Un gobierno en
disputa
Antonio Elías
Brecha/ Cádiz Rebelde
La fuerza política de izquierda que asume el gobierno el 1 de marzo está
lejos de ser ideológicamente homogénea. De cómo se diriman las contradicciones
entre las diferentes tendencias que lo componen dependerá la profundidad del
cambio.
La crisis económica y su correlato de pobreza y exclusión debilitaron el
"sentido común" neoliberal, lo que contribuyó al triunfo electoral de una
coalición de fuerzas sociales y políticas opositoras al modelo que se aplica en
el país desde los setenta. Múltiples expectativas se han generado pero aún no es
posible discernir cuál es la profundidad y viabilidad de sus propuestas de
cambio.
El nuevo gobierno debe responder, con mayor o menor énfasis, a las deudas
externa y social. En el marco institucional, las finanzas públicas y la política
presupuestal se reflejan las presiones de los organismos multilaterales de
crédito y de la creciente masa de pobres y excluidos.
Las nuevas autoridades fueron electas bajo un programa más o menos laxo y
existen en su seno concepciones político ideológicas y estrategias de desarrollo
relativamente diferentes. Las polémicas acerca del modelo a aplicar y las pugnas
por las designaciones así lo demuestran.
Existen, esquematizando, dos tendencias: una, que exige equilibrios fiscales,
estabilidad macroeconómica y de las reglas de juego, apostando a la inversión
privada nacional y extranjera que permitiría un proceso de crecimiento que
sustentaría los proyectos de sociales, propuesta que se identifica a si misma
con los gobiernos de Brasil y Chile. La otra plantea una nueva estrategia de
desarrollo productivo para superar una crisis estructural de larga data a través
de procesos de participación creciente de las organizaciones sociales y de
cambios culturales e institucionales que fortalezcan el papel del Estado como
orientador del proceso económico. La predominancia de una u otra posición
dependerá de múltiples factores, entre los cuales se destacan los niveles de
conciencia y organización de la sociedad.
La crisis es estructural
La sociedad uruguaya y el Estado no han encontrado caminos para superar una
crisis estructural de inserción internacional y de desarrollo productivo de
larga data.
Los sectores dominantes ubicaron las causas profundas del estancamiento
productivo en la transferencia de recursos del sector exportador hacia los
sectores protegidos y como respuesta imponen (dictadura militar mediante) un
modelo extrovertido, extremista en su preferencia por el mercado y en el
cuestionamiento de la acción colectiva a través del Estado. Intentan excluir lo
político, porque provoca acciones voluntarias que inciden negativamente en el
orden "natural" del mercado, omitiendo que los procesos sociales son siempre
históricos.
Represión mediante se procesaron importantes transformaciones institucionales,
que se concretaron en una ley de inversiones extranjeras y una disminución
generalizada y progresiva de las restricciones a las importaciones con el fin de
generar una reconversión industrial para reemplazar la industria sustitutiva de
importaciones por actividades de exportación.
Mientras que la liberalización comercial tuvo marchas y contramarchas, la
apertura y la desregulación financiera se aplicaron en forma decidida: admisión
del dólar como unidad de cuenta para los contratos internos; libre movilidad de
capitales y de divisas; instalación de la banca off-shore.
La prosecución del libre mercado generó lo contrario a la sustitución de
importaciones: el ingreso de bienes del exterior. El mercado externo, a su vez,
no asumió su papel como impulsor fundamental del crecimiento.
La crisis económica de 1999-2002 tuvo como causas fundamentales las
devaluaciones de sus principales socios comerciales y la incapacidad de la
conducción económica para adaptarse a la nueva situación regional. Se
deterioraron las finanzas públicas, aumentó del riesgo-país, se debilitó el
sistema bancario y se perdió la confianza en la banca oficial.
Se produjo una enorme fuga de capitales a mediados de 2000 - se retiraron el 46%
de los depósitos en dólares del sistema bancario – y el costo fiscal de la
crisis, por concepto de asistencia a instituciones afectadas por la "corrida",
fue superior al 10% del producto.
La deuda bruta del sector público se triplicó: pasó de 34% en 1998 a 93% en
2002, como consecuencia de los persistentes déficits fiscales y de su
financiamiento con endeudamiento.
Los cuatro años de crisis determinaron un gran deterioro de las principales
variables macroeconómicas: Ingreso Bruto Nacional (-19,7%), PBI (-17,5), consumo
(-20,2), inversión (-50,9), exportaciones (-,19,8), importaciones (-37,3),
inflación (-31,7), déficit fiscal promedio (4,3). Como en crisis anteriores, la
expulsión de ciudadanos fue una "válvula de escape" para los problemas de la
sociedad uruguaya.
