Medio Oriente - Asia - Africa
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Balance del régimen post apartheid
Mbomío Bacheng
revistapueblos.org
Último avatar del racismo occidental en tierra ancestral africana, Suráfrica ha
sido durante mucho tiempo una monumental paradoja en el continente negro. Tras
la supresión del apartheid, este país ha entrado en una nueva fase que puede
calificarse de "reconstrucción" caracterizada ésta por un complicado ciclo de
temporalidades que no le permiten todavía ocupar el puesto de liderazgo africano
que se le quiere atribuir por su emblemática liberación de las garras del poder
blanco.
En la década de los ochenta, cuando el régimen del apartheid empieza a emitir
las primeras notas de su último canto de cisne, el régimen de Pretoria había
instalado, de forma cautelar, un puesto geoestratégico de observación en Moka,
en la isla de Bioko (Guinea Ecuatorial), con la complicidad del dictador
guineano Teodoro Obiang Nguema Mbazogo.
Materialmente se trataba de una base logística que se presentaba como una granja
agrícola. El objetivo de los servicios secretos surafricanos era la vigilancia
de Nigeria, potencia regional que se alzaba entonces contra el sistema racista
de Pretoria. La instalación de la base surafricana en Guinea Ecuatorial había
sido vigorosamente denunciada por Lagos (y luego Abuja) en todos los foros
internacionales provocando la consternación de muchos líderes nacionalistas
africanos.
Primera temporalidad surafricana hacia la reconstrucción
En aquellos días también sólo el Estado de Israel, los bancos de la
Confederación Helvética y no pocas empresas occidentales seguían apoyando al
moribundo poder blanco del continente negro.
Sin embargo, si los agentes del régimen racista se habían instalado en Malabo,
junto a Obiang Nguema, no era sólo para vigilar a Nigeria, sino también para
seguir los pasos de un hombre cuya acción política empezaba a inquietar
seriamente a las potencias occidentales. Se trataba del multimillionario
nigeriano Chief Bashorun Moshood K.O Abiola, por quien se había movilizado a los
mejores agentes del espionaje internacional, en particular israelíes que
colaboraban con el apartheid.
Abiola había puesto toda su inmensa fortuna al servicio de la causa africana
exigiendo de Occidente la reparación y el pago de la deuda histórica ocasionada
por la esclavitud y el magnicidio colonial. En este sentido organiza varias
conferencias en diferentes foros internacionales, presentando como prueba
fehaciente al régimen segregacionista de África del Sur.
Uno de sus éxitos será el discurso pronunciado en Washington, el 27 de
septiembre de 1990, ante parlamentarios negros del Capitolio. En su empeño el
millonario logra convencer al entonces presidente de Nigeria, el general
Babangida, que se trasformó él a su vez en ardiente militante por el pago del
"Doble Holocausto Negro": la trata trasatlántica y los crímenes perpetrados por
la colonización. Esta reinvindicación estaba en correlación con la esclavitud
que la población negra seguía viviendo en Suráfrica bajo el poder blanco.
Auroleado por un prometedor programa político, Abiola ganará las elecciones
presidenciales organizadas por Babangida en 1993, ante la creciente inquietud de
las potencias occidentales. Curiosamente, en 1994 surge el golpe de Estado de
Sani Abacha contra Babanguida, Abiola es encarcelado y morirá en extrañas
circunstancias horas antes de su puesta en libertad en 1999. Mientras tanto las
esperanzas africanas se han volcado en el sur del continente, en la nueva África
del Sur, donde se acaba de izar un nuevo estandarte con la flamante figura de
Nelson Mandela ondeando al viento bajo un cielo multicolor de libertad africana.
De Mandela a Mbeki
Llega así la segunda temporalidad surafricana que se sitúa en los años
noventa. Para muchos observadores, 1994 es la fecha oficial del fin del régimen
de apartheid, cuando se elige a Nelson Mandela presidente de la República. La
cara de esa nueva Suráfrica es ambivalente y ambigua como la sonrisa de la Monna
Lisa. Por una parte, vista desde fuera, desde los grandes centros de gravitación
económica del poder occidental, muchos de los que, hacía poco, se presentaban
como simpatizantes acérrimos de Pieter Botha, como fue el caso de los grandes
banqueros y empresarios suizos, ya declaraban llanamente su profunda admiración
por Nelson Mandela. Esto significa concretamente que ni Nelson Mandela ni el
nuevo poder negro surafricano tienen aliados seguros fuera de casa. Por otra
parte, y dentro de casa, en Suráfrica, la inmensa esperanza suscitada al
comienzo de los años noventa con la promesa del fin del apartheid no se ha
concretizado en la vida cotidiana de los negros sudafricanos.
