Medio Oriente - Asia - Africa
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17 de enero del 2004
Israel: Una breve historia del Apartheid
Azmi Beshara
La retórica sobre la demografía domina de tal modo el discurso político de Israel que se podría sucumbir a la tentación de suponer que Israel ha abandonado su rótulo preferido de estado democrático judío a favor de estado demográfico judío. Ha alcanzado un grado en el que podría diagnosticarse un caso avanzado de demografomanía. La manía, por su puesto, está arraigada en los principios sionistas, en la necesidad de mantener una mayoría judía capaz de implementar una democracia que absorberá a la Diáspora, acomodará los asentamientos de pioneros y la asunción de una historia común, y que permite la fetichización del servicio militar. Porque sin cualesquiera de los mencionados, Israel tendría que practicar el gobierno de la minoría, lo que inevitablemente conduce al apartheid o a la segregación racial, al gobierno por una minoría nacional que ve al estado como encarnación de su legitimidad. Tales prácticas requieren sistemas duales de legalidad.
Porque nunca previó un estado con una minoría judía en Palestina, el desplazamiento siempre constituyó el núcleo del proyecto sionista de un estado judío ubicado en un país con una mayoría árabe y en medio de una región árabe. No es coincidencia que hayan comenzado por 'la limpieza étnica' del sector que inicialmente se suponía iba a albergar el estado judío. A lo largo de lo que solía ser la floreciente costa palestina, sólo quedan dos aldeas árabes.
La primera tarea, por lo tanto, fue limpiar de habitantes árabes las áreas - definidas en la resolución de partición - del estado judío. Esto fue seguido por el desplazamiento de árabes de Galilea y de otros sitios del supuesto estado árabe. El resultado: una gran mayoría judía posibilitó que se impusiera la soberanía democrática de los judíos, aunque de un modo no-liberal y con valores militares y coloniales. De este modo la democracia judía convirtió el compromiso religioso en una herramienta de formación nacional mientras saqueaba al pueblo árabe palestino. El desarraigo de palestinos en 1948 fue un ejercicio de separación demográfica mediante el desplazamiento.
Los actuales planes para la separación demográfica - bautizados ahora iniciativas de paz - reconocen invariablemente la imposibilidad de repetir ese proceso en particular. Eso, por lo menos, fue reconocido por Igal Allon en el plan Allon después de la guerra de 1967. Después sugirió que las áreas pobladas fueran devueltas a Jordania. Ehud Olmert habló en términos similares al defender su reciente iniciativa de separación, o retirada unilateral. "La transferencia ya no es posible. No es ni moralmente defendible, ni realista para comenzar".
Ya que la transferencia es imposible, se hace necesario encontrar otro modelo de segregación. Por eso el jefe de estado mayor de Israel, Ya'alon, no tiene ningún reparo en describir la fase actual como "la segunda mitad de 1948".
El desplazamiento de 1948 y la ocupación después de 1967 - una ocupación que elude la anexión prefiriendo una fórmula que incluye "la aplicación de la ley israelí en Cisjordania y Gaza" sin, desde luego, otorgar la ciudadanía y derechos políticos a los ocupados - son dos casos de segregación demográfica emprendida por cuenta de una mayoría judía.
Lo desagradable de la contradictoria ideología de la derecha israelí puede haber sido recibido más alivio gracias a las declaraciones de Sharon del año pasado, pero la verdad ha estado a la vista de todo el mundo desde que el Likud llegó al poder en 1977.
Los palestinos, evidentemente, viven la intolerable ausencia de ciudadanía y vida política. Viven fuera de un sistema político basado en una mayoría judía, y eso sin necesidad del muro. Una vez que esta sociedad que vivió - y sigue viviendo - bajo la ocupación desarrolló su lucha por la soberanía nacional y por la separación en un estado independiente de ciudadanos palestinos, Israel respondió con planes para separarse de los palestinos fijando sus propias condiciones. Lo que Israel quiere es separarse de la mayor cantidad posible de palestinos y que estos vivan en el área más pequeña posible. Los planes de autogobierno negociados con Egipto en enero de 1980, los Acuerdos de Oslo, las proposiciones de Camp David, los proyectos de retirada unilateral de Sharon y Olmert, la iniciativa de Ginebra por la izquierda sionista israelí, y el muro de separación, no son otra cosa que diferentes manifestaciones de un tal pensamiento.
El desperfecto que se encuentra en el centro de semejantes iniciativas, la obvia evidencia de que están destinadas a no conducir a una auténtica paz, es que todas tienen su origen en un proceso de separación hecho necesario por la necesidad de mantener una gran mayoría judía en la entidad política israelí.