Dicha crisis, al igual que la de 1982, muestra que: a) "la aplicación de modelos
de estabilización basados en 'anclas cambiarias', con sobrevaluación de la
moneda, déficit fiscal y en cuenta corriente, y dependencia creciente del
financiamiento interno y externo, generan una fase de crecimiento acelerado que
luego, ante el cambio de las condiciones de financiamiento, da lugar a una
crisis múltiple (de balanza de pagos, bancaria, de financiamiento del sector
público y del sector real)"; b) "una economía pequeña como la uruguaya, que
requiere crecer hacia fuera, no puede tener niveles de tipo de cambio real
desalineados de los de sus principales socios comerciales"
La reactivación iniciada en 2003 se basa en una mejora sustancial de la
competitividad externa consecuencia de la pronunciada devaluación del 2002, la
baja inflación posterior y la apreciación de la moneda de los socios comerciales
de la región y de Europa. Comenzó, sin embargo, el año pasado un nuevo proceso
de fortalecimiento de la moneda nacional que afecta la competitividad precio de
las exportaciones y favorece las importaciones con su consiguiente efecto
negativo sobre el mercado interno (la competitividad global del país cayo 13% en
los últimos doce meses).
El canje de la deuda externa pública (mayo 2003) que alejó el default
(postergando los pagos por amortizaciones y aumentando los costos por intereses)
sustentó una estabilización de las variables macroeconómicas y una relativa
recuperación de la confianza en el sistema financiero: cayó el "riesgo país" y
la tasa de interés, crecieron los depósitos bancarios; se mantuvo, sin embargo,
la extrema debilidad del sistema financiero - los depósitos en su inmensa
mayoría siguen siendo a corto plazo y en moneda extranjera - y la fragilidad de
las finanzas públicas.
El déficit fiscal del Gobierno Central ascendió a 4,6 % y 2,1% del PBI, en 2003
y 2004 respectivamente. Esta situación deficitaria tiene larga data, sólo en
1991 y 1992 hubo un pequeño superávit fiscal. El FMI exige un superávit fiscal
primario de 4% del PBI: la dirección del nuevo equipo económico propone el 3,5%.
En ambos casos lograr dichos superávit requiere impulsar una ley presupuestal
sumamente restrictiva que no dará respuesta a la deuda social.
Las dificultades para el nuevo gobierno están, además, en la rigidez del gasto
público y en la composición del mismo; en 2004 los gastos no discrecionales
fueron el 57% del total (36% de asistencia a la seguridad social y 21% de
intereses de deuda) y los discrecionales, 43% del total (18% remuneraciones, 16%
otros gastos de funcionamiento, 3% transferencias y sólo 6% inversiones).
Entre la deuda pública y la deuda social
La deuda del Sector Público es impagable, debe U$S 13.428 millones, el PBI de
2004. En los próximos cinco años, período del nuevo gobierno, se concentran
pagos por U$S 6.552 millones en amortizaciones y U$S 2.567 millones en
intereses, 49% y 43%, respectivamente, del total de compromisos de deuda.
En 2005 y 2006 el Sector Público No Financiero debería pagar por intereses U$S
717 millones y U$S 576 respectivamente (24% y 19% del presupuesto del Gobierno
Central), lo cual impediría que se comience a pagar, a través del presupuesto
público, la enorme deuda socia. Debe considerarse, como muestra, que en 2004 se
pagaron por intereses más de lo pagado en un año a todos los trabajadores del
Gobierno Central (112%). El problema de la deuda vuelve a ser fundamental como
en los años 80.
La deuda social debería ser una prioridad nacional, dentro de este concepto se
pueden incluir: las necesidades básicas insatisfechas de la población; el
deterioro de la capacidad y calidad de los servicios públicos; la incapacidad
del país para generar empleo adecuado a todos los que lo necesitan; la parte del
presupuesto público asignado que no fue ejecutado (U$S 300 millones anuales en
promedio en los últimos cinco años).
La pobreza excede las carencias materiales imponiendo restricciones de los
derechos humanos y ciudadanos; las personas que viven en esa situación (41% en
2003) son vulnerables social y económicamente. Esto es más grave ya que afecta
fundamentalmente a los niños y adolescentes, 61% de los menores de dieciocho
años, y como contrapartida solamente son pobres el 10% de las personas en la
tercera edad y el 38% de los adultos.
Estudios realizados demuestran, a su vez, que: "El aumento de la desigualdad
obedece principalmente al mal desempeño del mercado de trabajo en los 90. Tanto
el aumento del desempleo como el aumento de la desigualdad salarial se trasladó
a los hogares (...) La situación del mercado de trabajo es un factor explicativo
central de la evolución de la desigualdad de los hogares y por tanto, de la
pobreza."
Hay indicadores rotundos: a) el salario real, se redujo 23% de 1998 a 2004; b)
el desempleo creció de 10,1% en 1998 a 16,9% en el 2003, si bien descendió en
2004 a 12,1%; c) los ocupados con problemas de empleo pasaron de 20,3% a 44,6%;
d) continuó aumentando la brecha entre el producto por habitante y el salario
real, el crecimiento del PBI en 2003 y 2004 no se reflejó en el salario real que
se redujo 12,4% y 0,4%, respectivamente.
"Durante la recesión 1999-2003 se deteriora la calidad del empleo por el aumento
del subempleo y del empleo no registrado, que acompañan el aumento del
desempleo, de la emigración, de la pobreza y de la exclusión", según demuestra
un estudio del Instituto de Economía.