En África del Sur la leyenda continúa. La segregación racial y étnica sigue
siendo una realidad vivida por miles de ciudadanos todos los días en las grandes
urbes, revivida por millones de negros en sus ghetos e incluso revisitada por
muchos miembros de la clase privilegiada blanca, nostálgica del antiguo régimen.
Aunque también se puede afirmar hoy que África del Sur, con respecto al resto
del continente, se presenta como una democracia consolidada que garantiza la
libre expresión y militancia de todos sus ciudadanos, sin discriminación. En
este sentido el nuevo sistema político en boga en Pretoria es uno de las más
participativos del mundo, atendiendo al dinamismo de su sociedad. El debate
político es muy animado pero también muy conflictivo.
Junto a las formaciones tradicionales que antaño combatían el apartheid como el
Congreso Nacional Africano (ANC), el Partido Comunista Surafricano (SACP), el
Movimiento Democrático Unido (UDM) y la principal central sindical surafricana,
la Cosatu, emergen nuevas figuras y organizaciones provenientes de la sociedad
civil que encarnan hoy la contestación social frente a la política neoliberal de
Thabo Mbeki. Son estas nuevas organizaciones sociales, en particular el TAC (Treatment
Action Campaign), las que se han alzado contra el gobierno surafricano y contra
las grandes multinacionales famacéuticas para facilitar a la población el acceso
a los fármacos contra el SIDA. El mismo Mbeki se oponía a ayudar a su propia
población negra castigada duramente por la pandemia.
En otros sectores Mbeki también se encuentra con fuertes oposiciones de
importantes sectores de la sociedad civil. En el caso de la reforma agraria que
el Gobierno tarda en concretizar se han creado dos organizaciones principales
que luchan por el derecho de los sin-tierra en Suráfrica, el NLC (National
Land Committee) y el LPM (Landless People’s Movement).
La oleada de privatizaciones lanzada por el gobierno Mbeki también tuvo su
réplica en el terreno militante con acciones concretas de contestación popular;
el APF (Anti-Privatisation Forum) es una plataforma que agrupa a 16
organizaciones que luchan contra la privatización de los servicios municipales
de interés general. De esta plataforma se destacan las acciones del SECC (Soweto
Electricty Crisis Committee) que se opone a la privatización de la
electricidad.
A pesar de esa intensa contestación social, el gobierno de Mbeki, imperturbable,
sigue aplicando la política neoliberal que le dictan las instancias financieras
de Occidente. De este modo, el poder blanco (que se identifica con el poder
económico en Suráfrica) sigue omnipresente en este país cuyo peso es
considerable en África, como único Estado estructuralmente industrializado en el
continente, que goza de una situación económica boyante, una infraestructura
altamente competitiva y un mercado solvente. Suráfrica, desde el punto de vista
macroeconómico, no es un país africano, tampoco obra como tal en su
"comportamiento financiero".
A su antigua aurífera bolsa de valores, Pretoria ya exhibe también una
impresionante agenda política facturada con los prestigiosos nombres de Nelson
Mandela y de Thabo Mbeki. Su historia reciente relata un impecable proceso
político: alternancia en 1994 con la presidencia de Mandela, nueva constitución
en 1996, derecho de voto para todos, abolición de las provincias-ghetos (los
bantustanes), creación de nuevos municipios multiétnicos y multiraciales,
organización de varias elecciones municipales y legislativas, celebración de
tres elecciones presidenciales con verdadera alternancia en el poder,
promulgación de leyes para la promoción socioeconómica de los negros (black
empowerment y affirmative action).