Es el contexto demográfico en el que el sionismo maneja la cuestión del territorio. Por algún motivo la cultura y los símbolos políticos sionistas están sumidos en una convicción inquebrantable de que todo territorio no-poblado está a su disposición para ser confiscado y anexado. Esta suposición es tan descarada que los árabes se sienten culpables cuando dejan algunos terrenos desocupados, porque todo terreno desocupado está amenazado por la confiscación, sea para ser parte de un asentamiento, de una carretera a un asentamiento, o de un protectorado natural.
Toda tierra no-habitada es tierra apta para ser cercenada. Ésta es la iniquidad del argumento demográfico. Por un lado es racista. Por el otro no tiene nada que ver con la tierra. La segregación puede tener lugar sin tierra, en el caso del desplazamiento. O puede tener lugar en el trozo más pequeño de tierra, como lo desea Sharon.
Algunos árabes y palestinos han interiorizado la lógica de las tácticas de intimidación demográfica sionistas hasta el punto que ven la afrenta de la "bomba demográfica" como algo bueno. Alardean del vientre de la mujer palestina, a falta de algo mejor de que alardear. ¿Ha llegado a un tal extremo nuestra estrategia unificada? Aparte de lo primitivo y chabacano de considerar a las mujeres como vientres, el factor demográfico no es, en sí, algo que lleve al buen camino. Adopta una visión racista que no conduce a soluciones justas. El racismo es la causa básica de la separación.
"Ellos están ahí y nosotros estamos aquí", solía ser el eslogan electoral de Barak. Se lucha para que los términos de esa separación no sean exageradamente cómodos para Israel, ni mortalmente trágicos para los palestinos que viven la ocupación.
La interiorización de la visión colonialista ha llevado al culto de las cifras, de la cantidad no de la calidad; es lamentable. A menudo incluso las fuerzas políticas y sociales progresistas, gente que desea un futuro verdaderamente mejor, como ser un estado de dos comunidades, utilizan tácticas de intimidación demográfica: a menos que implementen la retirada a las fronteras del 4 de junio de 1967, y a menos que se establezca el estado palestino dentro de esas fronteras, nos convertiremos en una mayoría demográfica, y ustedes no tendrán otra alternativa que estar de acuerdo con un estado bi-comunitario.
Los que quieren persuadir a la gente de los méritos de un estado con dos comunidades no deberían asustar a la gente con el argumento demográfico. El argumento tiene raíces en un suelo racista. No podrá jamás producir una planta sana.
Tal vez haya demasiados líderes árabes que no saben que la idea de la segregación racial provino en primer lugar del Partido Laborista [israelí]. El primero que llamó a la separación unilateral de Israel de los palestinos, detrás de un muro más elevado posible, fue Hayim Ramon. El Likud adoptó la proposición y se fue, literalmente, hacia el muro. La izquierda está usando la amenaza demográfica para asustar a los israelíes. Está tratando de convencer a los palestinos de que abandonen cualquier otra lógica, a través de un acuerdo virtual que sirve a los segregacionistas. Una izquierda más digna hubiera buscado la paz en el poder y combatido la segregación racial en la oposición. La izquierda debería combatir el muro en lugar de redactar acuerdos virtuales. Es la prueba decisiva.
Mientras la lógica de cualquier acuerdo siga siendo demográfica, mientras todo se reduzca a la separación del mayor número posible de palestinos, el territorio continúa siendo un tema secundario en la creación de una entidad palestina.
El colonialismo sionista habita el espacio entre dos modelos extintos - los presentados por África del Sur y la práctica francesa en Argelia. No es una mezcla de los dos, sino más bien una destilación de lo peor de cada cual.
En África del Sur, ese pionero del apartheid, la segregación racial no fue absoluta. Tuvo lugar dentro de un marco de unidad política. El régimen racista consideraba a los negros como parte del sistema, un ingrediente del total. Los blancos crearon una jerarquía racista dentro de la unidad, según su propia visión del universo. Interpretaron los textos religiosos cristianos correspondientemente. Negros y blancos, después negros y blancos y gente de color, recibieron diferentes rangos y estatus legales dentro de un marco de un sistema unificado - el apartheid.
El apartheid es un sistema para blancos y negros. Los blancos no pensaron por un momento en crear muros de separación que pasaran por provincias enteras. Un tal ataque contra la naturaleza era impensable. Lo que hicieron fue rodear localidades negras completas, guetos, y campos de ocupantes ilegales, y restringir el movimiento de sus habitantes. Los únicos muros que crearon fueron los de sus propios alojamientos privados. Se retiraron detrás de esos muros, a sus jardines, con sus sirvientes negros.
