56º aniversario de la independencia del Estado de Israel
Viviendo en una Burbuja
Uri Avnery
Gush Shalom Traducido para Gush Shalom: Carlos Sanchis
Hace unos días, el Estado de Israel celebró su 56º aniversario conforme al
calendario (lunar) hebreo.
Una oportunidad para huir de la realidad por un día, en un tiempo en que todo el
país estaba tenso a causa de la amenaza de atentados suicidas para vengar los
asesinatos del Jeque Ahmed Yassin y del Dr. Abd-al-Aziz al-Rantissi. Un día de
nostalgia por el Israel de los primeros años, los años de la inocencia y la
juventud. Hubo discursos, espectáculos, fuegos artificiales. La solemne voz de
Amikam Gurewitz recitó la plegaria conmemorativa por los soldados caídos de
todas nuestras guerras en décadas de vieja tradición. Afligidos padres aliviaban
su dolor. Grupos de soldados, hombres y mujeres, intercambiaban banderas.
Muchachos y muchachas bailaron viejas y medio olvidadas danzas. Los medios de
comunicación, llenos de actos heroicos de nuestros soldados enfrentados a un
enemigo cruel, el sacrificio de los pioneros, el desinteresado idealismo de los
fundadores. Muchos discursos sobre la democracia y la esperanza en la paz.
Ni una palabra sobre los palestinos, ¡prohibido por Dios!. Ni una palabra de la
transformación del glorioso Ejército Israelí de Defensa en una fuerza de policía
colonial manchada de sangre. Ni una mención a que la celebrada Fuerza Aérea que
destruyó la aviación de tres estados árabes en pocas horas en 1967, se ha
convertido ahora en especialista en ejecuciones extrajudiciales, matando a
menudo no sólo a los militantes palestinos objeto de estos asesinatos, sino
también a sus esposas e hijos, así como a fortuitos viandantes.
Israel ha mirado su espejo mágico y ha visto un hermoso estado que se levanta
sobre las ascuas del Holocausto y que transformó un pueblo pisoteado y
perseguido en una potente y orgullosa nación, con logros brillantes en todas las
esferas del esfuerzo. ¡Que maravilla!.
Dentro de pocos días, los palestinos conmemorarán la catástrofe que les
aconteció hace 56 años, conforme al calendario (solar) general.
Será un día de luto, de deseo y enojo por todo lo que sucedió y por lo que
continúa pasando. Habrá manifestaciones, parlamentos, disparos al aire. Todo el
mundo recordará la Nakba, la catástrofe, cuando la mitad del pueblo palestino
fue expulsado de sus hogares y de sus campos por un enemigo cruel. Muchos de
ellos todavía están pudriéndose en miserables campos de refugiados, donde
sobreviven de la caridad de las instituciones internacionales que les
proporcionan comida y educación.
Los refugiados recordarán con anhelo los 450 pueblos que fueron conquistados y
arrasados por el enemigo; cada uno de ellos vive en su imaginación como un
pequeño paraíso, rodeado por exuberantes campos y plantaciones. Añorarán las
calles de Haifa y Jaffa, Ramle y Bir-Saba, los barrios de Jerusalén de Katamon y
Talbieh, todos ellos el epítome de la belleza y perfección.
Los palestinos mirarán en el mágico espejo del pasado y verán un pueblo que
vivió idílicamente en su tierra hasta que aparecieron crueles extranjeros que
les condenaron a una vida de humillación y de miseria, opresión y exilio, sin
ninguna redención a la vista.
Estos dos eventos pueden verse como si ocurrieran en dos planetas diferentes,
digamos en Marte y en Saturno. Pero ambos han pasado en nuestro pequeño planeta,
en un pequeño país.
Los dos eventos son, actualmente, un mismo evento.
Es natural que dos pueblos en guerra vea los hechos de forma diferente y
contradictoria. Pero la guerra es, generalmente, un estado excepcional que dura
solo unos pocos años. Después y antes de la guerra existe la paz, y en un estado
de paz la vida normal y los nuevos contactos hacen que los recuerdos amargos se
desvanezcan y que las diferencias entre las percepciones se estrechen.
