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        Latinoamérica 
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El recurso del método 
Antonio Peredo Leigue 
Mientras los precios del petróleo y del gas siguen batiendo record en el mercado 
mundial, las empresas petroleras que operan en Bolivia recurren a todos los 
recursos a su alcance para 'demostrar' que, la nueva ley de hidrocarburos que se 
estudia en el Congreso Nacional será la ruina del negocio y Bolivia perderá la 
oportunidad de explotar los hidrocarburos. La alarma con la que actúan no es más 
que la queja de quien, sabiendo que tendrá su parte, quisiera ser el único que 
aproveche la situación. 
Este domingo, usaron a los operadores de servicio. Ayer lo hicieron con las 
pequeñas empresas. La semana anterior fueron los empresarios en general. Y desde 
varios meses atrás, los comités cívicos de alguna región dizque beneficiaria de 
un esquema de explotación que se lleva todo el beneficio al exterior y que aún 
sigue vigente, en tanto no se apruebe la nueva ley. 
En tanto, la nueva ley va encontrando consenso, pese a que no refleja la 
totalidad de las demandas populares. 
La nacionalización como extremo 
Cuando se inició la lucha por la recuperación de los hidrocarburos, grupos 
radicalizados plantearon la nacionalización de este recurso natural. La historia 
de Bolivia registra dos episodios de este carácter. En 1937, poco después de una 
guerra que enfrentó a Bolivia con su vecina Paraguay, se nacionalizaron las 
concesiones que tenía la poderosa transnacional Standard Oil y se creó 
Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB). Tres décadas después, en 
1969, los hidrocarburos estaban nuevamente en manos de empresas extranjeras -esta 
vez Gulf Oil- y debió dictarse una segunda nacionalización, incluyendo la 
confiscación de sus bienes. En cada uno de estos casos, el país debió pagar 
indemnizaciones a estas empresas, cuyas cuotas debieron arrastrarse por varios 
años. 
La entrega de estos bienes en la etapa actual, como resultado de la aplicación 
del modelo neoliberal, puso muchas previsiones para desanimar cualquier intento 
de recuperación. Los ministros del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, en su 
primer periodo (1992-1997), se ufanaban de haber firmado contratos a los que 
sería imposible modificar una tilde. En realidad, no tenían porqué estar 
orgullosos, pues los contratos fueron elaborados por los abogados de las 
empresas explotadoras. 
Evidentemente, no sólo se ocuparon de cubrir sus inversiones, valuándolas 
exageradamente y poniéndolas en custodia del arbitraje internacional, sino que 
se pusieron por encima de la Constitución Política del Estado, obteniendo el 
traspaso de la propiedad de los hidrocarburos y, para colmo, declarando la 
confidencialidad de los contratos. 
Por cierto, al país le entregaban el 18% de una regalía calculada sobre el 
precio 'en boca de pozo'; si se estima que los gastos son entre un 20 y un 25 %, 
loa ganancia era y sigue siendo tan alta, que no debe haber otro lugar tan 
apetecible para esta explotación. 
De hecho, si se produjera la nacionalización reclamada por estos sectores, 
Bolivia se enfrentaría a una demanda multimillonaria (entre 5 y 7 mil millones 
de dólares), que duplicaría la deuda externa del país, en el hipotético caso de 
que alguien pudiese darnos un crédito de esa magnitud para hacer frente a las 
demandas que se nos plantearía. 
El bondadoso ICH 
El gobierno de don Carlos Mesa -que ha tenido cinco ministros de hidrocarburos 
en un año y medio de administración-, ha propuesto desde un inicio una fórmula 
que mantiene el 18% de las regalías, con el argumento de que los contratos 
establecen que éstas son inalterables, y un impuesto complementario (ICH) que 
llegaría paulatinamente hasta el 32% en la medida en que aumentasen los 
volúmenes de explotación. Todos los cálculos que se hicieron no alcanzaban esa 
cifra en los próximos 20 años. Por lo demás, según el mismo proyecto, era 
deducible del impuesto a las utilidades. 
Aunque es evidente que el gobierno, al asumir esa propuesta, se pone al frente 
de las demandas de la mayoría de los sectores sociales, es posible asumir que 
trata de encontrar un término medio que conduzca a un entendimiento con las 
petroleras. Sin embargo, cuando en el Congreso Nacional se hizo evidente que su 
propuesta no prosperaba, inició una campaña que, en el afán de desprestigiar las 
posiciones contrarias a la suya, terminó creando una imagen de incertidumbre 
generalizada que le ha hecho un daño grave al país. 
Partir la ganancia 
La posición que fue ganando consenso fue la imposición de una regalía del 50%. 
El gobierno mantuvo una fuerte oposición, lo que determinó que la propuesta 
tuviera el apoyo mayoritario de la población. El dilatado debate que se produjo 
alrededor de estos factores, llegó a su punto culminante cuando, hace dos 
semanas, la cámara de diputados aprobó una fórmula mediatizada entre la fórmula 
del gobierno y la demanda del 50%. Esta propuesta mantiene el18% de las regalías 
y fija un impuesto del 32% en boca de pozo no deducible en el país pero sí en el 
exterior. 
Aunque el MAS ha anunciado que mantiene su oposición y exigirá que se establezca 
su propuesta del 50%, la larga batalla está culminando y, todo indica que se 
habrá alcanzado una considerable recuperación. 
Las empresas se quedan 
Volviendo al principio, las empresas petroleras están librando sus últimas 
batallas para retener sus jugosas ganancias, pero saben que, finalmente, tendrán 
que acomodarse a las nuevas reglas del juego. 
A fines de este mes, se habrá alcanzado la aprobación de una ley que, sin 
satisfacer ni a unos ni a otros, será un buen punto de partida para encarar, la 
explotación del gas con beneficios para el país.