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Se recrudece tensión entre el Estado colombiano y campesinos tras la última masacre de la que responsabilizan al ejército
Constanza Vieira
IPS
La tensión llegó a su punto máximo entre el Estado colombiano y la pequeña
Comunidad de Paz de San José de Apartadó, en el noroeste del país. Los
campesinos denuncian que el ejército penetró en su aldea luego de asesinar a
ocho pobladores. Pero se niegan a declarar ante la justicia, pues ya no confían
en ella. Más de 146 comuneros fueron muertos desde 1997, sin que se
aclarara ningún crimen.
”Tenemos derecho a no convivir con los victimarios. Necesitamos que el ejército
salga de San José. Ahora está alrededor de nuestras casas, de nuestras escuelas,
de nuestros niños”, sostuvo el viernes un comunicado de la comunidad, integrada
por más de 1.300 campesinos que en 1997 declararon su aldea como territorio
libre de armas y operaciones bélicas.
Según el texto, fuerzas militares penetraron a las 9.15 horas (14:15 GMT) al
poblado, cuyos habitantes acusan al ejército de haber asesinado el 21 de febrero
a ocho personas, entre ellas el líder de la comunidad y tres niños.
”Exigimos al Estado colombiano no tener presencia armada en nuestros lugares de
asentamiento y en nuestros lugares de trabajo. Esta situación nos coloca en
grave riesgo pues nos sitúa como objetivos militares”, agrega el texto.
Este es un reclamo que la comunidad también mantiene ante los demás actores
armados de esta guerra interna que lleva más de cuatro décadas: los
paramilitares de derecha y las izquierdistas Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia, FARC.
”Si el estado colombiano persiste en esta actitud de hostigamiento nos veremos
obligados a un desplazamiento forzado”, advirtió el texto.
El 21 de febrero, fue torturado y muerto el reconocido líder comunitario Luis
Eduardo Guerra, de 35 años, su esposa y su hijo de 11, otra pareja campesina,
sus dos niños, de cinco y un año y medio, y otro campesino. Todos los cadáveres
aparecieron destrozados.
Guerra era interlocutor ante el Estado para la aplicación de acciones
provisionales de protección a esa comunidad, dispuestas por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos de la OEA el 9 de octubre de 2000, y que
habían sido precedidas por medidas cautelares dictadas en diciembre de 1997 por
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos del mismo organismo hemisférico.
Guerra se había reunido tres veces con el vicepresidente Francisco Santos, quien
se comprometió personalmente a impulsar las medidas de seguridad para la
Comunidad de Paz.
En una audiencia ante la Corte, que se llevará a cabo en San José de Costa Rica
el 14 de este mes, el gobierno colombiano tendrá que mostrar qué acciones adoptó
para garantizar la vida y la seguridad de los integrantes de la Comunidad de
Paz.
De acuerdo con el informe de una comisión de verificación integrada por 100
campesinos de la comunidad, los hechos del 21 de febrero son responsabilidad de
efectivos de la Brigada XVII del ejército.
Algunas autoridades niegan la acusación, mientras otras prefieren esperar los
resultados de la respectiva investigación judicial.
Pero los fiscales que llegaron a San José de Apartadó a efectuar interrogatorios
se encontraron con dos muros.
Uno, el que los habitantes construyeron, ladrillo a ladrillo, con el nombre en
cada uno de más de 146 asesinados desde marzo de 1997, cuando se proclamaron
neutrales frente a la guerra.
El otro fue un muro de silencio.
La comunidad refrendó su decisión pública del año pasado, cuando resolvió romper
con el sistema judicial, en vistas de que todos los crímenes seguían impunes.
”Sólo vamos a hablar ante la Corte Interamericana” de Derechos Humanos de la OEA
(Organización de los Estados Americanos), contestaron los campesinos a los
fiscales cuando éstos les requirieron declarar sobre los hechos.
La posición comunitaria se vio debilitada por un ataque contra los
investigadores perpetrado aparentemente por las FARC en el camino de 12
kilómetros que une San José con la cabecera municipal, Apartadó, en el
departamento de Antioquia, en el que resultó muerto un joven policía.
Los campesinos condenaron el ataque.
