Los atentados que han sacudido Egipto pueden ser un claro ejemplo de la interacción entre las agendas locales de determinados grupos islamistas y los fines de los movimientos jihadistas de carácter global.
Una rápida interpretación de los acontecimientos nos permite ver la elección del momento en base a la estrategia que se ha venido señalando últimamente. El atentado se produce con las elecciones egipcias a la vuelta de la esquina (el presidente Mubarak iba a anunciar la fecha este domingo), coincide con la visita por la región de la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezze Rice, con la proyección mediática de estos días (unido todo ello a la situación creada tras los atentados de Londres), al tiempo que es un ataque directo al estado egipcio (al soporte económico basado en el turismo).
El islamismo político en Egipto, al igual que en otras partes del mundo no es una fuerza homogénea. En esa categoría se suelen englobar desde movimientos no violentos como los Hermanos Musulmanes, hasta otros que preconizan abiertamente el uso de la violencia para conseguir sus objetivos, como lo fueron en su día Al-Jihad y Al-GamaŽa al-Islamiyya. Paralelamente, los ideólogos del islamismo político siempre han tenido en el país importantes referentes, desde Sayyid Qutb hasta el más reciente Ayman al-Zawahiri, entre otros.
El enfrentamiento entre los diversos grupos islamistas y el gobierno egipcio es algo que se ha repetido a lo largo del siglo veinte y que continua sobre la mesa en la actualidad. Detrás de ello no hay sino una lucha por alcanzar el poder e imponer su modelo político y social, en el caso islamista, mientras que las fuerzas en torno a Mubarak buscan seguir manteniendo la situación controlada.
Para ello el gobierno no duda en aplicar todas las medidas represivas a su alcance, convirtiendo el régimen egipcio en una realidad alejada del "label" occidental de democracia. Muchos observadores recuerdan que el actual presidente lleva en el poder más de 23 años, y habría que remontarse más de doscientos años para encontrar una situación similar en la historia de Egipto (el caso de Mamad Ali, 1805-1842).
Frente a esa estrategia, los movimientos islamistas llevan años trabajando en los que se denomina "el sector paralelo", llenando el vacío que el estado ha ido creando entra la población con sus actuaciones en todos los ámbitos (mezquitas privadas, asociaciones de voluntarios islamistas que incluyen sociedades de asistencia social, organizaciones culturales, hospitales y escuelas, y otro tipo de instituciones comerciales y empresariales, como bancos islámicos, compañías de inversión, medios de comunicación...). Desde el gobierno se ha puesto en marcha una serie de medidas para contrarrestar y controlar ese "sector", pero aún así no ha logrado hacerlo en su globalidad.
Esta situación del país arábigo ha sido muy bien definida por la metáfora del enfrentamiento entre "el faraón y el profeta", una figura que puede hacerse extensiva a buena parte de las realidades de otros estados de la región. Los atentados en Egipto, la compleja situación del Líbano, la inestabilidad de Arabia Saudita, las protestas de la población en Yemen... muestran que las piezas del puzzle montado por Washington para el mundo árabe pueden saltar por los aires, poniendo al mismo tiempo patas arriba toda la estrategia de dominio hegemónico diseñada desde los despachos neo conservadores de Estados Unidos. Esta táctica norteamericana de apoyo incondicional a los regímenes de la zona ha traído consigo el resultado no deseado, y cada vez son más los que en las calles del mundo árabe exclaman "al-Islam huwa al-hall" (el Islam es la solución), encaminando la situación a una compleja coyuntura de la que se hace cada día más difícil salir.
De momento, las organizaciones islamistas violentas no representan a la mayoría de la población, pero el descontento de la misma y la incapacidad de los gobiernos actuales para satisfacer las demandas sociales y políticas de sus pueblos pueden cambiar las tornas.