Internacional
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El Leviatán norteamericano
Paul Labarique
Red Voltaire
Desde inicios del siglo XX, los Estados Unidos han forjado su unidad nacional a partir de la denuncia de un enemigo interno. Los comunistas ocupan un lugar privilegiado entre los blancos de esa cacería de brujas que también incluye a los anarquistas, a los ciudadanos de origen japonés, a los homosexuales y a los ateos. El Estado Federal ha creado gigantescas estructuras de represión articuladas a milicias patronales. Esa violencia permanente contra los chivos expiatorios se dirige hoy a los musulmanes
A partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001, los Estados Unidos registran un alza importante de agresiones contra los musulmanes y de discriminación para contratar a trabajadores musulmanes, árabes o sikhs. En un informe publicado en mayo de 2004, el Consejo para las Relaciones Norteamericano-Musulmanas (CAIR), importante organización musulmana-norteamericana, registró 93 casos de crímenes racistas en 2003, es decir, más del doble que en 2002.
El fenómeno no es nuevo: a lo largo del siglo XX, los Estados Unidos han sufrido olas de violencia dirigidas contra supuestos «enemigos internos» y todo ello con la bendición, incluso la complicidad del Estado Federal.
En 1917, el presidente Woodrow Wilson confió a su ex director de campaña electoral, George Creel, la dirección del primer organismo moderno de propaganda estatal: el Comité para la Información Pública (Committee on Public Information - CPI), que definió los métodos para manipular a las masas aplicados posteriormente por Goebbels en Alemania y Tchakotin en la URSS.
Su misión era convencer a los ciudadanos, utilizando a sus espaldas los medios del Estado, de que era necesario entrar en la Primera Guerra Mundial e invertir en ello todos los recursos del país.
Para ello, Creel exacerbó una forma de nacionalismo, sumiendo al país en una «cacería de brujas» contra todos los que podían ser sospechosos de no ser lo suficientemente patrióticos: los que por razones morales o religiosas rechazaban la guerra, los estadounidenses de origen alemán, los inmigrantes, los comunistas y los que habían escapado al reclutamiento. Una vez terminado el conflicto, la xenofobia de Estado se dirigió no sólo contra los inmigrantes, sino también contra los opositores políticos.
Los Estados Unidos sufren una grave crisis económica durante la reconversión de la economía de guerra en economía de paz. En enero de 1919, tienen lugar importantes huelgas, sobre todo en Seattle, donde 60 000 trabajadores paralizan todas las actividades. Inmediatamente se les califica de «rojos» y se les acusa de fomentar un golpe de Estado. El alcalde de la ciudad, Ole Hansen, anuncia que el municipio cuenta con 1 500 policías y agentes federales para destruir el movimiento. Bajo la amenaza de un baño de sangre, los huelguistas regresan al trabajo.
John Edgar Hoover Director del FBI de 1924 a 1972.
El episodio inaugura una nueva manera de tratar las reivindicaciones sociales y a los opositores políticos. A raíz de una serie de atentados atribuidos a anarquistas en 1919, el secretario de Justicia, A. Mitchell Palmer, inventa el mito del «peligro rojo» (Red Scare). Para luchar contra esa amenaza interna, crea una policía política en el seno del FBI, la División General de Inteligencia (General Intelligence Division - GID), cuyo objetivo es revelar los «complots bolcheviques», identificarlos y luego encarcelar o deportar a los autores.
A la cabeza de esta División coloca a John Edgar Hoover. De esta forma, el Estado ficha a cerca de 200 000 opositores y organizaciones radicales, lo que terminará con el arresto de miles de personas que serán detenidas o expulsadas del territorio, en el caso de extranjeros, en ocasiones por simples palabras contra el capitalismo o contra el gobierno. Todo ello en violación de los derechos más elementales de la defensa (derecho a un abogado, derecho a un proceso justo...).
Esa política no es sólo xenófoba: se acompaña de una retórica según la cual los que cuestionen el orden establecido son «no norteamericanos» (unamerican). Eso equivale a considerar como extranjeros a los que no tienen las mismas opiniones políticas que los gobernantes. También se encuentran especialmente en la mirilla dos partidos, que son también sindicatos: el Internal Workers of the World (IWW, o Wobblies, dirigido por "Big" Bill Haywood, y el Partido Socialista dirigido por Eugene Debs, dos formaciones políticas que se opusieron oficialmente a la Primera Guerra Mundial.
Al mismo tiempo, las huelgas y motines que estremecen al país son calificados en la prensa de «crimen contra la sociedad». Los generales que permanecen en Europa deciden crear una asociación de ex combatientes que pueda regenerar al país, rechazando la lucha de clases y desarrollando los valores de unidad y de sacrificio que triunfaron durante la guerra. El 8 de mayo de 1919 crean la Legión Norteamericana en St. Louis para «apoyar y defender la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica, mantener la ley y el orden, e iniciar y perpetuar un americanismo puro y duro».
Seis meses más tarde, la organización cuenta con más de 650 000 miembros, y luego con un millón a fines de 1919. La mayoría de ellos sólo distribuyen panfletos anticomunistas, pero los elementos más fanáticos no vacilan en batirse con los comunistas reales o supuestos y coordinan las acciones de los «rompehuelgas».
En 1933 el jefe de la Legión Norteamericana recurre a un gran soldado, el ex comandante en jefe de los Marines, el general Smedley Darlington Butler, para transformar la asociación según el modelo francés de la Cruz de Fuego y tomar el poder. Pero en el último momento (como François de La Rocque poco antes en Francia), el héroe se retracta y se niega a encabezar un golpe de Estado fascista [
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