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Argentina: La lucha continúa

A veintinueve años de La Noche de los Lápices

En la madrugada del 16 de setiembre de 1976 una patota militar secuestró a varios adolescentes en La Plata. A tantos años, los sobrevivientes hablan de la política detrás del boleto estudiantil.
Pablo Díaz piensa que el lado político de lo que le pasó fue dejado de lado por muchos años.
"La sociedad tenía que comprender que, aunque hubiese militado, tenía derechos", explica.

 

Victoria Ginzberg

El relato mítico de La Noche de los Lápices dice que el 16 de setiembre de 1976, en La Plata, siete adolescentes fueron secuestrados por reclamar por el boleto estudiantil. Lo cierto es que para los militantes secundarios de la década del 70 esa lucha fue parte de otra más grande, que incluía un nuevo proyecto de país. "Yo tenía trece años cuando empecé a militar. Estuve en Ezeiza, en Gaspar Campos, en el sindicato del calzado donde Galimberti lanzó las milicias populares y di la vuelta al cajón de Perón", dice a veinticinco años de su detención Pablo Díaz, uno de los sobrevivientes de la masacre. Desde que salió de la cárcel, luego de pasar por dos centros clandestinos de detención, Díaz denunció a sus captores pero admite que su compromiso político, como el de sus compañeros, fue dejado en un segundo plano "porque la sociedad tenía que comprender que, aunque hubiese militado, tenía derechos".

Durante los primeros años de la democracia los desaparecidos sufrieron un proceso de despolitización. En ese momento, la prioridad era la condena de quienes habían cometido crímenes horrendos contra hombres, mujeres y niños. Y la pregunta sobre la militancia era la pregunta del "por algo será". Poco a poco, las víctimas fueron recuperando su historia pero los chicos de La Noche de los Lápices –tal vez por su edad o por la fuerza con que la sociedad se apropió del relato– quedaron cristalizados como los casi niños que fueron secuestrados a causa del boleto estudiantil. 
"Hasta el 75 el boleto no tuvo nada que ver. Pero en ese momento había más restricción y surgió buscar un elemento movilizador de todos los estudiantes. Hubo una marcha multitudinaria en La Plata en la que yo iba en la cola pero fue importante porque logró nuclear a un montón de estudiantes independientes y fue un éxito porque se lograron las reivindicaciones. Pero cuando me secuestraron, nunca me preguntaron nada del boleto", asegura Emilce Moler, otra sobreviviente de La Noche de los Lápices. Hoy matemática, Molcer entró al colegio Bellas Artes de La Plata en 1972, en plena efervescencia política. Durante los primeros años de la secundaria participaba de discusiones y charlas, y coqueteaba con las distintas agrupaciones que trataban de "cooptarla". En 1975 la libertad empezó a escasear y con 16 años sintió que era momento de "dar un paso de compromiso". Así entró a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) que respondía a Montoneros. "Para mí el peronismo fue un impacto. Venía de una familia antiperonista y por eso era con quienes más discutía. Quizá por eso de acercarme para discutir me fui aproximando más. También estaban las afinidades de los amigos, que influían mucho. Aunque no llegué a tener un sentimiento peronista, comprendí que no se podía cambiar al país sin el peronismo y que las anécdotas que se contaban en mi casa sobre las joyas de Evita y el luto obligatorio eran eso, anécdotas", narra Moler. 
La edad no era un impedimento para tener ideas claras. Cuando Horacio Ungaro tenía trece años, su hermana Marta, que era miembro de la juventud comunista, quiso reclutarlo. Horacio le contestó que pensaba lo mismo que José Ingenieros: "El que sigue un ideal sin entenderlo es un fanático". Y dos años después empezó a militar en la UES. En la madrugada del 16 de setiembre de 1976 un grupo que se identificó como perteneciente al "Ejército y las fuerzas de seguridad" entró a su casa y se lo llevó, junto con Daniel Racero, que se había quedado a dormir allí. Esa noche también desaparecieron Francisco López Montaner, María Clara Ciochini, María Claudia Falcone y Claudio de Acha. Son los seis que no volvieron de la decena de adolescentes que fueron detenidos a mediados de ese setiembre.
Un día antes de su secuestro, Horacio le dijo a su hermana que no pensaba esconder sus libros. En la mesita de luz tenía el diario del Che y un manual de filosofía. El 16, Marta pudo ver desde la persiana a medio levantar del quinto piso en que vivían los libros de Horacio en la vereda.
Pablo Díaz fue expulsado del Colegio Estrada, privado y católico, por participar de la creación del centro de estudiantes. De allí fue directo al España, conocido en La Plata como la "legión extranjera" porque recibía a los chicos con problemas de "conducta" y los repetidores; y Díaz encajaba en ambas categorías. "Yo vivía cerca de plaza Italia, que en La Plata es un lugar histórico del peronismo, de las manifestaciones callejeras del luche y vuelve. Por curiosidad me iba a la plaza con amigos del barrio y empezamos a tomarle el gustito al peronismo, nos entró por los ojos", Díaz. Desde 1972, a los trece años, hasta la muerte de Perón militó en la UES. Luego se fue a la Juventud Guevarista, que respondía al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Allí se aproximó a la militancia clandestina y tomó conciencia de la "seriedad del juego". Díaz afirma que la lucha por el boleto estudiantil es una verdad histórica que sirvió para agrandar las estructuras de las agrupaciones de los secundarios porque "la motivación de los estudiantes al haber ganado implicó un ingreso masivo a las organizaciones políticas" y que los que la encabezaron "pasamos a ser marcadamente peligrosos porque nos convertimos en líderes naturales de estudiantes con la implicancia de tener una ideología que nos confrontaba con el sistema". Díaz asegura que él y muchos de sus compañeros estaban dispuestos a participar en acciones "importantes" pero que los dirigentes no los dejaban. Y que a pesar de eso, no siente que hubiera sido consciente del peligro que corría. 
Díaz, quien desde hace años recorre escuelas secundarias dando charlas, cree que los estudiantes de hoy son muy distintos a los de la década del `70: "Los veo productos de una gran soledad. Nosotros no estábamos solos, había gente participando en distintos sectores y teníamos un proyecto de país. Estábamos contenidos y motivados. Ahora hay una descomposición de la ilusión, aunque soy optimista, pero en los centros de estudiantes ahora se hacen trabajos puntuales y se sufre mucho el desgaste".