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El futuro visto desde Beirut
Ahmed Amr
NileMedia.com
Traducido por Germán Leyens
Scott McClellan, portavoz de la Casa Blanca, amenazó arrogantemente a Siria
con "consecuencias" si no se retira inmediatamente de Líbano. Condoleezza Rice
ofreció despachar tropas estadounidenses a Beirut. El embajador estadounidense
en Beirut hizo sentir su peso e impartió órdenes a Siria.
A la mañana siguiente, Bush y su alegre banda de aficionados habían bajado el
tono de su mensaje a "que los sirios hagan el favor de abandonar Líbano a fines
de mayo para que haya elecciones libres y justas" – lo que ya había sido
aceptado por Damasco.
¿Qué ocurrió en esas veinticuatro horas? Bueno, parece que a medio millón de
libaneses simplemente no les gustaron los modales de McClellan y que estuvieron
dispuestos a salir a las calles de Beirut para darle una clase de etiqueta. Los
manifestantes agitaban las mismas banderas libanesas vistas en las anteriores
manifestaciones "anti-sirias" y cantaban el mismo himno nacional libanés. Con la
excepción de que en el mar de banderas rojas y blancas también hubo letreros
denunciando la intervención de EE.UU. Unos pocos me llamaron la atención. "Todos
nuestros desastres son hechos en EE.UU.", "No a la 1559" y "No a la intervención
extranjera". Pero el que McClellan debería haber notado fue uno inmenso que
simplemente decía "SORPRESA".
Los aturrullados y atolondrados eruditos estadounidenses le restaron importancia
a todo el acontecimiento como si no fuera otra cosa que un picnic de militantes
resentidos de Hezbolá. Pero el clan druso de Arsalan bajó de las montañas y los
maronitas del clan Franjieh llegaron desde Trípoli. Es difícil diferenciar a
todos los varios grupos libaneses – pero unos treinta partidos diferentes
estuvieron representados en la marcha. Los nasseristas pan-árabes estuvieron
hombro con hombro con grupos pan-sirios e izquierdistas. Facciones tribales de
casi cada rincón de Líbano enviaron sus contingentes a unirse a la multitud
reunida en la plaza Riad El Solh.
Primero fue el himno nacional y canciones de la resistencia. Luego vinieron las
consignas de preparación "Beirut Horra Horra - Amerika Etlaay Barra" que pueden
ser traducidas como "Beirut es libre y EE.UU. debería preocuparse de sus propios
asuntos". Es una lástima que no enseñen libanés coloquial en el Departamento de
Estado. Porque hubo ese agorero denuesto dirigido al embajador estadounidense:
"Ya safir el Amrikan - ekhla eidak aan Lebnan" – una clara advertencia de que no
meta las manos en los asuntos libaneses.
Todos los discursos sonaron más o menos iguales. Exigieron una investigación
rápida e independiente para determinar quién asesinó a Rafiq Hariri. Todos
deseaban también independencia y soberanía – pero no estaban dispuestos a ver
marines estadounidenses y legionarios franceses desembarcando en la costa de
Beirut. Aplaudieron a Siria por cumplir su misión de estabilizar a Líbano. Los
oradores apoyaron unánimemente el acuerdo de Taef, que incluye el repliegue
sirio y expresaron su rechazo a la resolución 1559 de la ONU que ilegaliza a la
resistencia libanesa y sirve para arrebatar a los palestinos su "derecho al
retorno". Todos los oradores pidieron unidad nacional, paz civil y diálogo, y
prometieron no volver jamás a las antiguas barricadas de la guerra civil.
Denunciaron la interferencia israelí en los asuntos libaneses y mostraron con el
dedo a Washington por utilizar la resolución 1559 para impulsar las antiguas
ambiciones de Sharon de convertir a Líbano en un estado satélite.
El punto culminante del evento fue el discurso de Hassan Nasrallah y vale la
pena prestar atención a lo que dijo. Recordó deliberadamente a la multitud que
se encontraba en medio de una ciudad que había sido bombardeada hasta quedar en
escombros por los aviones y la artillería israelí en el verano de 1982. Y
advirtió contra aquellos que quieren resucitar el "Acuerdo del 17 de mayo" de
1984. Esa fecha podrá no significar nada a la mayoría de los estadounidenses
pero se refiere a un humillante tratado preparado por George Schultz y firmado
por el presidente Amin Gemayel mientras los tanques israelíes rodeaban Beirut.
