Medio Oriente - Asia - Africa
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África: globalizar la muerte
Arnoldo Kraus
La jornada
Africa es un buen ejemplo de los vínculos que existen entre salud y
derechos humanos, entre miseria y globalización, y entre los intereses de los
europeos en la explotación del continente y la insalubre realidad de los
africanos. Se sabe, por ejemplo, que los europeos utilizan el lago Victoria en
Tanzania para criar la perca del Nilo sin importarles que el pez depredador ha
exterminado 95 por ciento de la fauna autóctona, sumiendo aún más a los vecinos
del lago en la miseria. Así, mientras la preciada carne se come en Europa, la
población africana ve cómo el continente se diezma pedazo a pedazo por problemas
de salud previsibles o curables. Malaria, desnutrición, falta de vacunación,
kala azar y manejo inadecuado de problemas obstétricos son la contraparte del
mero que se degusta en Europa, de los diamantes que exporta Sierra Leona y de la
gasolina que nutre a los políticos y desangra a los pobres en Nigeria.
Nadie debería culpar exclusivamente a los integrantes del G-8 (Estados Unidos,
Francia, Reino Unido, Japón, Canadá, Italia, Alemania y Rusia) sin señalar la
corrupción y la podredumbre de la inmensa mayoría de los gobiernos africanos,
pero tampoco nadie debería obviar las jugosas participaciones y la explotación
que los viejos y nuevos euro-peos han hecho, ayer, hoy y siempre del continente
africano. Imposible no pensar en la participación económica de políticos
europeos en el uso de la riqueza africana.
En algunas revistas de medicina, sobre todo británicas, se explica que uno de
cada seis niños africanos muere antes de cumplir cinco años, la mitad, por no
haber sido vacunados; los artículos demuestran también que cada dos minutos una
mujer fallece por complicaciones asociadas al parto, que es probable que en dos
décadas desaparezcan del mapa muchos pueblos a consecuencia del síndrome de
inmunodeficiencia adquirida y que el número de muertos por malaria y
tuberculosis rebasa los 3 millones de personas cada año.
Activistas, organizaciones no gubernamentales, grupos como Médicos Sin Fronteras
y los mejores solistas y grupos de rock del mundo han intentado exponer a los
dueños del mundo las caras de la miseria africana. Estos grupos pretenden
convencer al G-8 de que la única solución para Africa es remedar el Plan
Marshall para Africa -en referencia al programa de recuperación europea llevado
a cabo por Estados Unidos para la reconstrucción de Europa después de la Segunda
Guerra Mundial, así llamado en honor a George Marshall, ex secretario de Estado
de Estados Unidos.
Es obvio que el resultado no será el del Plan Marshall original: los europeos no
son africanos. En tiempos de globalización el valor de las vidas de los segundos
y de incontables millones de asiáticos y latinoamericanos se supedita al valor
económico y a intereses políticos. Es poco probable que los integrantes del G-8
entiendan que la ayuda deba encaminarse a solventar las necesidades por medio de
la creación de trabajos en los países pobres y no consumiendo exclusivamente sus
productos y mal pagándolos en la inmensa mayoría de las ocasiones.
Los concertistas buscarán convencer a los miembros del G-8 para que detengan la
tragedia africana. Sus notas deben penetrar los oídos de Berlusconi, Blair, Bush
y Putin, los meros del G-8 -el mero que destroza la ecología de los lagos en
Tanzania es un pez cruel y fiero, cuya carne es considerada una de las más
delicadas. Preocupados por lo que sucede en Irak, en los medios de comunicación
de Italia, en las cárceles de Guantánamo o en las tierras de Chechenia es poco
probable que los políticos entiendan los mensajes de los conciertos o las
imágenes de las revistas médicas que muestran los destrozos que producen las
"enfermedades de la pobreza".
No es obsesión médica repetir cuantas veces sea necesario que la salud es un
derecho humano. La salud ocupa un lugar en todas las agendas políticas y es tema
prioritario en las faenas de los políticos y de los políticos convertidos en
meros. La tuberculosis o la malaria, por ejemplo, son patologías fáciles de
tratar con unos cuántos dólares al año. Lo mismo sucede con las clínicas para
atender partos: es mucho más económico manejar a las parturientas con dignidad
que tratar las complicaciones derivadas de terapias inadecuadas.
Mucha razón tenía Bob Gelford cuando llamó asesina a Margaret Thatcher -la
amiguita de don Pinochet- por no haber eximido del pago de impuestos a quienes
participaron hace 20 años en Live Aid, su connotada campaña contra el hambre en
Etiopía. Dos décadas después el reto sigue siendo inmenso e insorteable: los
oídos de los Blair, de los Bush, de los Putin y de los Berlusconi en nada
difieren de los de la Thatcher.