Argentina: La lucha continúa
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La democracia hoy ¿El gobierno de quién?...
Daniel Campione
En estos días las pantallas de televisión y las tapas de diarios y revistas nos
devuelven el espectáculo cuasi obsceno de las pujas por candidaturas, las
‘internas’, de los interminables seguimientos ‘informativos’ hechos de rumores,
palabras pronunciadas off the record y sobreinterpretaciones de discursos
públicos de funcionarios y dirigentes.
La democracia parece convertirse en una suerte de entretenimiento menor, un
espectáculo barato en el que no se debaten cuestiones programáticas, ni se
reflexiona en torno a la compatibilidad entre la democracia y el hambre, la
mortalidad infantil, el desempleo masivo y la precarización laboral
generalizada.
Se especula sobre ‘imagen’ y encuestas, mientras la verdadera política, la que
es portadora de proyectos sociales y confronta para instaurarlos o mantenerlos,
queda relegada a un último plano. La riña Kirchner-Duhalde está haciendo
escarnio de la voluntad popular expresada en torno al ¡Que se vayan todos¡ Lo
mismo que los escarceos sin principios del grueso de quienes ocupan el lugar de
oposición. Ponen en evidencia, apenas camuflada por ‘buenos’ indicadores
económicos, que existe el ‘partido único del gran capital’, tal como alguien lo
bautizó certeramente. El pueblo ‘no delibera ni gobierna’ como dice la
Constitución Nacional. Lo hacen sus ‘representantes’. Los que en realidad, están
atentos a los dictados de sus verdaderos ‘mandantes’, no al de los supuestos
representados. Los gobernantes deciden impunemente ignorar la voluntad de los
gobernados. No para ejercer su libre voluntad, sino la de quienes tienen
variados y poderosos instrumentos para condicionarla, como la gran empresa, los
dueños de los medios de comunicación, las cúpulas eclesiásticas y sindicales.
Para todos ellos es útil volver a una situación lo más parecida a la anterior a
la rebelión popular, en la que se crea que de asambleas y cacerolazos "no quedó
nada", y se vuelva a mascullar un escepticismo general, estúpido en su fingida
astucia.
Para el actual estado de cosas no debe esperarse remedio ‘desde arriba’. La
impunidad con que los gobernantes pueden incumplir sus promesas o abandonar
plataformas electorales, no es una ‘falla’ del sistema. Al contrario, allí
radica su mayor virtud, apreciada desde el ángulo de las clases dominantes que
la diseñaron. La democracia directa, los mandatos imperativos y revocables, las
prácticas colectivas no regidas por el dinero ni el poder; sólo florecen cuando
las mayorías populares manifiestan activamente la voluntad de tomar
protagonismo, forzando los límites de las instituciones oficiales. De eso nos
hablan las rebeliones populares que sacudieron diversos países sudamericanos
desde comienzos del milenio.
Una minoría de poderosos está tratando de volver a la perversa ‘normalidad’, en
la que los oprimidos eligen calladamente cuáles de entre sus opresores los van a
gobernar. Si eso es ‘lo normal’, es indispensable oponerle nuevamente algo de
locura. La verdadera democracia empieza a construirse cuando el pueblo deja de
comportarse como los dueños del poder esperan, y las vallas que parecen
infranqueables se saltan. Cuando cunde y se proyecta la pregunta de por qué
demonios permitimos que se llame ‘gobierno del pueblo’ al dominio de los
políticos al servicio del gran capital. La democracia auténtica, la de los
‘niveladores’ británicos; los sansculottes y los comuneros franceses, la de los
movimientos liberadores de América Latina y el mundo, debe ser rescatada de los
que la usurpan, de los que, como dijeron los clásicos del socialismo, disfrazan
con el manto de la igualdad y la libertad la dictadura del capital.
[*] Artículo publicado en la revista Treinta Días, de Buenos Aires.