Habría convertido a Líbano en un servil estado estilo Vichy, obligado ante Tel
Aviv. Los eventos posteriores obligaron a Gemayel a renunciar al perecedero
tratado. La referencia de Nasrallah a ese acuerdo fue un desafío directo a los
neoconservadores en la administración Bush a que abandonaran sus fantasías de
partidarios del Likud. También constituyó una clara advertencia a todo miembro
de la oposición libanesa que se sienta inclinado a colaborar con los israelíes y
sus agentes en Washington.
Después de castigar a George Bush, Nasrallah se dirigió a Francia. "Presidente
Chirac: sabemos que usted ama a Líbano. Lo instamos a que reevalúe su política.
Usted dice que apoya a la democracia en Líbano. ¿Formarán parte los libaneses
reunidos aquí hoy de esa democracia?" Habría que señalar que Chirac y la Unión
Europea han resistido una considerable presión estadounidense para que difamen a
la resistencia libanesa como ‘terrorista’.
Nasrallah pasó luego a presentar un desafío a la oposición. Podrán escoger si
quieren que los sirios se retiren dignamente según el acuerdo de Taef o
humillados bajo la resolución 1559 de la ONU. Si insisten en esta última
alternativa – que también significaría el desarme de la resistencia libanesa –
tendrían que considerar que se dejaran de lado todas las demás provisiones del
acuerdo de Taef, que fue negociado precisamente por Rafiq al Hariri.
Nasrallah podrá haber sonado como un abogado que subrayaba un delicado detalle
legalista de menor importancia. Pero estaba formulando una amenaza.
Lo que Nasrallah estaba diciendo a la oposición era: "Ustedes quieren que se
vayan los sirios. Nosotros también. Pero no olvidemos que – a pesar de todos sus
errores – hay que reconocer que permitieron que Líbano emergiera del caos de la
guerra civil. Incluso si se quedaron más de la cuenta, – deberíamos enviarles
una nota de agradecimiento, antes de despedirnos de ellos. No es hora de olvidar
nuestros buenos modales libaneses. Queremos que los sirios se vayan con su
dignidad intacta. Una vez que se hayan ido, queremos mantener calurosas y
fraternales relaciones con nuestros hermanos árabes en Damasco. Que ningún
israelí se imagine que les hemos enviado una invitación para que devoren a
Líbano. En todo caso, ahora es obvio que los sirios se van a ir. Pero 1559 es
otra cosa. No sólo apunta a los sirios – ha sido elaborada para fomentar la
guerra civil y la querella sectaria. Los estadounidenses del Likud han colocado
a los libaneses que resistieron contra la ocupación israelí en la misma lista
negra que Al Qaeda. Es algo simplemente inaceptable. Pero la implementación del
acuerdo de Taef es una cosa. Otra diferente es la implementación total de la
resolución 1559 que significa descartar el acuerdo de Taef."
De manera que, ¿qué significaría el abandono del acuerdo de Taef para la
oposición libanesa? Como 1559, una de las provisiones del acuerdo de Taef
incluyó la retirada total en última instancia de las fuerzas sirias. Pero el
acuerdo de Taef – que terminó con quince años de disputas sectarias – contenía
otras provisiones. Como los Acuerdos de 1943, estableció un sistema confesional
que permitió que los cristianos maronitas y los musulmanes suníes retuvieran
ciertos privilegios – incluyendo la poderosa presidencia y el puesto de primer
ministro. No es una concesión pequeña en un país en el que los chiíes forman de
lejos el grupo étnico más grande.
En efecto, Nasrallah le estaba ofreciendo una alternativa a la oposición. Podía
alinearse con la 1559 inspirada por los neoconservadores o podía conservar la
preponderancia política de la elite maronita y suní. No podía lograr las dos
cosas.
Desde luego, los israelíes y sus serviles brigadas neoconservadoras en
Washington no verían ningún problema en la reiniciación de la lucha civil en
Líbano. Pero para Líbano, la reapertura de las heridas del pasado y el combate
por quién obtiene qué trozo de la torta política llevaría a un caos total. Para
mantener a Líbano entero, el acuerdo de Taef debe seguir entero.
En el caso improbable de que facciones tribales irredentistas se sientan
tentadas a descartar el acuerdo de Taef, puede ocurrir cualquier cosa. Si
estalla otra guerra civil, nunca volverá a haber otro Rafiq Hariri para volver a
recomponer Beirut.
