Argentina: La lucha continúa
|
Desde los pibes alemanes a la noche de los lápices
Por Osvaldo Bayer
Etchecolatz empezó a sentirse mal, estaba en su casa y sintió dolor de cabeza
y dijo que era un perseguido político. Sinvergüenzadas argentinas. El peor de
los asesinos estaba en su casa y se hace el perseguido. "Político", nada menos.
El verdugo más cobarde de nuestra historia se autodenomina político. La política
del tiro en la nuca. Lleva siempre la escarapela argentina en la solapa. Azul y
blanco. Trasfondo de nuestra filosofía social. Los asesinos están entre
nosotros. Es el autor de la acción más alevosa imaginable. La prisión, tortura,
muerte y desaparición de los adolescentes de la Noche de los Lápices. De
adolescentes. Y lo que todavía no se ha dicho: los militares y uniformados
argentinos les ganaron a los nazis. En una acción muy parecida, los argentinos
mostramos mucho más poder, autoridad, la más absoluta ilegalidad en la
represión.
En febrero de 1943, en plena guerra, un núcleo de estudiantes alemanes de la
ciudad de Munich editó volantes contra la guerra. Su moral no les permitía
soportar más eso de matarse unos a otros, bombardear ciudades asesinando madres
y chicos, con la destrucción absoluta de la vida. Esos volantes los arrojaban
desde los pisos de arriba al patio de la universidad. Fueron observados por el
portero que los denunció de inmediato. Los estudiantes –cinco varones y una
chica– recién comenzados los veinte años, fueron sometidos a un juicio,
encontrados culpables de traición a la patria y guillotinados al tercer día.
Todo salió en los diarios, después fueron ejecutados otros estudiantes y también
el profesor Huber, quien los había apoyado. Sus bellas cabezas cayeron rodando
en un tacho. Habían leído demasiada poesía, habían leído el sufrimiento en los
ojos de los demás y en sus propios ojos. La guerra, no podían ni querían seguir
siendo bestias. Sus cabezas fueron separadas de sus cuerpos. Pero los nazis
oficializaron todo y publicaron todo, hasta el nombre del juez y del verdugo. El
juez Roland Freisler quien posteriormente condenó a la horca a los rebeldes del
20 de julio. Todos con su responsabilidad en el crimen.
En La Plata ocurrió algo muy similar. Pero los héroes de la resistencia civil
argentina eran más jóvenes, apenas adolescentes. Habían luchado por la rebaja
del boleto estudiantil. Para que los que vivían lejos pagaran igual que los que
vivían cerca. Justicia, camaradería, solidaridad, la bella palabra. Se reunían y
cantaban por la calle: "Luchar, luchar, por el boleto popular", "Eso, eso, eso,
boleto de un peso". Cuando llegó la dictadura pasaron a ser sospechosos.
Activistas. Terroristas. Fueron secuestrados por la policía comandada por un
general de la Nación, el general Camps, un enfermo mental que aplicó con un
entusiasmo total las reglas de la muerte argentina: secuestro, robo de las
pertenencias, humillación, tortura hasta la aniquilación, hambre, y por fin
desaparición. Cada vez peor, cada vez mejor. Destruir al ser humano
integralmente. Aplastarlo como a un insecto. Y total silencio ante los
familiares y amigos. Desaparecido. No están ni vivos ni muertos, están
desaparecidos, como se expresó ante los periodistas extranjeros el señor
presidente de la Nación Argentina, teniente general Jorge Rafael Videla.
Etchecolatz, Camps, Videla. Figuras de exposición en una muestra argentina que
comienza con Roca. Es toda una línea. Lo que pasa es que los mapuches son
chilenos. Ahí está la clave. Es decir, los militares argentinos se quedaron en
la sombra, no admitieron nunca el crimen. Hasta hoy, Etchecolatz nunca lo
reconoció. No sé, desaparecieron. Se habrán ido a Suecia. No, no me enteré.
En su libro, de precisión jurídica, María Seoane y Héctor Ruiz Núñez establecen
que seis jóvenes prisioneras embarazadas fueron arrojadas a los calabozos de los
muchachos de La Noche de los Lápices para que éstos las atendieran sin tener
elementos ni conocimientos. Aquí sí los argentinos les ganamos a los nazis. Los
prisioneros alemanes de Munich, tras seis días de calabozo alimentados con una
ración mínima, fueron llevados a la guillotina y ahí ejecutados. Aquí, entre
nosotros, fue todo más florido: picana, látigo, hambre, escupitajos, manoseo y
violación para María Claudia y Clara, todo mezclado con desconocidas embarazadas
humilladas hasta el hartazgo. Es que somos católicos apostólicos romanos. Los
representantes de la Iglesia Católica en La Plata les dijeron a los desesperados
padres: "No busquen más a sus hijos". "Recen". Monseñor Plaza.
Sophie Scholl, la joven mujer alemana de "La rosa blanca" –ese bello nombre
tenía la organización antinazi de Munich– puebla hoy con su foto todos los
rincones universitarios sensibles a su lucha y a su joven muerte.
Poco a poco los jóvenes rostros de los queridos María Chiocchini, María Claudia
Falcone, Francisco López Muntaner, Claudio de Acha, Horacio Angel Ungaro, Daniel
Racero y Pablo Alejandro Díaz van surgiendo del horizonte estudiantil y aparecen
uno por uno en las aulas de los ámbitos secundarios. La semana pasada me
llamaron para hablar de ellos en el patio del Colegio Nacional Pueyrredón. Más
que mis palabras se oyeron los aplausos de las manos jóvenes. Hubo lágrimas.
Emoción. Dolor. Pensaron en las muertes. De sus compañeros. Desaparecidos. Ese
mismo día Etchecolatz se consideró un preso político.
La pregunta es: ¿por qué tanta brutalidad, tanta impunidad? ¿Cuáles fueron los
maestros y profesores de nuestros militares y policías? Hoy, salvo los que se
jubilaron, siguen siendo los mismos docentes en los colegios militares y
policiales. ¿Dónde asimiló Camps el instinto de hacer desaparecer? ¿Dónde
aprendió Etchecolatz tanta impunidad y crueldad? Y la cobardía de negar que lo
hicieron. ¿La aprendieron o les viene de familia? ¿Buscaron esa profesión porque
les calmaba los instintos? La pregunta no es porque sí, viene de estudios que se
hicieron sobre los nazis famosos y sus instintos desde la vida familiar.
Los crímenes nazis estaban documentados por ellos mismos. Aquí hasta Videla los
niega. Un aspecto del cinismo y la mendacidad que debemos tener en cuenta para
medir la personalidad de quienes establecieron la "Muerte argentina", la
desaparición. Hasta la Inquisición de la Iglesia Católica quemaba vivas a sus
víctimas en plazas públicas y con la presencia de la Cruz. Nuestros verdugos
escondieron todo. Esa es su máxima cobardía. Que los dos partidos políticos
argentinos siempre reinantes trataron de disimular con las palabras "obediencia
debida" y el batacazo del indulto. Pero no es tan fácil esconder la basura
debajo de la alfombra. Están los alucinados del coraje, que jamás abandonan la
escoba, a pesar de las ametralladoras y las picanas eléctricas
www.diariomardeajo.com.ar