está fuera de ellos), la tierra
de Anata en alguna época abarcó varios miles de dunams (2), incluyendo un
manantial natural donde los habitantes del pueblo recogían en otra época fresca
agua potable, alguna granja donde crecían cosechas de trigo, y decenas de millas
cuadradas de espectacular tierra desértica. La tierra "pertenece" ahora a cuatro
asentamientos israelíes que rodean la ciudad, incluyendo el asentamiento
diminuto de Anatot. Por supuesto, todo arrebatado sin pedir permiso.
Emprendimos la marcha en busca del manantial, un escondido lugar conocido sólo
por las gentes de la localidad. Después de subir a lo alto de una colina para
conseguir tener una perspectiva de Anata y sus alrededores -el colindante campo
de refugiados palestinos de Shu'afat, el inmenso asentamiento israelí de Pisgar
Ze'ev que se asienta en parte de la tierra de Anata, y el enorme muro de
hormigón que serpentea con rapidez dentro y fuera de estas zonas-, descendimos
de la colina, cruzando una zona que en el pasado acogió campos de trigo, ahora
en barbecho, y nos aproximamos al puesto de guardia en la entrada de Anatot. El
guardia israelí, vestido con ropa civil pero armado con un rifle, no parece
extrañado cuando nuestro amigo palestino Ahmad le dice que está llevando a unos
"turistas" hasta el manantial. Ahmad habla hebreo e inglés tan bien como el
árabe y, debido a que su mujer es una palestina israelí de Haifa, su coche
deportivo lleva matrícula amarilla, el color de las matrículas israelíes. Esas
placas amarillas le permiten un acceso que se niega a la mayoría de los
palestinos.
Significan que no es reconocible como palestino hasta que llega a un punto de
control y le permiten conducir por las carreteras israelíes en Cisjordania que
son exclusivas para colonos.
Se nos permitió entrar conduciendo. Unas cuantas vueltas y revueltas y llegamos
hasta una cabina provisional de control en la parte alta de una carretera
tortuosa que se lanza precipitándose hacia el wadi y el manantial que hay abajo.
El escenario frente a nosotros aparece conformado por las sorprendentemente
bellas montañas del desierto de Judea, que, disfrazadas de suaves sombras
azules, van difuminándose en la neblina lejana. La cabina de peaje está
controlada por una joven colona, que va también armada. La tarifa por visitar el
manantial es de 17 shekels (3) por persona, unos 3,75 dólares USA. Antes de la
ocupación, antes del asentamiento, no había tarifas, esta era una tierra libre y
las vivificantes aguas del manantial se ofrecían generosas a cualquiera.
Ahmad negocia con la joven israelí. Le dice que no quiere pagar por llegar hasta
el manantial, le da un billete de 50 shekels y le pide que se lo devuelva si
regresamos en quince minutos. Se expresa amablemente, es encantador, y ella
acepta. Según avanzamos por las cerradas curvas de la muy estrecha carretera
encontramos una tubería que lleva el agua del manantial hasta el asentamiento.
Un poco más adelante, pasamos por delante de un pequeño grupo de casas de piedra
que cuelgan de la ladera de la montaña, por su estilo todas son obviamente
palestinas. "Están abandonadas, sus moradores se vieron obligados a marcharse",
dice Ahmad. Al fondo encontramos un oasis en el desierto, un lugar muy verde con
varios árboles altos y una pequeña cascada que alimenta varios estanques
naturales y un arroyo. Esto es Ain Fara, que conduce más allá, por el este,
hasta Wadi Qelt. Es un lugar donde, antes de que llegaran los israelíes, el
pueblo de Anata y de otros pueblos cercanos solían venir para recoger agua y
donde Ahmad acostumbraba a ir de excursión cuando era adolescente. Ahora es de
Israel, y allí van los israelíes a nadar y a celebrar comidas campestres y a
llevarse el agua las tuberías de un asentamiento.
Diez minutos después, tras recuperar sus 50 shekels en la cabina de control,
Ahmad da su punto de vista sobre lo que está sucediendo. Es como un microcosmos
de lo que está sucediendo por toda Cisjordania. Primero, nos cuenta, ocupan la
tierra apropiándosela para el asentamiento; entonces, cogen el agua; después
echan fuera a los palestinos que viven allí en la ladera de la montaña; y
después empiezan a cobrar una tarifa por visitar el lugar. Las gentes de Anata
que en otro tiempo trabajaron parte de esta tierra no pueden ya acceder a sus
campos; los que en otro tiempo venían aquí a coger agua no pueden hacerlo ya.