La amenaza de Nasrallah es un signo de advertencia de lo rápido que se pueden
deteriorar las cosas si no se tiene cuidado. Antes de que George Bush aproveche
una barata ventaja interior de su pavoneo en Beirut, le haría bien prestar un
poco de atención seria. Su administración y sus pregoneros en los medios de
masas insisten en presentar los eventos en Líbano como un rápido dividendo
resultante del lodazal iraquí. Pero puede ocurrir que el viento sople en la
dirección contraria. Si Líbano comienza a desintegrarse, los chiíes en Irak –
que tienen vínculos antiguos con Irán – podrían reaccionar de manera inesperada.
Bush tiene que reconsiderar su cruzada por criminalizar a Hezbolá – un
movimiento que es aplaudido por la vasta mayoría de los libaneses y de los
árabes por dirigir la resistencia contra la agresión israelí. Nasrallah no es
Bin Laden y Hezbolá no es los talibán.
Ahora es seguro que los sirios se van. Una vez que se hayan ido, el tema del
desarme de Hezbolá se convierte en un asunto interno de Líbano. Chirac tiene que
convencer a los estadounidenses de que el camino más corto para lograr ese
objetivo es descriminalizar a la resistencia libanesa, terminar con la ocupación
israelí de las Granjas Sheba y obtener garantías a toda prueba de que Tel Aviv
jamás volverá a invadir Líbano. También ayudaría si EE.UU. tratara de llamar
menos la atención y se concentrara en arreglar el lío en Irak antes de emprender
nuevas iniciativas para desestabilizar a Líbano y Siria.
Los libaneses tienen que mantener la paz y bajar el tono de la retórica. La
retirada siria parece ser un hecho. Sobra decir que aquellos que asesinaron
brutalmente a Rafiq al-Hariri tienen que ser encontrados y deben pagar por sus
crímenes, y eso pronto. Existen los que conocen la respuesta. No fue una
conspiración de una persona. Una recompensa sustancial y una oferta de clemencia
junto con una investigación bajo supervisión internacional llegarán lejos para
curar las heridas en un Líbano soberano e independiente.
Las diferencias entre la oposición libanesa y las multitudes que se reunieron en
la plaza Riad el Solh no merecen este nivel de discordia. En realidad, muchos
libaneses probablemente manifestaron en ambas ocasiones. Las pasiones
despertadas por el brutal asesinato de Hariri no deberían ser utilizar para
provocar una lucha civil. Si estuviera vivo actualmente, Hariri no escatimaría
esfuerzos por encontrar una base común. Ahora que los sirios se van, el único
punto importante de enfrentamiento es la renuncia inmediata de ciertos
individuos en las agencias libanesas de seguridad que pueden o no haber fallado
en la protección de Hariri o que no han mostrado algún progreso en sus
investigaciones. ¿Por qué esperan hasta que los destituyan? ¿No podrían
simplemente renunciar y dejar el sitio para que lo ocupen individuos más
competentes?
Aparte de los neoconservadores y los israelíes, todas las demás partes –
incluyendo a los estadounidenses – tienen todo que ganar y nada que perder si
impulsan a los libaneses hacia un terreno común. Los sirios se van con sus
cabezas bien altas. Los libaneses logran una oportunidad de cumplir con el sueño
de Hariri de construir un país cosmopolita en el que las diversas sectas de
Líbano puedan vivir en armonía. A Chirac se le reconocería el mérito de haber
navegado con seguridad por sobre las traicioneras divisiones étnicas del Levante
y por facilitar una paz duradera. En cuanto a Bush, lograría evitar otro
atolladero que sólo puede agregar mucha arena movediza a la que ya tiene en
Irak.
Leer la buenaventura en las hojas de té en Beirut no es cosa de aficionados. Sin
embargo, ayuda si todas las partes leen en la misma taza. Para desactivar la
actual crisis, Nasrallah tiene que retirar su amenaza de descartar el acuerdo de
Taef y Walid Jumblatt tiene que reconsiderar su llamado a la intervención
extranjera. Por el bien de la paz, Aun debería considerar la prolongación de su
retiro en París y Amin Gemayel tiene que denunciar públicamente el Acuerdo del
17 de mayo y retirarse a los escaños de los no participantes. En cuanto a los
actores extranjeros en este drama, los sirios tienen que completar el repliegue
de su ejército y de sus unidades de inteligencia según el plan establecido.
Francia debería instar a Washington a echar un vistazo a la realidad y Bush
tiene que ignorar a su guardia pretoriana neoconservadora y comenzar a prestar
atención a Chirac. Mientras tanto, Scott McClellan debería preocuparse de sus
modales y acostumbrarse a unas pocas ‘sorpresas’ libanesas más.
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Ahmed Amr es editor de NileMedia.com.