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Guatemala: Recuperar la agenda de la paz
Andrés Cabanas
El borrador de la Ley de Concesiones a discusión en el
Congreso de la República aleja a Guatemala de la senda marcada por los
Acuerdos de Paz. Donde el borrador habla de "transferencia de la prestación
del servicio público a los particulares, mediante la institución de la
concesión" los Acuerdos de Paz mencionan el "papel rector del Estado", al que
corresponde "promover, orientar y regular el desarrollo socioeconómico del
país de manera que, con el esfuerzo del conjunto de la sociedad, se asegure,
en forma integrada, la eficiencia económica, el aumento de los servicios
sociales y la justicia social".
Mientras el borrador argumenta que el Estado "no está en capacidad de prestar
directamente... una serie de servicios que la sociedad moderna demanda", los
Acuerdos indican (¿indicaban?) la necesidad de que "el Estado debe
democratizarse y fortalecerse como orientador del desarrollo nacional, como
legislador, como fuente de inversión pública y prestatario de servicios y como
promotor de la concertación social y de la resolución de conflictos".
Los Acuerdos de Paz señalan además que el Estado tiene "obligaciones
indeclinables (...)en la tarea de superación de las iniquidades y deficiencias
sociales, tanto mediante la orientación del desarrollo como mediante la
inversión pública y la prestación de servicios sociales universales. Asimismo
(...)tiene obligaciones específicas por mandato constitucional de procurar el
goce efectivo, sin discriminación alguna, de los derechos al trabajo, a la
salud, a la educación, a la vivienda y demás derechos sociales. La superación
de los desequilibrios sociales históricos que ha vivido Guatemala y la
consolidación de la paz requieren de una política decidida por parte del
Estado y del conjunto de la sociedad". Obligaciones y política que la ley de
concesiones omite y deja en manos de la inversión y la iniciativa privadas,
sin un esquema marco de desarrollo.
Un estado debilitado
La propuesta de Ley de Concesiones parte de un supuesto acertado: las
dificultades financieras y técnicas del Estado para satisfacer las "enormes
demandas sociales". El estado no tiene recursos, se dice, promovamos una ley
de concesión para satisfacer necesidades sociales. Pero la falta de recursos
no es una causa en sí sino efecto, entre otros, del desinterés de las elites y
de la baja cultura tributaria. "El estado guatemalteco no es débil sino ha
sido debilitado. Hoy día incluso el Banco Mundial señala la necesidad de
fortalecer el Estado, pues los resultados de su adelgazamiento son negativos
en el ámbito continental"
Y para enmendar este debilitamiento histórico y estructural no se propone el
fortalecimiento del Estado, sino su sustitución por la iniciativa privada, "en
todos los proyectos que tengan por objetivo el desarrollo, construcción,
operación y mantenimiento de obras y servicios públicos, y de otros de análoga
importancia social"
Crónica truncada de los Acuerdos
La Ley de Concesiones es un capítulo más de la crónica de una larga cadena de
oposición al modelo de desarrollo definido en los Acuerdos de Paz. Esta
crónica comenzó a escribirse antes de la firma de los propios Acuerdos, cuando
el gobierno de Álvaro Arzú promulgó el Decreto 35-96 sobre regulación del
derecho de huelga para trabajadores del Estado. Continuó con el cumplimiento
formal y protocolario por parte del Gobierno y la negación de su contenido de
fondo (instalación de oficinas y comisiones sin poder real). Sufrió un grave
quebranto con el asesinato de Monseñor Gerardi y el desconocimiento de las
conclusiones de la Comisión de Esclarecimiento Histórico. Perdió ímpetu en
enésimos intentos de tímidas reformas tributarias. Naufragó con el revés de la
Consulta Popular. Tropezó en el racismo que convierte al Acuerdo de Identidad
y Derechos de los Pueblos Indígenas en el menos cumplido. Concitó oposición
radical para promover el desarrollo agrario. Encontró aliados involuntar
ios en la desorientación temporal de la izquierda partidaria y el movimiento
social. Claudicó frente al impulso demagógico y contrainsurgente del gobierno
del Frente Republicano Guatemalteco. Hoy, el círculo del abandono de la agenda
de la paz parece estarse cerrando: son muchas las similitudes entre el
gobierno de Oscar Berger y el primer gobierno de la paz encabezado por Arzú.
Política de renuncias
En este contexto, el alejamiento del espíritu de los Acuerdos de Paz (nunca
admitido ni explicitado oficialmente) lleva aparejadas otras renuncias,
igualmente implícitas: la renuncia al Pacto Fiscal como instrumento para
empoderar económicamente el Estado y por tanto desarrollar la sociedad
integralmente; y la renuncia a la solidaridad como principio básico derivado
de aquel. Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, "El Pacto
Fiscal es la herramienta clave para que el Estado pueda cumplir con sus
obligaciones constitucionales y en particular aquellas relacionadas con el
desarrollo sostenible y la justicia social en la búsqueda del bien común...
Implica acuerdos nacionales sobre el tipo de sociedad que se desea construir y
sobre principios y compromisos recíprocos del Estado y de los ciudadanos y
ciudadanas"
A estas alturas del año, mientras se discute la ley de concesiones, permanece
pendiente la revisión de la llamada cuestión tributaria: es decir, y retomando
las olvidadas palabras del presidente Berger a inicios de 2004, qué tipo de
país queremos y cuánto estamos dispuestos a aportar para lograrlo. El combate
de la evasión y el fraude fiscal y sobre todo la progresividad en la
tributación permanecen hoy tan inalcanzables como a inicios de la
administración Berger. La duda es si también el Código Tributario Municipal,
estancado en el trámite parlamentario, resentirá la falta de desarrollo del
Pacto Fiscal.
La utopía de la paz
La naturaleza contraria a los Acuerdos de Paz de la Ley de Concesiones dibuja
un futuro más excluyente e insolidario que el actual. Pero las alternativas
existen: "El gobierno dice no tener recursos pero... si se llegara al 12% de
ingresos fiscales habría capacidad para construir obra de infraestructura por
valor anual de cinco mil millones de quetzales. Esto permitiría el desarrollo
de un plan de infraestructura de 20 mil millones en cuatro años. Con ello
habría reactivación económica y fuentes de empleo".
Es decir, la alternativa consiste en retomar el espíritu de la paz. Que a
estas alturas, y a pesar de todas las veces que los Acuerdos han sido negados,
sobrevivan en el debate político, indica no sólo la tenacidad de algunos de
sus firmantes sino también la vigencia de muchos de sus planteamientos, en
cuanto a las metas y al modelo de desarrollo previsto.
Mientras un gobierno empresarial dificulta el cumplimiento de los Acuerdos, en
el ámbito internacional, estos se ven favorecidos, uno, por la presión
internacional para el cumplimiento de las Metas del Milenio; dos, por la
crítica generalizada al Consenso de Washington y a la recuperación del Estado
en varios países de América Latina, que debe promover, frente al actual modelo
privatizador donde el mercado es el principal regulador, la utopía de un nuevo
proyecto de nación.