Durante años se ha ido expulsando a la gente de Anata. Y ahora Israel no se
conforma sólo con prohibirles la entrada a su tierra sino que, con el muro, los
está encerrando dentro del área municipal de la ciudad, emparedándoles en un
guetto. "Desplazándoles, desplazándoles, desplazándoles", salmodia Ahmad,
repitiendo con monotonía el proceso de limpieza étnica que representa la
absorción de Cisjordania por Israel.
Otro microcosmos Bil'in es un pueblecito heroico, de tan sólo 1.800 valientes,
un pueblo rural agrícola del que pocos hubieran oído hablar si no hubiera sido
por el muro de Israel. Está situado en una zona montañosa del interior de
Cisjordania, a nueve millas al oeste de Ramala, a tan sólo diez millas en línea
recta al este del Aeropuerto Internacional israelí Ben Gurion y, literalmente, a
la sombra del asentamiento masivo israelí de Modi'in Illit, que alberga ahora a
35.000 personas y sobre el que hay planes para que en 2020 llegue a acoger a
150.000, Bil'in está luchando una difícil batalla contra la invasión israelí.
Debido a su inoportuna cercanía con Modi'in Illit, Bil'in ha perdido, a causa
del muro, las tres cuartas partes de su terreno agrícola. Israel declara que el
muro proporcionará seguridad al asentamiento, pero está claro que Bil'in está
siendo cercada y su tierra arrebatada para darle más espacio a Modi'in Illit
para que se extienda. De los 4.200 dunams originales de Bil'in (algo más de
1.000 acres), 3.000 han sido confiscados y, debido a la prohibición de utilizar
la tierra en los 500 metros cercanos al muro, la otra mitad de lo que aún
retiene el pueblo no podrá aprovecharse.
Nos sentamos a la sombra de un granado y de otros árboles frutales en el patio
delantero de la casa del alcalde, bebiendo té y hablando sobre Bil'in.
Esta es su "oficina"; el pueblecito no tiene asignada ninguna oficina municipal.
Acalorado y sudoroso, acaba de subir la colina, viene de ayudar a construir una
nueva escuela para el pueblo. Su hijo menor y algunos de sus nietos están
llegando a casa del colegio, vistiendo aún el uniforme escolar.
Ahora hay un único colegio, tanto para niños como para niñas; las niñas irán al
nuevo edificio. El alcalde habla de todo lo que Bil'in ha perdido: cientos de
olivos arrasados o abatidos y trasladados por Israel; otros tantos son ahora
inaccesibles porque están en la parte del muro que queda del lado de Israel (el
alcalde utilizaba sus olivos para su propio consumo y para vender aceitunas y
aceite, pero ahora no posee nada más que su casa y no tiene medios para salir
adelante); el ganado y las ovejas no tienen tierra donde pastar y, lo que es
quizá más importante, no hay más espacio para que un pueblo en crecimiento se
expanda.
El alcalde tiene nueve hijos y muchos nietos, y se pregunta cómo será el futuro
para la próxima generación cuando el pueblo reviente por sus bordes sin sitio
para crecer. "Queremos un futuro para los niños", dice, obviamente
desesperanzado. "Somos un pueblo que queremos un futuro para vivir en paz.
No queremos guerra ni sangre ni muertes". Cree que son los israelíes quienes
quieren matar. "Todo el mundo dice que los palestinos son terroristas,
criminales, que matan a los judíos. Pero", protesta, "estamos tan solo sentados
en nuestras casas, en nuestro pueblo y ellos vienen y nos atacan".
Desde que en febrero Israel empezó a construir el muro, Bil'in y quienes le
apoyan entre activistas palestinos, grupos pacifistas israelíes y el Movimiento
Internacional de Solidaridad, han organizado al menos una protesta semanal y en
algunas ocasiones con mayor frecuencia, siempre no violentas, pero topándose con
la violencia cada vez mayor de la policía y las fuerzas militares israelíes. Los
niños palestinos han empezado a tirar cada vez más piedras a los soldados
israelíes, pero es sólo en respuesta a sus disparos.