Con este planteamiento político y con todos los componentes económicos a su
favor, África del Sur se presenta hoy como un Estado moderno, viable y orientado
hacia el futuro. Suráfrica es el único país africano que atrae actualmente a la
gran mayoría de inversiones provenientes de los cinco continentes, sin
excepción. Este país acaba de ser descubierto por la rica elite en el poder que
se ha forrado por la corrupción francoafricana, encabezada por el actual jefe de
Estado galo, Jacques Chirac, y el club de sus amigos-dictadores, de los que se
cuentan viejos mobutistas del ex-Zaire, Obiang Nguema y Teodorin de la
tragicómica Guinea Ecuatorial, Bongo Odimba de Gabón, Eyadema II de Togo, etc.
Todos van a hacer negocios en este nuevo Eldorado.
El apartheid, suma y sigue
La tercera temporalidad surafricana es la resultante de las dos primeras, la
de las realidades y de los balances, ésta se enmarca en el 2.000. Suráfrica
sigue siendo estructuralmente el país del apartheid, por eso hasta hoy no puede
ejercer ningún tipo de liderazgo efectivo en el continente negro. Su espacio
interno sigue siendo diseñado según una coloración etno-racial.
El apartheid no fue únicamente una ideología de poder, sino también una férrea
construcción material y mental legada del pensamiento primitivo occidental, un
proyecto geográfico y humano cuyo peso sigue pesando ante el cambio de los
tiempos con una gran inercia. Las reformas iniciadas por las nuevas autoridades
han sido todas un enorme fracaso en el sentido de cambiar y demolir la
construcción espacial fabricada por el anterior régimen racista. La asimetría
geográfica blanco-negro sigue siendo una realidad vigente en Suráfrica, la
reforma agraria ya no es más que una quimera.
En el plano ideológico la dirección del ANC en el poder ha cambiado su discurso,
ya no se inspira del programa social inicial de Reconstruction Developpment
Program- RDP (programa de reconstrucción y desarrollo) cuya prioridad era la
lucha contra la pobreza que aqueja a la mayoría negra, sino de otro mucho más
liberal y ultraconservador, Growth Employment And Reconstruction - Gear
(creación de empleos y reconstrucción) destinado a facilitar las actividades y
los beneficios de las grandes firmas financieras en detrimento de los programas
de lucha contra la miseria. En el plano económico el balance es el mismo. Que la
verdad sea dicha, si las potencias occidentales (Estados Unidos, Inglaterra y
Francia en particular) y la comunidad blanca de África del Sur permitieron el
fin del apartheid no fue por sentimientos humanitarios, simplemente porque,
económicamente, este sistema ya no era viable ni rentable.
La caída del muro de Berlín y la desaparición de la amenaza soviética también
dieron al traste la importancia geoestratégica que Occidente acordaba al cono
sur del continente negro. La actividad minera ha sido fundamentalmente el origen
de la prosperidad surafricana, esa prosperidad se fraguó con una
industrialización masiva a partir de 1930, facilitada por una inmensa mano de
obra, casi gratuita, proporcionada por el apartheid. Entonces se asistió a la
creación de las grandes urbes y cordones industriales surafricanos:
Johannesburgo, Durban, El Cabo, Puerto-Elisabeth, etc., este colorido tejido
industrial que brotó como por encanto en una lejana primavera, sufre una fuerte
crisis de estío a finales de la década de los años setenta, y en los años
ochenta deja paso a una nueva economía de servicios dominado por el sector
terciario. Muchas minas se cierran y la inmensa mano de obra barata facilitada
por el apartheid deja de tener su valor económico. Es más, su mantenimiento se
hace costoso en una sociedad donde ya se necesita personal cualificado, y no
obreros-esclavos. A partir de 1980, la economía surafricana ya no podía seguir
prosperando con el sistema económico del apartheid (racial fordism, el
fordismo racial). Se asistió entonces a una curiosa alianza entre militantes
antiapartheid y destacados empresarios blancos. Todos ya luchaban por la
abolición del sistema racista.
Lo que el viento se llevó
Once años después, la realidad económica surafricana sigue siendo la misma.
La población negra ha pasado de ser de "raza esclava" a "raza proletaria". Es la
que más sufre de la pandemia del SIDA y de las consecuencias del desempleo. En
2002, la población activa surafricana era de 16,1 millones de trabajadores,
según cifras del Gobierno, de los que se contaban 4.7 millones de parados, la
mayoría negros. Estas son las cifras oficiales, luego está la realidad del
terreno con la multiplicación de ghetos urbanos, algunas estadísticas hablan hoy
de más de 8 millones de parados en África del Sur, la violencia es cotidiana y
la pobreza hace estragos en la población negra con fenómenos galopantes como la
transmisión del SIDA y el consumo de la droga entre los jóvenes.
