El primer ministro israelí Ariel Sharon ha añadido otro baldón a los muchos que pesan sobre su negra reputación. Será acusado, con toda probabilidad, de corrupción y sobornos por Menachem Mazuz, el nuevo fiscal general. De ser así, tendría que abandonar su cargo, de acuerdo con las leyes israelíes.
La investigación en curso ha revelado que Sharon recibió fondos cuantiosos de David Appel, un contratista que intentó erigir un centro turístico en una isla griega y pagó a Sharon, siendo este ministro de relaciones exteriores, para que le ayudara a obtener el permiso de las autoridades de Grecia. Si ello fuera poco contrató a Gilad, uno de los hijos de Sharon, con un salario fabuloso, para que fuera uno de los directores del proyecto y se le pagaría un bono adicional de tres millones de dólares si el plan lograba madurar. Gilad obtuvo varios cientos de miles de dólares por concepto de honorarios por sus servicios.
El vástago del primer ministro no tenía ninguna experiencia en materia turística o financiera por lo cual el contrato era, obviamente, una manera de influir al corrupto Sharon, quien ha replicado que no tuvo nada que ver con el asunto y que ello es de exclusiva incumbencia de su hijo, lo cual es difícil de creer. No se ha podido inspeccionar la casa de Gilad porque vive junto con su padre y por tanto su residencia disfruta de la inmunidad del cargo de su deshonesto padre. La opinión prevaleciente es que la acusación del fiscal forzará a Sharon a abandonar su cargo.
De la misma manera que los altos jerarcas nazis fueron sometidos a juicio ante un tribunal internacional en Nuremberg al terminar la Segunda Guerra Mundial, de la misma manera en que Slobodan Milosevic fue juzgado por el Tribunal de Justicia Internacional de La Haya por sus presuntas transgresiones, la opinión pública internacional reclama que Ariel Sharon sea enjuiciado por el genocidio del pueblo palestino.
Si no bastara su repugnante masacre en Sabra y Shatila, si no fuera suficiente su bravucón desafío de matón internacional en la plaza de las mezquitas, si no bastara el martirio de Ramala, el asalto impetuoso de centenares de tanques contra Nablus y su masacre de la población de aquella ciudad bastarían para declararlo culpable de espantosas violaciones contra los derechos humanos y ejecutor de repugnantes crímenes contra la humanidad.
El equipo de Sharon es una caterva de homicidas, ofuscados por el aborrecimiento, que tratan de aplastar a sangre y fuego al pueblo palestino y a su dirección creyendo que así extinguirán el terrorismo. Ese es su peor aspecto, pero también hay que valorar que son torpes, incapaces como gobernantes. No se percatan que ese furor destructivo que han desatado es el mejor caldo de cultivo para una combatividad infinita. La resistencia palestina será eterna, y cada vez más encarnizada, mientras sientan que sus derechos, su patria y su individualidad están siendo humillados y destruidos con el uso de una monstruosa brutalidad. El resultado inmediato es que el estado de Israel se está viendo aislado en el contexto internacional.
En ninguna guerra se han visto tan feroces violaciones de las convenciones bélicas. Ello excita el repudio a las acciones israelíes, le acarrea un rechazo generalizado de la opinión mundial y sumerge al estado de Israel en un vacío diplomático y político que le será muy desfavorable en el futuro. El escritor José Saramago ha comparado las acciones de Sharon con las nazis y ello desató una ola de indignación en Israel, pero desgraciadamente es así. El nombre de Sharon pasará a la historia junto al de Heinrich Himmler, Reinhardt Heydrich y Joseph Mengele, entre los grandes verdugos. Lo ocurrido en Ramala se convirtió en otra toponimia maldita junto a las de Buchenwald, Dachau, Auschwitz, Ravensbruck, Mathausen y Theresien. Ariel Sharon es la figura que más daño ha causado a la causa judía desde Adolfo Hitler.