La hipnosis
progresista
Ernesto Herrera
Correspondencia de prensa*
Legitimidad incontestable
Euforia y esperanza. Centenares de miles de personas de todas las edades tomaron
las calles para saludar a Tabaré Vázquez, el 'compañero presidente'. El 1º de
marzo, el gobierno de centroizquierda asumió la conducción del país. El apoyo
político del 'bloque regional progresista' estuvo presente con su plana mayor:
Kirchner, Lula, Chávez, Lagos. Como para darle la razón a los comentarios
periodísticos de que 'la región gira a la izquierda' o a las afirmaciones
persistentes del presidente venezolano sobre 'la nueva Suramérica'.
La incontestable legitimidad política y social del nuevo gobierno no tiene
precedentes. Los sindicatos, los medios académicos, el conjunto de las
organizaciones populares, de sectores importantes del empresariado, lo
respaldan. Los índices de apoyo en la 'sociedad civil' rondan el 80%, y un 73%
opina que el nuevo gobierno será 'bueno o muy bueno', casi un 65% piensa que su
situación económica personal 'mejorará'…aunque 'no se pueden esperar milagros de
un día para otro'. La mayoría parlamentaria en ambas cámaras (diputados y
senadores) del gobierno le permite votar, entre otras leyes, el decisivo
presupuesto nacional donde se asignan los recursos de inversión social y
salarios públicos.
Justamente, porque el pronunciamiento del 31 de octubre 2004 fue tan categórico
y la derrota electoral de la derecha tan aplastante, es que se instala con
fuerza en amplias capas sociales, la idea de un 'gobierno del pueblo', donde las
aspiraciones antineoliberales se confunden con las de un publicitado 'cambio
posible'. En tal sentido, la delegación hacia el gobierno del Encuentro
Progresista-Frente Amplio -identificado en la conciencia popular como el
gobierno de la izquierda histórica- garantiza una 'luna de miel' prolongada.
Aquí y ahora, no se puede hablar de 'crisis de representación política'.
En este escenario, el movimiento popular y la izquierda se aprestan a recorrer
una experiencia inédita en su larga historia de lucha, centenas de sus cuadros
políticos y técnicos (tupamaros, comunistas, socialistas, etc.) pasan a
reciclarse en el gobierno del Encuentro Progresista-Frente Amplio y la
administración del aparato estatal. Algunos de ellos, convencidos de que pueden
'empujar al gobierno más hacia la izquierda'.
Las primeras medidas (anunciadas por el presidente en un acto de masas y no en
los ámbitos de la 'democracia representativa' como era habitual) refuerzan la
idea de 'cambio' y 'democracia participativa'. Compromiso de aclarar
'definitivamente' el tema de los desaparecidos, para 'dar vuelta la página' y
que las fuerzas armadas -según la ministra de Defensa, Azucena Berruti- 'se
reencuentren con la sociedad'; puesta en práctica un Plan de Emergencia Social
cuyo blanco son los 'indigentes' y 'más pobres'; instalación de los Consejos de
Salarios (negociaciones entre patronales y sindicatos) en un país donde los
trabajadores perdieron el 20% de sus ingreso en los dos últimos años;
reubicación de mandos y funcionarios policiales identificados con los 'valores
democráticos' y derecho de sindicalización; derogación de mecanismos represivos
impuestos por los anteriores gobiernos neoliberales; el combate a la corrupción,
y la conocida promesa de austeridad 'republicana' en el manejo de los recursos
públicos.
En el terreno internacional se restablecieron las relaciones diplomáticas con
Cuba; se firmaron acuerdos de colaboración en derechos humanos con Argentina, y
de intercambio comercial con Venezuela, Paraguay, Cuba; y se reitera la 'apuesta
estratégica' en el Mercosur y la 'comunidad latinoamericana de naciones'. Estas
primeras señales fueron empañadas (ya durante la 'transición) por el voto
favorable de los parlamentarios del Frente Amplio al envío de tropas de
ocupación a Haití, bajo la excusa de acompañar a los gobiernos de Argentina y
Brasil en la operación 'humanitaria' de la ONU.
Emergencia Social
La gravedad y la extensión de la crisis socio-económica rompe los ojos: casi un
millón de pobres (32% de la población total); 14% de desocupación; 35% de la
fuerza de trabajo en situación de 'precariedad'; decenas de miles de personas
viviendo en asentamientos precarios; el 54% de los niños que nacen y crecen en
los hogares 'desafiliados socialmente'. En este cuadro, el Plan de Emergencia
Social (Plan de Atención Nacional a la Emergencia Social - PANES), asume el
carácter de 'buque insignia' del gobierno. Alcanzará a 200 mil personas y tendrá
una duración de dos años. Incluye un 'ingreso ciudadano' (cuyo monto monetario
no está resuelto) y varias prestaciones en términos de alimentación, salud,
educación, vivienda y transporte.
En un principio, consumirá solamente U$S 100 millones, el 0,7% del PIB anual
(una cifra irrisoria si tenemos en cuenta que al pago de los intereses de la
deuda externa se dedicará casi un 4% del PIB) y en etapas siguientes contará con
la 'ayuda' del Banco Mundial, el BID y algunos países de la Unión Europea. Según
la ministra responsable del área (Marina Arismendi, Partido Comunista), el éxito
de la propuesta depende de 'una amplia participación popular' y de la
interacción del aparato del Estado, los municipios, las ONGs, los pequeños
comercios, y los voluntarios (ver más adelante). El objetivo es que en dos años
se puedan 'erradicar los merenderos y comedores' donde hoy se concentran los
'indigentes'.