Cada viernes de septiembre ha visto un incremento en la dureza de las medidas
israelíes -balas recubiertas de goma, balas hechas de alguna sustancia compacta
como sal o arena que se adhieren a la piel, gases lacrimógenos, arrestos,
palizas, un toque de queda total sobre el pueblo, cierre total de la carretera
que lleva al pueblo- y cada viernes las protestas contra el muro han dado
asimismo un paso adelante. Cuando el primer viernes una demostración masiva de
fuerza militar israelí detuvo a un grupo pequeño de manifestantes, los
organizadores reunieron a varios centenares de personas para la manifestación de
la semana siguiente. Cuando el segundo viernes se cerró absolutamente la
carretera, unos 200 manifestantes mayoritariamente israelíes caminaron campo a
través por un terreno rocoso montañoso, eludiendo a los soldados y serpenteando
hacia el pueblo desde otra dirección, uniéndoseles activistas internacionales y
los palestinos que ya estaban allí. Cuando parecía inminente la confrontación
directa con los soldados, las fuerzas por la paz utilizaron la música. En los
días que precedieron a la protesta del tercer viernes, los organizadores
llevaron un piano hasta Bil'in, colocándolo en el lugar donde los bulldozer
trabajan en el muro, y un pianista holandés, un superviviente del Holocausto que
vivió en Israel cuando tenía veinte años pero que se fue cuando sintió que el
país se estaba volviendo demasiado nacionalista y militarista, dio un concierto
el viernes a mediodía. Otras personas tocaron también el piano y unas guitarras.
Como el segundo viernes fracasamos al intentar entrar en el pueblo, lo
intentamos a la siguiente semana. En esta ocasión los israelíes estaban
permitiendo que entrara alguna gente, fundamentalmente palestinos y quienes
tuvieran pase de prensa. Fuimos con un periodista japonés, esperando poder
entrar con su pase. No hubo suerte. Nuestro amigo Ahmad nos bajó por el punto de
control que había en las afueras de la ciudad y llevó al periodista hasta su
interior. No hubo argumento capaz de convencer al joven soldado israelí que en
el punto de control mandaba a los ocho soldados y a la policía. Es una "zona
militar cerrada", dice, "y no pueden entrar porque hay allí una manifestación de
protesta". Ahmad, que había vuelto un instante para hacernos compañía, le dice
que queremos tan solo observar, no tomar parte en la protesta -una leve mentira-
pero no consigue nada. Bill se enfada, y le dice al soldado que algún día la
ayuda estadounidense para esta mierda israelí se va a terminar y le recuerda que
pagamos su salario, pero no consigue nada tampoco. El soldado es un muchacho
pero ha aprendido a sentir poder ante la impotencia: se encoge de hombros y nos
dice que sólo está siguiendo órdenes y que ni siquiera conoce a la persona que
las dio. Es la vieja historia.
Nos mantenemos de pie bajo el sol durante dos horas, observando cómo los
israelíes paran a todo coche que pasa, haciéndole retroceder pero permitiendo
que pasen algunos tras un tiempo de negociación. Nos hacen compañía durante un
rato un grupo de cinco mujeres israelíes de una organización llamada Machsom
Watch (Punto de Control), que no tienen pases de prensa pero a las que se
permite entrar tras una hora de espera. Durante un tiempo muy largo, somos
observados por un lagarto diminuto de no más de dos pulgadas de largo, que se
solaza y nos mira con curiosidad desde una roca cercana. Después de casi dos
horas, parece repentinamente excitado. Los soldados israelíes empiezan a gritar
y a correr alrededor y cuando miramos hacia arriba vemos a un grupo de unos doce
niños palestinos en una ladera arrojando piedras a los israelíes. Están lo
suficientemente lejos como para poder acertar los objetivos, pero un par de
ellas rebotan en la parte alta de un pequeño vehículo israelí o aterrizan en el
campo cercano. Los israelíes, que han estado holgazaneando por los alrededores,
se ponen los cascos y cogen sus rifles. Uno apunta hacia los niños que están
arriba pero no dispara. Se amontonan en el vehículo como pueden y el resto
camina al otro lado del jeep cuando éste empieza lentamente a bajar por la
carretera de la montaña hasta la próxima curva, fuera del campo de visión de los
lanzadores de piedras.
Es divertido observarlos retirándose, aunque sólo momentáneamente. Un minuto
después, Ahmad regresa con el periodista japonés, que ha conseguido su crónica y
tiene que volver a Jerusalén para editarla. Nos damos cuenta que, con los
soldados situados ahora colina abajo, no hay puesto de control entre nosotros y
Bil'in y que podríamos intentar llegar allí, pero no lo hacemos.