La lucha por la libertad en África del Sur fue una lucha contra la segregación y la discriminación dentro de la misma entidad política. La segregación demográfica no fue siquiera considerada. Toda la lógica de la lucha fue combatir el racismo y la segregación - el objetivo fue la creación de una nación de negros y blancos, una nación surafricana, un solo estado democrático y soberano. Ese esfuerzo sigue existiendo y es prematuro juzgar su resultado. Pero éste es el pensamiento en el que se basa.
La colonización francesa presentó un modelo opuesto, repleto de separación geográfica, cultural y social entre las dos entidades: el ocupante y el ocupado. Mientras los boers consideraban a África del Sur como su patria y libraron una feroz guerra contra lo que consideraban como ocupación británica, los colonizadores de Argelia tenían una "madre patria", una patria en ultramar donde buscar fortaleza. El impulso del colonialismo francés fue lograr la unidad dentro de la separación entre Francia y Argelia, no la separación dentro de la unidad, como fue el caso de África del Sur.
Por eso el colonialismo francés fue acompañado por un intenso esfuerzo por dar a Argelia, y a sus habitantes, un barniz francés. Por eso el movimiento de liberación adoptó un dogma de separatismo puro, subrayando su identidad, que sigue marcando la sociedad argelina. Incluso los conflictos y las políticas internas en Argelia parecen un conflicto de identidad, una parodia de la experiencia de la lucha contra el colonialismo. La separación lograda mediante la independencia fue total, del territorio y del pueblo. Más de un millón de colonos abandonaron el país, a pesar de que se les dio la alternativa de quedarse como ciudadanos argelinos.
El caso de Palestina no representa un intento de lograr la separación dentro de la unidad, como fue el caso en el apartheid, ni es un intento de unificar a los que originalmente estaban separados, como fue el caso en Argelia. Los israelíes se identifican con la tierra, pero se alejan de la gente del lugar. Los israelíes quieren quedarse en el país y niegan la ciudadanía a sus habitantes. O quieren separarse, pero quedarse con los asentamientos. Las barreras y los muros son la regla, no la excepción.
Ese tipo especial de colonialismo no trata de "desarrollar" a los habitantes, como lo hicieron en su tiempo otros colonialistas rindiendo homenaje a la "carga del hombre blanco". Este colonialismo desplaza a la gente, confisca su tierra o los circunvala (el término, que solía ser aplicado a las rutas, es pertinente). "Desarrolla" la tierra para asentamientos, pero no para sus habitantes. Por eso, Moshe Dayan y sus ayudantes adoptaron una política de puentes abiertos después de la guerra de 1967. Querían que los palestinos tuvieran una salida económica y demográfica hacia Jordania, los países del Golfo, y otras partes de la región, para librar a Israel de las responsabilidades económicas y de otro tipo que son generalmente asumidas por autoridades ocupantes. Esos puentes abiertos ayudaron a que durara la ocupación, y ayudaron a la gente a soportarla.
En todas las antiguas colonias uno encuentra trazas de arquitectura francesa, inglesa, holandesa, belga, o moscovita. Uno puede encontrar hospitales y oficinas administrativas, prisiones, ferrocarriles, e incluso universidades construidas por los ocupantes. No así en las áreas capturadas en 1967. Ni un solo edificio israelí, ni siquiera una prisión, se ve en Ramala, Nablús o Gaza. Todo lo que hay ha sido construido por árabes. No hay traza alguna de un edificio israelí en las áreas árabes, con la excepción de asentamientos y sus infraestructuras.
La separación, dentro de la separación, es la lógica del colonialismo sionista, el pensamiento detrás del muro de segregación racial, donde Israel continúa sus bárbaros crímenes. La separación es la lógica subyacente de las recientes proposiciones de Sharon para crear más obstáculos al este del muro, donde estacionarán fuerzas israelíes para supervisar los suburbios de las ciudades y aldeas palestinas.
Es difícil describir el laberinto de muros y barreras construidos alrededor de las aldeas cercanas a Jerusalén. Es difícil imaginar la violencia resultante del control de personas y tierras: puertas y torres de control, muros dobles, alambradas de púas y eléctricas. Lo que tenemos es una recreación en gran escala del campo de detención que Giorgio Agamben llamó la esencia del estado fascista moderno. Es un sitio en el que la excepción es la regla, y el estado de emergencia es permanente, para utilizar las palabras de Walter Benjamin.
8 al 14 de enero de 2004
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