Padrinazgo del FMI
Sin embargo, las principales señales van hacia la derecha y los 'inversores
privados'. Diálogo y acuerdo multipartidario (en economía, educación, política
exterior) con los partidos burgueses para asegurar la 'gobernabilidad';
bienvenida a Telmex en la 'competencia' en telefonía celular, instalación de
Botnia, la transnacional finlandesa de la celulosa, pese a las protestas de las
organizaciones sociales y de numerosas personalidades incluso en el Foro Social
Mundial de Porto Alegre; inversiones de la transnacional brasilera de la bebida,
Ambev, que llegaron de la mano de Lula, aunque la empresa practique
sistemáticamente medidas antisindicales; mantenimiento del 'secreto bancario' y
del régimen de AFAP (administradoras de fondos de pensión).
Por el contrario, no habrá 'salariazo', y el reclamo de los sindicatos de
aumentar el salario mínimo a 5.000 pesos (250 dólares) ya fue desestimado. La
'recuperación del ingreso' quedará supeditada a la creación de 'empleos
genuinos' lo que a su vez depende del volumen de 'inversiones productivas' que
realicen los 'empresarios nacionales y extranjeros'. Es decir, la misma
cantinela neoliberal; primero crece la torta y después se 'reparte'. El conjunto
de esto pasos viene de la mano con lo que será el punto nodal para poner en
práctica el proyecto de 'país productivo': las negociaciones con el FMI.
El ministro de Economía, Danilo Astori, ya lo ha dejado explícitamente claro:
'Sin un acuerdo con el FMI hoy no hay cambio (…) la mayoría de la inversión va a
ser privada y del exterior (…) Por eso para darles o no trabajo a los uruguayos
va a depender de un acuerdo con el Fondo'. (El Observador Económico, Montevideo,
25-2-05).
Obviamente, la cuestión de la deuda externa pública estará en el centro de las
negociaciones. El gobierno progresista ha sido enfático: cumplirá religiosamente
con los 'compromisos contraídos' por el país. Veamos. En 1999 la deuda bruta era
de U$S 8.500 millones y en 2004 U$S 13.500 millones…el PIB era en 1999 de U$S
21.000 millones y a finales de 2004, U$S 13.000 millones. El FMI requiere un
'superávit primario' del 4% (en 2004 fue del 3,8%) para garantizar el pago de
los intereses y 'obtener credibilidad frente a los mercados' e inversores
privados, actores esenciales en la 'sustentabilidad' del programa del nuevo
gobierno (Uruguay cuenta con una de las menores tasas de inversión de América
del Sur respecto al PIB: alrededor de 14%). El calendario de pagos a los
'acreedores' es insostenible: el país deberá transferir a las instituciones
financieras internacionales U$S 3.000 millones en los próximos dos años. Si como
todo parece indicarlo, el gobierno claudica ante los condicionamientos del FMI y
los 'mercados', su propuesta de 'cambio', 'país productivo' y 'reactivación del
mercado interno', serán una ilusión óptica.
En tal sentido, el gobierno de Tabaré Vázquez pondrá en tela juicio, por lo
menos, dos de los pilares básicos de cualquier gobierno que se pretenda de
izquierda: 1) una real distribución de la riqueza a favor de los trabajadores y
capas sociales empobrecidas, lo que implica afectar la 'rentabilidad' de los
capitalistas; 2) medidas que apunten a quebrar el círculo de hierro de la
dependencia con respecto al imperialismo y sus agencias de 'crédito', lo que
implica una ruptura con las condiciones que imponen las Cartas de Intención del
FMI y los programas de 'ayuda' del Banco Mundial y el BID. Por ahora, nada de
esto figura en la inmediata agenda progresista.
Vitalidad popular
El gobierno cuenta con oxígeno, aunque no es portador de un cheque en blanco. Si
bien nos encontramos en unos de los momentos más bajos de las luchas sociales,
la experiencia acumulada en la amplia resistencia antineoliberal (que ha
impedido la privatización del agua, las telecomunicaciones, la electricidad,
etc.) permite afirmar que las demandas socio-económicas continuarán dibujando el
paisaje del nuevo período que se abre.
El programa del gobierno progresista no contempla muchas de las reivindicaciones
por las cuales el movimiento obrero y popular se enfrentó a las clases
propietarias y a las coaliciones neoliberales de blancos y colorados. Su
estrategia apunta a un 'pacto productivo' que diseñe un escenario de 'paz
social' y brinde mayor tranquilidad a unos 'mercados' que, sin embargo, han
'reaccionado favorablemente': el 'riesgo país' es el más bajo de los últimos 5
años (336 puntos).
Paro toda la energía social que hoy se expresa en esperanza politizada, puede
traducirse en organización y movilización. Esto no se debe subestimar. A pocas
horas de entrar en funciones Tabaré Vázquez, cientos de voluntarios se
inscribieron, ya el primer día, para incorporarse a la tareas de apoyo del Plan
de Emergencia Social: en su mayoría militantes de izquierda, activistas de los
movimientos sociales o simples ciudadanos de a pie. La pronta, voluntaria y
masiva respuesta hacia el Plan de Emergencia Social, no solamente refuerza la
legitimidad del gobierno, manifiesta también, una extendida voluntad de
participar, vital y directamente, de un proceso de autoorganización y
socialización de la solidaridad de clase.
Evidente, esa voluntad de 'cambio' chocará con las restricciones de un programa
económico cuya matriz la impone el FMI; también, con los innumerables obstáculos
burocráticos y la decisión gubernamental de controlar desde arriba la
'espontánea' adhesión de un movimiento de masas que se apropia del 'hecho
histórico' de haber quebrado la dominación bipartidista burguesa.
* Ernesto Herrera es militante de la izquierda radical, editor del boletín
informativo Correspondencia de Prensa.