Latinoamérica
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De huracanes y política
Angel Guerra Cabrera
Los devastadores efectos de la intensa temporada ciclónica actual del océano Atlántico revelan la indefensión de la población frente al embate de crecientes desastres naturales. Ya se cuentan por cientos los seres humanos fallecidos y por miles de millones de dólares las pérdidas económicas ocasionados al Caribe y al territorio continental de Estados Unidos. Casos extremos, la isla de Granada fue arrasada por Iván "el Terrible" y Jeanne ha hundido a Haití en una tragedia: se habla de mil muertos y el fantasma del hambre y la sed amenaza a regiones enteras.
En este panorama salta a la vista Cuba por su excepcionalidad. Allí lo usual ante el embate de los huracanes es la reducción, con frecuencia a cero, en la pérdida de vidas humanas, el bien más preciado que los gobernantes están obligados a preservar. Pero, además, una protección mucho más eficaz que en cualquier otra parte de animales y bienes de uso colectivo e individual, que no impide la destrucción material, pero la reduce considerablemente. Lo mismo puede decirse de la celeridad en la fase de restauración de los daños y esto es válido no sólo comparando a la isla con los países subdesarrollados, sino con su industrializado y rico vecino del norte. Es reveladora la declaración de Salvano Briceño, director de la Estrategia Internacional de Desastres Naturales de la ONU: "El modelo cubano podría ser fácilmente aplicado por otros países en condiciones económicas similares, e incluso por países con mayores recursos que no protegen a su población con la efectividad con que lo hace Cuba". ¿Cuál es la fórmula secreta detrás de esta enorme conquista –no tan fácil de alcanzar como cree el buen funcionario de la ONU- lograda por una pequeña nación con magros recursos financieros, bloqueada por la mayor potencia militar de la historia y privada por eso, salvo en las condiciones más leoninas, del acceso al crédito internacional? No es posible una respuesta completa en este espacio, pero lo esencial es que los resortes de la economía cubana se rigen por el interés colectivo y no por el individual y que la conducta del Estado y de los ciudadanos está inspirada en arraigados sentimientos de solidaridad humana. Una solidaridad que se sustenta en incontables actos cotidianos pero también en la actitud internacionalista hacia los demás pueblos de la tierra, considerados como hermanos por sobre diferencias étnicas, culturales y políticas. Habría que añadir una economía planificada en función de las necesidades humanas y no de indicadores macroeconómicos recetados desde Washington y un alto grado de educación política y organización de la sociedad, que confía en la dirección del Estado y en las instituciones revolucionarias. No menos importante es el reconocido nivel científico de la meteorología cubana. Estos factores explican que en Cuba no se haya perdido ni una vida al paso inclemente de Iván por su región más occidental, donde inundó decenas de pueblos costeros –previamente evacuados- y ocasionó severos daños a cosechas e infraestructura.
Pero hay una cuestión fundamental a considerar sobre este nuevo ciclo de huracanes y es el consenso existente en la comunidad científica de que será más severo que otros como consecuencia del calentamiento de los mares ocasionado por el efecto invernadero. Los científicos vaticinan sequías, incendios forestales e inundaciones sin precedentes, la desaparición de miles de especies, la invasión por el mar de regiones donde viven millones de personas y otros fenómenos apocalípticos. Ello coloca en el primer plano del debate internacional la evidente inviabilidad, por genocida, de la civilización industrial capitalista. El género humano está obligado a remplazar una forma de organizar la producción y la distribución basada únicamente en el afán de ganancia, alimentado por guerras de conquista -como las de Afganistán e Irak- y el derroche de combustibles fósiles como el petróleo, que lo conduce irremediablemente a la autodestrucción. De la misma manera, es inaplazable e imperiosa la necesidad de luchar sin tregua por una civilización alternativa sustentada en la equidad, la solidaridad y el diálogo armónico de la humanidad con la naturaleza.
Un primer paso importante en esta lucha sería que los estadunidenses desalojaran a Bush de la Casa Blanca en las elecciones de noviembre. No cambiará el sistema imperialista, pero podría modificar el rumbo fascista que ha tomado.
aguerra12@prodigy.net.mx