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Latinoamérica


 

Uribe Vélez Concentra la derecha en un solo partido

Alpher Rojas Carvajal
Argenpress

Estaba cantado. No sólo buscaría formar mayorías parlamentarias mediante la audaz y ya trillada artimaña del zorro que hurta cada noche una gallina sino que -como irónicamente denomina El Tiempo a esta lógica autoritaria- optaría por 'armar' (no construir) su propia fuerza política, con las astillas de las estructuras partidistas más tradicionales. Una coartada necesaria para quien la falta de partidos organizados detrás del programa le ha negado el ejercicio de una gobernabilidad democrática.

Pero no bastaba situar bajito el 'puchero presupuestal', ni la aventura del entretenimiento de los 'consejos comunitarios' para agitar las emociones populares con menoscabo de la racionalidad individual, ni montar el espectáculo de la seguridad 'democrática' para proteger los intereses creados y estimular el ocio de las élites. Había que reafirmar el preacuerdo sobre la reelección con los paramilitares y dejar en el limbo el marco legal para apuntalar vía la desmovilización y las redes clientelares de los viejos partidos ese 'nuevo' proyecto político.

El minimalismo semántico de su discurso traduce que el conjunto de sus políticas no alcanzaron a constituir un proyecto de Estado, en sentido weberiano. Sin embargo, le ha servido para hacerles creer a los más cándidos que, 'bueno y desinteresado', nuestro gobernante es incapaz de debilitar el sistema político. 'Derogar un articulito' junto a 'tengan esta platica', son expresiones que metaboliza la gente sin juicio crítico para dejar pasar una perversa reforma política con nombre propio e, incluso, permitir arteros ataques contra la Corte Constitucional. En sus labios el lenguaje ha sufrido un proceso de perversión, en el que las palabras asumen el desgaste de las cosas mal usadas.

'Patria Nueva', Santa fe de Ralito y ahora el 'Partido Uribista de Colombia' (PUC), encomiados bombásticamente como innovaciones de la creatividad y el ingenio del régimen, son la secuela de toda esa compleja trama profusamente aireada por los medios sobre la popularidad del presidente que desfigura y falsea el concepto democrático. Encuestas que se contradicen entre la calificación óptima del mandatario y el registro triste de los indicadores sociales y económicos, están orientadas a invisibilizar los problemas nacionales.

El desgarramiento doctrinario de los partidos y la consecuente deslegitimación de sus estructuras organizacionales, sumados a la debilidad genérica de los estándares éticos y de calidad de gobiernos anteriores, le han permitido a Uribe por una suerte de comparación al absurdo, comprometer el imaginario colectivo con una supuesta sensación de bienestar y seguridad, sin que ganen visibilidad adecuada su corrupción y el comportamiento politiquero que bajo otros cielos ya lo tendrían en cuidados intensivos.

Pero Uribe, con su olfato fenicio y su pragmatismo de derecha, ya empieza a percibir que no solo la onda expansiva de gobiernos socialdemócratas constituye seria amenaza de aislamiento inminente, sino que aquí mismo, en su tierrita, se empieza a superar el 'embrujo autoritario' y a presagiar que los confusos e inciertos indicadores socio-económicos, comportan graves implicaciones para el porvenir de la sociedad colombiana. Entonces, ¡helas!, la estrategia de salvación es recoger los dispersos fragmentos de sus paniaguados como dique de contención frente al creciente malestar social.

El PUC, no se propone solo evitar la volatilidad de su agencia paramilitar y a propiciar el copamiento electoral de los centros urbanos por los desmovilizados, sino a prevenir la gran oleada oposicionista que se ve crecer en todos los rincones de Colombia. Solo que el horizonte temporal no parece concederle el margen adecuado de maniobra, porque la retórica maicera sucumbió bajo las ráfagas de la guerra y empieza a ahogarse entre las proclamas de las marchas obreras.

* Alpher Rojas Carvajal es Director Nacional del Instituto del Pensamiento Liberal de Colombia.