Ya es suficiente, que es exactamente lo que los israelíes quieren.
Anteriormente, en nuestro encuentro con el alcalde, nos urgió a que informáramos
al mundo sobre lo que está soportando Bil'in. "Me ayudará que escribas algo
bueno sobre Bil'in y sobre lo que estamos sufriendo a causa de los judíos",
suplica. Bil'in está siendo comprimido, perdiendo sus medios de subsistencia,
perdiendo su futuro. "¿Dónde está el futuro de este niño?", pregunta señalando a
su hijo menor, un niño de unos once años. No tenemos respuesta. Las protestas
son estimulantes: un símbolo poderoso con palestinos ayudando a otros
palestinos, con israelíes ayudando a palestinos; con internacionalistas ayudando
a palestinos. Pero los principales medios de comunicación internacionales
ignoran las protestas, ignoran la terrible situación de Bil'in y de otros
Bil'ins por toda Palestina (el periodista japonés nos cuenta que ha visto a
varios periodistas estadounidenses en las protestas pero ninguno pertenece a los
grandes periódicos como el New York Times o el Washington Post, ninguno de la
CNN y ninguno de otras emisoras de televisión). Y los bulldozer continúan
haciendo su trabajo.
La vergüenza de Israel Y ese es el punto en el que nos encontramos. Los
bulldozer continúan trabajando para que Israel siga intentando destruir el
futuro del hijo de once años del alcalde, para destrozar el futuro de Palestina.
Israel quiere aplastar a Bil'in hasta que expire, sin ninguna posibilidad
agrícola, sin un lugar donde su ganado paste, sin un lugar donde sus gentes
crezcan. Todo ello para que Israel pueda habilitar más espacio para que los
judíos israelíes se extiendan por el territorio. En cualquier lugar del mundo,
esta acción es conocida por su nombre: racismo, desposeimiento, limpieza étnica.
El corresponsal de Ha'aretz Gideon Levy dijo abiertamente hace poco: este
pogromo contra los palestinos es la vergüenza de Israel. Levy estaba escribiendo
sobre Hebrón, donde 450 mal intencionados colonos, apoyados por centenares de
soldados israelíes y todo el poder del Estado israelí, hostigan e intimidan,
atacan físicamente, arrojan inmundicias y roban a 150.000 palestinos, y lo mismo
se puede aplicar a las acciones de Israel por toda Cisjordania. Hebrón es lo
peor pero no significa que sea el único horror en el largo catálogo de horrores
de Israel. Cada día que el pogromo en Hebrón sigue adelante, escribió Levy, "es
otro día de vergüenza para el Estado de Israel" - un día en el que "Israel no
puede considerarse como un Estado regido por la ley o la democracia".
Pero los robos son robos, los pogromos son pogromos y si los pogromos en Anata y
Bil'in son "mejores" que las atrocidades que tienen lugar en Hebrón, tan sólo es
de forma marginal.
Notas de la traducción: (1) Wadi (uadi) es un vocablo de origen árabe utilizado
para denominar los lechos (cauces) secos, estacionales, de ríos en regiones
cálidas y áridas o desérticas como el Magreb y Asia Menor. Estos cauces son
canales de desagüe, pueden tener hasta más de 100 m de anchura; sólo transportan
agua durante breves temporadas lluviosas (de horas, días o a lo sumo semanas de
duración) que pueden ser semianuales, anuales o aún más esporádicas e
impredecibles, tanto en la época del año en que ocurren como en la cantidad de
lluvia.
(2) 1 dunam = 1000 m2 (3) shekel = moneda oficial de Israel Kathleen Christison
era anteriormente analista política de la CIA y ha trabajado durante 30 años en
temas de Oriente Medio. Es autora de "Perceptions of Palestine" y "The Wound of
Dispossession". Se puede contactar con ella en: christison@counterpunch.org
Bill Christison es un antiguo oficial de la CIA. Trabajó como oficial nacional
de inteligencia y como director de la oficina de la CIA de Análisis Regional y
Político. Ha contribuido en "Imperial Crusades", un libro de CounterPunch sobre
las guerras de Iraq y Afganistán. Se le puede contactar en christison@counterpunch.org
Texto original en inglés: www.counterpunch.org/christison09192005.html