Internacional
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El racismo de Occidente favorece a los terroristas
Naomi Klein
Ya se volvió un artículo de fe que Gran Bretaña era vulnerable al terror por
su antiracismo políticamente correcto. Sin embargo, los comentarios de Osman
sugieren que lo que propulsó al menos a algunos de quienes colocaron las bombas
fue la furia ante lo que percibían como un racismo extremo. Y, ¿cómo más podemos
nombrar la creencia tan común que casi ni la notamos de que las vidas
estadunidenses y europeas valen más que las de los árabes y los musulmanes, a
tal grado que sus muertes en Irak ni siquiera se contabilizan?
No es la primera vez que este tipo de cruda desigualdad nutre al extremismo.
Sayyid Qutb, el escritor egipcio generalmente tomado como el arquitecto
intelectual del Islam político radical, tuvo su epifanía ideológica mientras
estudiaba en Estados Unidos. El puritano estudiante estaba horrorizado con las
licenciosas mujeres de Colorado, es verdad, pero fue más significativo el
encuentro de Qutb con lo que más tarde describió como "la discriminación racial
fanática y malvada" de Estados Unidos. Coincidentemente, Qutb llegó a Estados
Unidos en 1948, año en el que se creó el Estado Israelí. Fue testigo de un
Estados Unidos ciego a los miles de palestinos que el proyecto sionista volvía
refugiados permanentes. Para Qutb, no se trataba de política, era un asalto a su
identidad básica: claramente, los estadunidenses creían que las vidas árabes
valían mucho menos que las de los judíos europeos. Según Yvonne Haddad, un
profesor de historia en la Universidad de Georgetown, esta experiencia "dejó a
Qutb con un amargo sentimiento que nunca se pudo quitar de encima".
Cuando Qutb regresó a Egipto, se unió a la Hermandad Musulmana, que lo llevó al
próximo evento que cambió su vida: lo arrestaron, fue severamente torturado y
condenado por conspirar contra el gobierno, mediante una farsa de juicio. La
teoría política de Qutb se formó a profundidad con la practica de la tortura. No
sólo veía a sus torturadores como subhumanos, sino que estiró esa categoría para
que incluyera a todo el Estado que ordenó esta brutalidad, incluyendo a los
musulmanes practicantes que pasivamente apoyaban el régimen de Nasser.
La vasta categoría de subhumanos de Qutb permitió que sus discípulos
justificaran la matanza de "infieles" ahora prácticamente todos siempre y cuando
se hiciera en nombre del Islam. Un movimiento político por un Estado islámico se
transformó en una violenta ideología que cimentaría las bases intelectuales para
Al Qaeda. En otras palabras, el llamado terrorismo islámico fue "cosecha propia"
del Occidente mucho antes de los ataques del 7 de julio desde su inicio fue una
progenie moderna quintaesencial del racismo ocasional de Colorado y los campos
de concentración en El Cairo.
¿Porqué vale la pena desenterrar esta historia ahora? Porque hoy, las chispas
gemelas que encendieron la furia por cambiar el mundo de Qutb son rociadas de
gasolina: cuerpos árabes y musulmanes son degradados en cámaras de tortura
alrededor del mundo, y sus muertes en guerras coloniales simultáneas son
ignoradas, al tiempo que la evidencia gráfica digital de estas pérdidas y
humillaciones está al alcance de cualquiera que tenga una computadora. Y, de
nuevo, este coctel letal de racismo y tortura arde por las venas de los enojados
jóvenes. Conforme el pasado de Qutb y el presente de Osman se revelan, se ve que
no es nuestra tolerancia hacia el multiculturalismo lo que alimenta al
terrorismo; es nuestra tolerancia a la barbarie cometida en nuestro nombre.
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Tony Blair se metió en este explosivo entorno, empeñado en hacer pasar a dos de
las principales causas del terror como su cura. Pretende deportar a más gente a
países donde probablemente enfrenten tortura. Y seguirá librando guerras en las
cuales los soldados no se saben el nombre de los pueblos que están demoliendo.
(Por citar sólo un ejemplo, un informe de Knight Ridder [cadena de
periódicos] del 5 de agosto cita a un sargento de la marina que incita a su
pelotón diciéndoles: "Estos serán los buenos viejos tiempos, en los que
trajeron... muerte y destrucción a ¿cómo chingados se llama este lugar?" Alguien
intervino: "Haqlaniyah".)
Mientras tanto, en Gran Bretaña no escasea la "discriminación racial fanática
y malvada" denunciada por Qutb. "Claro, también ha habido actos aislados e
inaceptables de odio racial o religioso", dijo Blair antes de dar a conocer su
plan de 12 puntos para luchar contra el terror. "Pero han sido aislados".
¿Aislados? La Comisión Islámica de Derechos Humanos recibió 320 quejas de
ataques racistas tras los bombardeos; el Grupo Monitor ha recibido 83 llamadas
de emergencia; Scotland Yard dice que los crímenes de odio se incrementaron 600%
respecto a 2004. Y el año pasado no está para presumir: "Uno de cada cinco
votantes de minorías étnicas en Gran Bretaña dijeron que habían considerado
dejar Gran Bretaña debido a la intolerancia racial", según una encuesta de
The Guardian en marzo.
Esta última estadística muestra que el tipo de multiculturalismo practicado en
Gran Bretaña (y Francia, Alemania, Canadá...) poco tiene que ver con una genuina
igualdad. Más bien se trata de una oferta faustiana, negociada entre políticos
en busca de votos y líderes comunitarios autoasignados, una [oferta] que
mantiene a las minorías étnicas escondidas en ghettos periféricos patrocinados
por el Estado, mientras los centros de la vida pública en buena medida no son
afectados por los cambios sísmicos en la composición étnica nacional. Nada
muestra la superficialidad de esta supuesta tolerancia más que la velocidad con
la que ahora se les dice a las comunidades musulmanas que "se vayan" (por citar
al miembro del parlamento Gerald Howarth) a nombre de los valores esenciales
nacionales.
El problema real no es que haya demasiado multiculturalismo, sino demasiado
poco. Si a la diversidad ahora ghettoizada en los márgenes de las
sociedades occidentales geográfica y psicológicamente realmente se le permitiera
migrar a los centros, podría infundirle a la vida pública en Occidente un
poderoso humanismo nuevo. Si tuviéramos sociedades profundamente multiétnicas,
en vez de superficialmente multiculturales, le resultaría mucho más difícil a
los políticos firmar órdenes de deportación que envían a los solicitantes de
asilo argelinos a la tortura, o librar guerras en las que sólo se contabilizan
los muertos de los invasores.
Una sociedad que verdaderamente vive sus valores de igualdad y derechos humanos,
en casa y en el extranjero, tendría un beneficio adicional. Les quitaría a los
terroristas lo que siempre ha sido su mayor herramienta de reclutamiento:
nuestro racismo.
(Asistencia en la investigación: Andreá Schmidt. Traducción de Tania Molina
Ramírez. Esta columna fue publicada en The Nation)