"La iglesia no tiene que ser maestra del pueblo, tiene que ser discípula". Eso
es lo que aprendimos después del Concilio Vaticano II. Es lo que no nos dejaron
hacer en Rosario", contó el cura Armando Amirati en agosto de 2003 en diálogo
con este cronista. El lunes 27 de junio de 2005, mientras estaba en Olta, en la
provincia de La Rioja, el generoso corazón del padre Armando decidió entrar en
huelga. Había sido echado a punta de fusil en junio de 1969 de su parroquia en
Cañada de Gómez, en el sur santafesino y terminó predicando con el obispo
riojano, Enrique Angelelli, al que le dio la extremaunción aquel 4 de agosto de
1976. El Concejo Municipal de Cañada de Gómez lo declaró ciudadano ilustre en
1994 pero el arzobispado rosarino borró la historia de tanta complicidad con los
sectores de poder. El próximo 5 de julio, la iglesia catedral de Rosario será
sede de una misa en reconocimiento a Amirati. Habrá que ver hasta dónde irá la
introspección que pueda hacer la jerarquía católica rosarina que fue cómplice de
su persecución y exilio. Será una buena manera de saber hasta qué punto, Eduardo
Vicente Mirás, arzobispo rosarino y actual presidente de la Conferencia
Episcopal Argentina, está dispuesto a generar pensamiento crítico sobre una de
las principales instituciones del país. La historia de Amirati es hoy
prácticamente desconocida en el sur de la provincia de Santa Fe, pero lo peor
sucede en la internidad de la iglesia donde prácticamente no se mencionan los
sucesos de 1969. "Es una llaga abierta que todavía sigue así", se atrevió a
decir la hermana Beatriz Casiello, una de las más reconocidas monjas
comprometidas con una práctica popular del evangelio.
Los días del 69
Amirati fue echado a punta de fusiles de su parroquia en Cañada de Gómez.
La orden fue impartida desde el comando del II Cuerpo de Ejército a sugerencia
del entonces arzobispo rosarino Guillermo Bollati.
Amirati fue acusado de ser "un cura rojo, comunista".
Aquel 29 de junio vecinos de Cañada de Gómez ocuparon la parroquia en defensa de
su pastor. Fueron reprimidos por la guardia de infantería de la policía
provincial y el nuevo párroco ingresó custodiado por militares del II Cuerpo de
Ejército.
El 29 de junio de 1969, decenas de vecinos de Cañada de Gómez ocuparon la
parroquia, una vez conocida la noticia de que el padre Armando Amirati sería
reemplazado por orden del arzobispado rosarino, ubicado en España y Córdoba.
El viernes 4 de julio, Román María de Montevideo no pudo asumir como nuevo
párroco de la ciudad. Hombres, mujeres y chicos resistieron la medida.
El periódico "La Estrella", de la ciudad del sur provincial, en su número 1059,
de agosto de aquel año, relató que "las campanas y las bombas de estruendo
llamaron a la población". Llegaron efectivos "civiles y armados de Rosario. Una
operación vergonzosa de ocupación de una ciudad y una parroquia", describió el
periodista cañadense.
Era el 17 de julio. "Un cerrajero no pudo romper la cerradura y tras romper un
vidrio entraron por la ventana. La llegada del párroco, rodeado de policías y un
abogado del obispado es coreado por la muchedumbre que viva a Amirati", aseguró
el periódico.
Se tiraron gases contra la gente. Se produjeron detenciones. Por la tarde el
menú se hizo más denso: disparos de las fuerzas de seguridad contra las pedradas
de la gente. Los feligreses de Cañada de Gómez no querían que el padre Armando
se fuera después de haber estado juntos desde el año 1962.
Cuatro heridos de bala, 29 detenidos y cinco contusos, entre ellos tres policías
después de los enfrentamientos. "La crisis no ha sido de violencia, si no por
amor", escribió José Ramaciotti, director de "La Estrella".
Recién el 21 de julio ingresaron a la parroquia los muchachos de la Provincial y
del ejército. Ciento veinte agentes al mando del entonces coronel Adolfo Tomás
Druetta.
"Renuncie señor arzobispo. Una iglesia nueva, una iglesia de los pobres", decían
los carteles y las leyendas que se esparcieron por las calles de Cañada.
La revista rosarina "Boom", describió en agosto de aquel año, que el lunes 21 de
julio, había cuatro jeeps del Comando del II Cuerpo de Ejército custodiando las
calles cercanas al arzobispado rosarino.
Monseñor Bolatti había dicho por los canales de televisión que "todo era un
ardid comunista".
En Cañada de Gómez, mientras tanto, el nuevo párroco, Benito Rodríguez, aseguró
que "es posible que atrás de este movimiento haya móviles extraños".
Alejandro Mayol en uno de sus libros sobre los obispos post conciliares en la
Argentina, sostuvo que "el 29 de junio, el arzobispo Bolatti aceptó la renuncia
de 30 sacerdotes" y que el "17 de julio, mientras el párroco Armando Amirati
mantenía una entrevista con el cardenal Caggiano en la Capital Federal, su
reemplazante, Fray Román de Montevideo, escoltado por 70 policías de uniforme y
30 de civil, fuerza los cerrojos de la iglesia, luego de desalojar a los laicos
que la ocupaban con gases lacrimógenos y toma posesión canónica de la iglesia".
En 1971, Amirati partió con destino a Chamical, en La Rioja. Allí continuó su
sacerdocio al lado de Enrique Angelelli.
Los recuerdos de Amirati
"En La Rioja me encontré con ese gran obispo que fue Angelelli. El vivió con su
lema "con un oído en el pueblo y con el otro en el Evangelio". Con el corazón
puesto en las dos cosas. Tuve la suerte de colaborar con él hasta cuando fue
asesinado", dijo el sacerdote Armando Amirati en diálogo con este cronista.
El cura gaucho, corrido por estar acusado de ser "un rojo" de la ciudad de
Cañada de Gómez, calificó a su propia pastoral en el sur provincial como la de
un sacerdote "inserto en la vida de la gente, no aislado. Había que escuchar a
la gente. Esa fue la tarea. Nosotros pretendíamos poner a tono la iglesia
rosarina con el concilio. Cristo sigue crucificado en aquellos que sufren
injustamente. Y este sistema lo produce", aclaró el sacerdote.
Agregó que "los pobres no son pobres, si no empobrecidos por el sistema. Y por
lo tanto ese sistema no es evangélico ni tampoco humano".
Al recordar aquellos días en Cañada de Gómez, Amirati los calificó como
"momentos muy duros. Sobro todo por la acción de la policía de Rosario. Esos no
son métodos evangélicos. Me fui muy triste", rememoró el ex párroco del
arzobispado rosarino.
Añadió que "es cierto que la voluntad de Dios se demuestra a través de la
Iglesia, pero también es cierto que se manifiesta a través del clamor de la
gente, de sus frustraciones, de sus esperanzas".
Sostuvo que "hay que buscar las causas del sufrimiento y del empobrecimiento de
la gente. Y al fin y al cabo, la última causa es política. Ahí viene entonces el
tema de la denuncia. La que hicieron los sacerdotes del Tercer Mundo. Es decir,
el anuncio de la buena nueva es anuncio y es denuncia al mismo tiempo".