Medio Oriente - Asia - Africa
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El Mau-Mau, los palestinos y la falsa buena conciencia de
Occidente
El libro de Caroline Elkins Gulag Británico: el brutal ocaso del Imperio
en Kenia, constituye una extraordinaria pieza de revisionismo histórico.
Tras haber pasado los últimos diez años estudiando la rebelión Mau-Mau y la
campaña de contrainsurgencia británica, hurgando en viejos documentos coloniales
y complementando su investigación con extensas entrevistas a cientos de
sobrevivientes keniatas, Caroline Elkins ha conseguido desmontar completamente
el convencional y ampliamente aceptado relato sobre el salvajismo de los Mau-Mau
y la civilizada contención británica.
Ni siquiera las antiguas cifras oficiales bastan para sostener la imagen
generalizada de que el Mau-Mau constituyó una de las rebeliones más bárbaras del
siglo XX. Oficialmente, los Mau-Mau mataron a menos de 100 británicos y a 1800
colaboradores mientras que los británicos habrían matado a 11.000 y habrían
detenido a 80.000 personas en campos de internamiento.
La verdad, sin embargo, es muy diferente. Uno de los primeros hallazgos de
Elkins fue que, aunque al igual que los alemanes los británicos conservaron
detallados archivos sobre sus actividades, la mayoría de ellos fueron destruidos
hace décadas. El patrón que se siguió para llevar a cabo dicha destrucción,
explica, consistió en que "todo Ministerio... relacionado de algún modo con el
desagradable aspecto de la represión fue vaciado de sus archivos, mientras que
aquellos otros que de forma ostensible se ocuparon de asuntos tales como las
reformas penitenciarias o con la misión civilizadora británica quedaron
prácticamente intactos".
Reconstruyendo esa historia, la autora descubre que, en realidad, los británicos
detuvieron o confinaron, en un momento u otro, a cerca de millón y medio de
personas, aproximadamente la totalidad de los kikuyu, la tribu que asumió el
juramento Mau-Mau. Aunque la política colonial británica realizó ocasionalmente
algún gesto en el sentido de llevar la luz del cristianismo a los paganos,
esencialmente se basó en la imposición de la hambruna, la miseria y la
enfermedad y en la aplicación de trabajos forzados, torturas rutinarias,
castraciones, violaciones, asesinatos y palizas brutales tanto en aplicación de
una política deliberada como al albur de los caprichos de los colonos que
instauraron un reino del terror. Elkin cree --aunque nadie lo sabrá jamás con
certeza-- que los británicos mataron a muchas decenas de miles, probablemente a
cientos de miles de personas; ciertamente, si incluimos los efectos colaterales
de las enfermedades y las hambrunas lo más acertado es suponer que las cifras
más elevadas son las correctas.
Para describir toda la crueldad y el salvajismo, la pura desesperación que se
inflingió a millón y medio de personas, la mayoría de las cuales jamás empuñaron
un arma, se necesitarían cientos de páginas, tarea que sobrepasa los límites de
esta reseña.
Tal vez lo más destacable de todo este sórdido asunto sea la constante
descripción de los Mau-Mau como representantes de una especie de quintaesencia
del mal. Sus juramentos de resistencia, acompañados de rituales tradicionales
kikuyus, fueron habitualmente descritos como signos de degradación subhumana de
una dimensión cuya profundidad los pobres civilizados occidentales ni siquiera
alcanzaban a atisbar.
El secretario para las colonias Oliver Lyttelton escribió: "El juramento Mau-Mau
es la más bestial, hedionda y nauseabunda hechicería que unas mentes pervertidas
hayan podido concebido jamás... [Nunca sentí] las fuerzas del mal tan próximas a
mí y tan poderosas como en el Mau-Mau... Mientras redactaba informes o decretos
solía ver de pronto cómo una sombra se proyectaba sobre la página –-la sombra
cornuda del mismísimo diablo".
Y éste era un hombre que sabía tan bien como el que más lo que los británicos
les estaban haciendo a los Mau-Mau.
Plus ça change, plus c’est la même chose. La denuncia de personas
consideradas como enemigas en términos que beben más de la demonología cristiana
y de temores viscerales de contagio moral que de un análisis racional mientras
que se les inflinge un daño mucho mayor que el que ellas nos causan a nosotros
suena a algo familiar, ¿no es cierto?
La ocupación israelí de Palestina ofrece un paralelismo evidente. Los lectores
del New York Times pudieron leer el domingo un artículo de opinión de
Elie Weisel recriminando la falta de simpatía mostrada por los palestinos por el
sufrimiento de los colonos judíos de Gaza. Resulta difícil expresar la
repugnancia que una cosa así produce. Pero lo que realmente importa no es la
absoluta bancarrota moral de Weisel sino la aceptación acrítiva de su persona
como una especie de portavoz universal de la conciencia universal de la
humanidad, e, inversamente, la maumauización de los palestinos.
Otro aspecto es la llamada "guerra contra el terrorismo". Ninguna persona
decente puede dejar de condenar los nihilistas y crueles bombazos de Londres,
pero los coros de apelaciones dirigidas a musulmanes y sociedades islámicas
conminándoles a admitir sus maldades tenían algo realmente nauseabundo viniendo
como venían de gente que ni siquiera soñaría en comprender las maldades de Gran
Bretaña o de Occidente.
Uno de los imperativos del movimiento antiguerra en estos momentos es utilizar
la fracasada invasión de Irak para sacudir la fe ciega en la superioridad moral
de Occidente en general y de los EEUU en particular que comparten hasta los
mayores críticos de la guerra.