El 40% de la población económicamente activa no tiene cobertura de seguridad
social, considerando los trabajadores que deberían ser cotizantes del BPS y no
lo son y los desempleados que no cobran la prestación del seguro de desempleo.
Los desafíos y los márgenes de maniobra de un gobierno en disputa
El modelo económico neoliberal, los shocks externos y las carencias de la
conducción económica han afectado fuertemente al aparato productivo, en
particular al sector manufacturero - bajos niveles de inversión, retraso
tecnológico, pérdida de mercados externos, desaparición y desestructuración de
empresas y productores -, lo que ha tenido consecuencias muy negativas en los
niveles de empleo, distribución del ingreso y, consecuentemente, en el aumento
de la segmentación y la exclusión social.
Se ha reducido la capacidad del Estado a través de ajustes fiscales y desajustes
fiscales permanentes, la desregulación de mercados, la privatización parcial de
empresas estatales y el entramado clientelista y los niveles de corrupción de
aquellos sectores del bloque en el poder que realizan sus intereses a través del
Estado.
Son múltiples, por tanto, los desafíos económicos del gobierno electo, entre los
que destacan:
a) Comenzar a pagar la enorme deuda social (que no se agota con el plan de
emergencia), que implica mejorar sustancialmente la capacidad del Estado, el
cual con transparencia absoluta debería impulsar procesos de participación
social efectivos.
b) Impulsar una estrategia de desarrollo superadora de la causa principal de la
deuda social: la baja calidad de las condiciones de trabajo;
c) Renegociar la deuda pública externa e interna a fin de liberar recursos para
atender a través del presupuesto público las demandas sociales e impulsar el
desarrollo productivo.
d) Mantener un tipo de cambio competitivo que sostenga el crecimiento exportador
y la estabilidad macroeconómica.
e) Modificar la institucionalidad económica - creada en treinta años de
neoliberalismo-, para favorecer el desarrollo del mercado interno y de actores
sociales fundamentales como los trabajadores.
Evaluar las probabilidades de que se superen esos desafíos y se satisfagan las
demandas sociales hace necesario considerar algunos aspectos políticos claves:
- Accede al gobierno, no al poder, una fuerza política policlasista que incluye
en su base social a trabajadores, capas medias y sectores de la burguesía
nacional.
- En lo ideológico el triunfo del FA no se produce por un corrimiento a la
izquierda de la ciudadanía, sólo un 33% de los votantes se define como de
izquierda o centro izquierda.
- El cambio esencial es un corrimiento de la propuesta programática hacia el
centro lo que se refleja en la sucesiva ampliación de las alianzas.
Como consecuencia, en el seno del gobierno electo, y en la fuerza política, se
expresan intereses socioeconómicos contrapuestos que no permiten afirmar, a
priori, si el nuevo gobierno será una alternativa al neoliberalismo.
Se inicia un proceso signado por la contradicción latente entre una tendencia
que se expresa en la dirección de la conducción económica – la cual tiene
propuestas de política macroeconómicas más cercanas a la continuidad del modelo
neoliberal que a una ruptura con dicho modelo -, y otras posiciones, como las
del PIT-CNT, que apuestan a cambios importantes en la forma de organización del
proceso económico jerarquizando el papel del Estado, los trabajadores y la
sociedad en la aplicación de una estrategia de desarrollo productivo con énfasis
en el fomento de la producción nacional, las pequeñas y medianas empresas y el
cooperativismo, lo que exige cambios importantes en las reglas de juego y en la
política económica.
No puede haber una estrategia alternativa de desarrollo en el marco de las
instituciones (reglas de juego) creadas por el neoliberalismo: la búsqueda de
cambios institucionales, tanto para crear "compuertas" a la globalización, como
para acotar los daños que provocan los actuales derechos de propiedad, deberían
ser aspectos prioritarios de la agenda económica.
En el superávit fiscal primario que se acuerde como meta con el FMI y en la
prioridad que tengan, en el presupuesto nacional, la deuda externa o la deuda
social se estará reflejando el predominio de una u otra concepción.
Las dos tendencias señaladas pueden coexistir durante un tiempo, pero el
estrecho margen de maniobra económico financiero provocará la agudización de la
contradicción que significa mejorar sustancialmente la capacidad de los
trabajadores - defensa de los fueros sindicales, aplicación de los consejos de
salarios, ley de negociación colectiva y puesta en marcha del Consejo de
Economía Nacional - y tratar de aplicar, a la vez, políticas que no difieren
significativamente de las que han predominado en los últimos años.
La disyuntiva del nuevo gobierno es aceptar, más allá de los "discursos y los
gestos", las premisas del modelo dominante o elegir un camino independiente, lo
cual implicará necesariamente desarrollar un paradigma institucional
alternativo.
Para que haya un Uruguay productivo no basta con el cambio de gobierno, hay que
cambiar el modelo - las reglas de juego y la estrategia de desarrollo - y para
ello se requiere una acumulación de fuerzas mucho mayor que para realizar
cambios de grado dentro de la actual trayectoria. Esa es la tarea.