Mientras tanto las grandes fortunas surafricanas siguen siendo las mismas, los
mismos grupos financieros siguen beneficiándose del mismo usufructo, en primera
plana el Anglo-American-Corporation que ha instaurado un verdadero monopolio en
diferentes sectores de la economía sudafricana, reforzando incluso sus
posiciones después del apartheid, pero tomando la precaución de desplazar su
sede de Johannesburgo a Londres. Esa realidad interna, esa historia propia,
impide naturalmente a los líderes surafricanos implicarse concretamente en la
liberación y reconstrucción económica del continente negro, ya que la bolsa
sigue estando en manos blancas.
Antes de su llegada al poder, Nelson Mandela tuvo que negociar con el gran
Capital y convertirse al neoliberalismo. Curiosamente, a la salida de su marido
de la prisión, Winnie Mandela, que había encarnado la lucha antiapartheid y la
orientación ideológica antiliberal del ANC durante la larga lucha de liberación,
mientras que Mandela estaba en la cárcel, es víctima de una violenta campaña
orquestada por la elite dominante de Suráfrica y la prensa occidental. El
objetivo era impedir que esa gran mujer ("Mama" como la llaman los
surafricanos), enérgica y carismática, verdadera heroína en la lucha contra el
dominio blanco, ocupara un día la jefatura de Estado y aplicara un programa de
reparación histórica por los crímenes y daños perpetrados contra el pueblo negro
de Suráfrica. Lo mismo que reivindicaba Abiola a nivel continental. A pesar de
las protestas del arzobispo de El Cabo, Desmond Tutu, Nelson Mandela abandona a
su compañera de lucha y se casa con la viuda de Samora Machel, el jefe de Estado
mozambiqueño cuyo avión había sido abatido por agentes del apartheid.
Después de su liberación, Mandela cambia de discurso, ya no habla de reparación
por el gran crimen histórico perpetrado durante siglos contra los negros
surafricanos, ya sólo habla de riquezas y bienestar. Así lo manifiesta en su
obra The Legacy of Apartheid (la herencia del apartheid) publicada en
1994. Escribe: "La democracia no sólo significa derecho de voto, sino también el
nivel de vida... significa dar la oportunidad a cada uno de poder acceder a la
riqueza". Aquí no se desprende ninguna ética africana, Mandela ya habla como un
occidental cuya única obsesión es la búsqueda de riquezas y de bienestar. Cuando
escribe esto en los muros de Soweto florecen inscripciones contra "Mandela el
vendido". Esta transformación de Nelson en el cenit tendrá como consecuencia la
aparición del liberal Thabo Mbeki como su sucesor.
Hoy, en África, Mbeki es el bedel de los intereses occidentales. Vela siempre
para salvaguardarlos. En este sentido actuó durante la conferencia contra el
racismo en Durban, neutralizando toda acción tendente a reclamar reparaciones a
Occidente, así también actuó cuando Francia y Estados Unidos perpetraron un
golpe de Estado contra el emblemático padre Jean-Bertrand Aristides de Haití,
considerado por sus compatriotas como "el presidente de los pobres". En lugar de
movilizar a la comunidad internacional por tamaña violación, el heredero de
Mandela colaboró con dichas potencias para acoger al presidente depuesto en
Pretoria, un destierro lejano, asimismo interviene actualmente en el conflicto
de Costa de Marfil, ante el presidente Laurent Gbagbo, cuyo único delito ha sido
el rechazo del escandaloso monopolio secular del que se benefician las empresas
francesas en la economía marfileña.
África del Sur, después del apartheid, no ha sido, como se esperaba, el motor de
África para su independencia integral y total, todo lo contrario, Pretoria actúa
como trasmisor de órdenes de Occidente a África mediante instituciones
africanas. Es algo así como un nuevo gendarme despojado del casco colonial pero
siempre al servicio de los intereses de Occidente. Con Mandela en Suráfrica no
llegó la nueva África, esta es la esperanza que el viento se llevó.
Mbomío Bacheng es periodista. Este artículo ha sido publicado en el portal
Nsibidi, mayo de 2005.