VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Internacional


 

Cultura de la muerte y cinismo desenfrenado

Ulises Urriola
La Fogata

La mega tragedia que afecta en este minuto el sudeste asi�tico, cuya proyecci�n en costo de vidas humanas es aun incuantificable, se ha convertido en un impacto mediatico "sin precedentes".

Mientras c�nicamente el mundo occidental se jacta de poner en obra la ayuda humanitaria mas grande de todos los tiempos, sus medios de informaci�n han transformado esta insoportable cat�strofe en un show televisivo indecente que no respeta pudor ni dignidad por las v�ctimas ni tampoco por los millones de familias que lloran sus muertos y sus desaparecidos en un ambiente de horror seguramente comparable al sufrido por los japoneses de Hiroshima y Nagasaki, pulverizados por las bombas at�micas lanzadas por la aviaci�n de los estados Unidos hace 60 anos.

La visi�n del mundo occidental respecto a esta tragedia mayor se reduce simplemente a la presentaci�n de un teleton despreciable que en vez de sumar las ayudas financieras tendientes a paliar los efectos desastrosos de la cat�strofe, como es el habito de este programa mundial, que una vez por ano socorre ciudadanos afligidos por una patolog�a grav�sima, se han dedicado meticulosamente a adicionar el numero de muertos como si la mayor cifra posible, fuese el objetivo de su "juego televisivo". En realidad, han reemplazado la ayuda urgente e imprescindible hacia los damnificados de uno de los peores terremotos y maremotos de los �ltimos cien anos, por la contabilidad estad�stica de la v�ctimas letales con el prop�sito de ajustar algunas cifras irrisorias de donaciones que no buscan sino desculpabilizarse de sus propias responsabilidades, directas e indirectas, en esta misma cat�strofe. Se sabe fehacientemente, y desde hace muchas d�cadas, que las instalaciones de detecci�n
de maremotos de los pa�ses desarrollados, son suficientemente operacionales como para alertar del peligro a la poblaci�n. Esta vez, ninguna informaci�n llego a los 8 pa�ses mas devastados, procedentes de Hawai por ejemplo.

Los montos de la "ayuda humanitaria", anunciada pomposamente por los pa�ses del G-8 y de la ONU principalmente, no cubren ni siquiera los gastos de manutenci�n de las tropas de ocupaci�n en Irak durante una semana.

No es entonces la ayuda humanitaria que "no tiene precedentes" sino mas bien se trata de la verg�enza sin precedentes que ocupa una vez mas la escena mundial que contrapone el mundo de los ricos al mundo de los pobres.

El descarado discurso de los medios de informaci�n, no solo se contenta de realizar beneficios financieros suplementarios por concepto de venta de las im�genes macabras que invaden el mercado, pero tambi�n apuntan a explotar parodias inadmisibles, tales como se�alar que "la Bolsa en esa regi�n se mantendr� estable", la ayuda humanitaria destinada a las v�ctimas del sismo cataclismico "no alcanza al d�cimo de la alimentaci�n de los perros y gatos en USA" o la desfachatez de Bush de proponer la creaci�n de "una coalici�n internacional" para enfrentar la crisis...En los hechos, la instrumentalizaci�n que se construye a partir del sufrimiento excesivo de regiones planetarias ya dolidas por su condici�n de pa�ses sometidos a los dict�menes del gran capital, tiende a acrecentar la ruptura total y violenta entre dos mundos diametralmente opuestos.

Al mismo tiempo que los pueblos afectados directamente por la cat�strofe se organizan y orientan todos sus esfuerzos en la ayuda concreta sobre el terreno, los gobiernos occidentales estudian la eventualidad de rentabilizar su ayuda preparando una Conferencia internacional, prevista para los primeros d�as del 2005 o proyectan algunas moratorias sobre la deuda externa de esos pa�ses, a largo plazo.

Las ultimas im�genes de la televisi�n global nos muestran estos rincones paradis�acos en formato tarjeta postal, inmersos en esa nostalgia morbosa y c�nica donde inmediatamente despu�s de la cat�strofe, aparecen nuevos turistas desquiciados que se regocijan del sol y del mar en esas "maravillosas islas", donde se han sepultado y quemado miles de v�ctimas humanas en los �ltimos cinco d�as.

La monstruosidad expresada por los due�os de los medios de comunicaci�n y de todos aquellos que los rodean en calidad de s�bditos incondicionales de la apolog�a del horror y del desprecio de la vida humana, trasluce el car�cter obsceno y de decadencia galopante de esta cultura occidental dominante.

Jamas en la historia de la humanidad nos hab�an alineado tantos cad�veres juntos. Ni en Corea, ni en Vietnam ni en El Salvador, menos aun en Falloujah en Irak. Tampoco, en el siniestro terremoto de M�xico en 1985, ni Turqu�a en 1999 o India en el 2001.

Ninguna cat�strofe natural hasta hoy d�a, hab�a sido mediatizada como la del sudeste asi�tico del 26 de diciembre del 2004, con el concurso de tantos "reporteros improvisados". Se sabia que en ese rinc�n del mundo los occidentales practicaban el turismo sexual. Hoy d�a, podemos afirmar sin reservas que asistimos al turismo necrofilo, innovaci�n absoluta de los "valores" de nuestra sociedad.

Los turistas necrofilos han aparecido espont�neamente en los lugares de la tragedia. Nunca antes una tragedia hab�a tenido caracter�sticas tan "internacionalistas". Los miles de turistas europeos, japoneses, australianos y estadounidenses que frecuentan estos para�sos en tiempos de Navidad, raramente olvidan el "souvenir" de rigor. As� se explica que los turistas en posesi�n de c�maras filmadoras, pudieran aportar las preciosas im�genes que seguramente los profesionales de la informaci�n no hubiesen podido exhibir. El milagro mediatico se produjo!

La inmoralidad reside en la utilizaci�n oprobiosa que han hecho los medios de comunicaci�n de estas im�genes rescatadas de lo que nunca se pudo rescatar. Im�genes robadas a la dignidad de las v�ctimas, inescrupulosamente violadas con el vil prop�sito de exportar la muerte en vivo, en el inter�s esp�reo de convertir la dolencia universal en una nueva ganancia econ�mica, bajo cobertura informativa, fiel retrato de la putrefacci�n de nuestra sociedad occidental.


Ulises Urriola

Paris, el 31 de diciembre 2004


������