En la Segunda Guerra Mundial los alemanes conquistaron Francia e impusieron un
cruel régimen de ocupación. Se necesita sólo recordar la mortandad general de
rehenes. Pero menos de diez años después, los franceses crearon la visión de una
Europa unida, basada en una alianza franco-alemana, y desde entonces las
fronteras han desaparecido casi por completo, una moneda común ha sido creada y
la amistad ha florecido. A duras penas hay diferencia de opinión sobre lo que
pasó entre los dos pueblos en el pasado.
Durante la misma guerra, los alemanes mataron a un tercio de los judíos con
trabajos esclavos, hambre, ejecuciones masivas y con las cámaras de gas. Fue un
crimen sin paralelismos en la historia moderna, tanto por el carácter como por
los métodos empleados.
Pero a menos de diez años de que las cremaciones de Auschwitz se hubieran
enfriado, un acuerdo ya se había firmado entre Alemania e Israel, que se llamó a
sí mismo "el estado de los supervivientes". Ahora Alemania e Israel tratan de
superarlo, cada cual conmemorando el Holocausto.
Nada así está sucediendo con los dos pueblos en este país. La guerra entre ellos
no es un estado extraordinario, sino que se ha convertido en la normalidad.
Todas las toxinas producidas por la guerra – miedo, odio, prejuicios – continúan
envenenado las mentes de las nuevas generaciones, la quinta parte ha nacido en
esta guerra, una generación cuyo mundo mental por completo está conformado por
la guerra.
Así cada uno de los dos pueblos vive sellado en su burbuja cerrada, aislado uno
del otro, y, claro está, del mundo entero. Dentro de su burbuja, cada pueblo
cultiva sus agravios, la convicción de ser la última víctima, la memoria de las
injusticias infringidas a él, la ira hacia el otro, cruel, asesino y detestable
pueblo. Cada lado cree que la justicia absoluta está de su parte, y por tanto la
absoluta injusticia en el otro lado.
Esta burbuja es una prisión, cerrada y asegurada por algo más que muros y
alambre de espino. Israelíes y palestinos son rehenes de sus mundos mentales.
Son incapaces de mirarse unos a otros, incapaces de ver el mundo como es. Ven
sólo el espejo, el espejo mágico que les muestra lo que ellos quieren ver.
Para ambos la burbuja es una necesidad vital. Es un medio de autoprotección que
les provee de seguridad mental, de la certeza de la razón de su causa y de un
sentido de orientación. El mundo exterior es hostil y frío, dentro de la burbuja
hay calidez y un sentido de pertenencia. Cualquiera que trate de romper la
burbuja quedará expuesto a una ola de odio e ira que puede ser letal.
Esto no se aplica sólo a lo que está sucediendo ahora. Concierne a cualquier
cosa que haya sucedido los últimos 120 años, desde el principio de la iniciativa
Sionista en este país. Cada suceso, grande o pequeño, sin excepción, aparece en
la memoria colectiva de los dos pueblos en un estilo diferente y contrario. El
resultado es que cualquier cosa que se diga ahora, cualquier cosa que sea
propuesta por un lado suena diferente, sospechoso y amenazante en el otro. Cada
negociación se convierte en una batalla, cada cumbre sólo incrementa el odio
mutuo.
Un círculo vicioso está operando, sin eliminar las burbujas no puede haber paz,
sin paz es imposible eliminar las burbujas.
Y una nota personal: Me convencí hace muchos años que este círculo vicioso no
sólo debe, sino que puede ser roto. Desde entonces he tratado de construir una
narrativa común, conjunta israelo-palestina que incorpore las narrativas de los
dos pueblos, no mediante la invención de un compromiso artificial sino mediante
la búsqueda de la verdad. Ya he escrito libros y ensayos sobre esto. Esta semana
un folleto titulado " La verdad contra la verdad" ha sido publicado por Gush
Shalom. En él he tratado de destacar un relato común del conflicto, tomando en
cuenta los puntos de vista de ambos lados.
Se ha vuelto claro para mí que sin un intento sincero en cada lado por llegar a
considerar los puntos de vista del otro, ningún esfuerzo para alcanzar una paz
real entre los dos pueblos producirá su fruto.