”El fiscal de derechos humanos en Bogotá me llamó y me dijo que yo debería estar
en ese momento en su oficina. Le contesté que no: hago objeción de conciencia y
no voy a ir”, dijo a IPS Gloria Cuartas, quien era alcaldesa de Apartadó cuando
surgió la iniciativa pacifista.
”La comunidad de San José ya ha dicho que no van a continuar sometidos a
interrogatorios, en un país donde el testimonio es manipulable, donde se compran
testigos, se paga a la gente para que hable sobre otros, se obstruyen pruebas”,
agregó.
Cuartas había acompañado a la comisión de verificación campesina a los lugares
donde se hallaron los cadáveres. El miércoles recibió amenazas de muerte por
teléfono.
También fue amenazado un conductor que se prestó el sábado 26 de febrero a
transportar los cuerpos del cementerio de Apartadó hasta San José, donde fueron
velados.
Requerida también para declarar por las fiscalías de Apartadó y de Medellín
(capital de Antioquia), Cuartas contestó que ”no voy a dar ninguna declaración
ante ningún operador de justicia de este país”.
”La experiencia demuestra que durante ocho años de denuncias siempre se buscó el
testimonio de la víctima pero nunca el de los victimarios. Y en todas las
denuncias que hicimos siempre fueron amenazados o asesinados quienes llegaron a
presentar sus declaraciones”, argumentó.
”El nueve de marzo de 2004, después de entregar 220 pruebas que implican al
general Rito Alejo del Río (ex comandante de la Brigada XVII), sin embargo la
investigación precluyó. Muchas de las personas que denunciaron contra el
general, fueron asesinadas”, dijo Cuartas.
Los comuneros se reunieron el miércoles con una delegación de la ONU que visitó
el lugar, integrada por el director del Alto Comisionado de las Naciones Unidas
para los Refugiados (Acnur) en Colombia, Roberto Meier, y por Amérigo
Incalcaterra, director adjunto de la oficina local de la Alta Comisionada de las
Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Con ayuda de religiosos católicos, la comunidad ha consignado detalladamente y
denunciado en forma pública todas las violaciones de derechos humanos contra los
suyos. Con ese grueso archivo respondió a la acusación de ”obstrucción de la
justicia”, que le efectuó el propio mandatario Álvaro Uribe, en mayo del año
pasado.
”Uribe está en el origen de la historia de la comunidad de paz”, dijo a IPS el
sacerdote jesuita Javier Giraldo, asignado por la Compañía de Jesús para
asesorar a la comunidad de San José.
El actual mandatario fue gobernador de Antioquia entre 1995 y 1997 y asumió la
presidencia en agosto de 2002.
”Cuando se comenzó a hablar de resistir, se habló de crear comunidades
neutrales”. Uribe ”apareció de pronto” en una reunión ”y empezó a hablar de la
neutralidad activa tal como la entendía él: hacer una alianza con el ejército
para no permitir la presencia de la guerrilla en las comunidades”, relató.
”Su propuesta era tan distante de lo que se proponía, que el obispo Tulio Duque,
entonces obispo de Apartadó, le dijo 'señor gobernador, su propuesta no es la
misma nuestra', y él, muy enojado, se retiró”, agregó Giraldo.
”El gobernador se estaba apropiando del lenguaje de la neutralidad”, y por eso
la comunidad no tomó el nombre de ”neutral” sino ”de paz”, relató el sacerdote.
Ya como presidente electo, en una gira por Europa, Uribe comenzó a anunciar la
militarización de San José y de otras comunidades que siguieron su ejemplo,
según Giraldo.
En mayo del año pasado, en la celebración de un consejo de seguridad en Apartadó,
Uribe había dicho que ”en Colombia no debe haber un centímetro del territorio
excluido de la presencia de las instituciones”.
Pero el gobierno no admite la existencia de un conflicto armado, sino de ”una
amenaza terrorista” contra la democracia, una situación ante la cual todos los
civiles deben tomar partido.
”Siempre hemos pedido y exigido al estado colombiano la presencia permanente de
sus órganos civiles de control como la Procuraduría (ministerio público) y la
Defensoría del Pueblo. Pero de ninguna manera aceptamos la presencia de las
fuerzas militares entre nosotros”, afirmó el comunicado campesino del viernes.