Latinoamérica
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Famélica Colombia
Juan C. Morales
Rebelión
Pocas cosas existen que puedan superar en patetismo el cínico asombro de que
hacen gala los poderosos. Especialmente cuando "descubren" que más allá de su
mezquino horizonte se abre un piélago inmenso de miseria e injusticia en cuya
génesis, juran ellos, nada tienen que ver.
Semejante estupor repugna más si quienes lo exhiben integran las burguesías
locales del tercer mundo. Unas elites que son, en esencia, expertas saqueadoras,
falsamente cultas, verídicamente antidemocráticas, y servilmente genuflexas a
los intereses transnacionales.
Un ejemplo de lo dicho tuvo lugar el pasado 18 de agosto. En la emisión nocturna
de Citynoticias (1), dicho informativo reveló al país su último "hallazgo": una
familia del sur bogotano que para poder engañar al hambre consume papel
periódico con agua de panela (2).
Raudamente, todo el aparto mediático se dio a la tarea de instrumentalizar esa
noticia en aras de incrementar la sintonía de sus televidentes, organizar
recolectas (bastante publicitadas, por cierto) para auxiliar a la familia
afectada, y versar superficialmente sobre la problemática del hambre en
Colombia.
Al final la "opinión pública" quedó convencida de que el hambre es un fenómeno
minoritario, circunstancial y superable con la caridad de unos pocos.
Empero, la realidad de esta calamidad en Colombia es un opaco sol que no puede
ocultar el establecimiento ni con todos sus dedos juntos. Lo dicho por los
medios es un pálido reflejo de la situación de pobreza del país y,
especialmente, del hambre que cual incansable sombra persigue, asedia y
aniquila, a gran parte de sus pobladores.
En ese sentido el hambre de Colombia, obviamente, se circunscribe dentro de un
entorno multifacético de miseria que nos es necesario comentar.
CONTEXTO
Si alguien quisiera reconstruir la historia de la pobreza en la Colombia
republicana, tendría que comenzar por remontarse al propio surgimiento de ella;
justo al momento en que tras el triunfo de la gesta libertaria, el poder y el
control del Estado quedaron en manos de una reducida minoría.
En efecto, usurpado el sueño de Bolívar, el común de la gente tuvo que asimilar
el hecho de que semejante lucha diera apenas por resultado un cambio en los
detentadores de la propiedad y la riqueza. Los excluidos de aquel tiempo fueron
precisamente aquellos que como carne de cañón combatieron por una causa de la
que se les despojó sin casi darse cuenta.
Luego, de colonia a neocolonia, nuestro país no pudo escapar del lugar
periférico que le correspondió en un mundo donde el capitalismo se consolidaba
día a día. Destino trágico compartido por la América Latina entera y la mayoría
de la humanidad.
Desde entonces las elites de siempre se han encargado con relativo éxito de que
ése sino continúe inalterable; como lo desearon y lo desean los poderes
imperiales de ayer y de hoy.
En tiempo más reciente, por ejemplo, la oligarquía local se empeñó en arrojar al
país a la vorágine neoliberal. Tal propósito que no cesa y que por el contrario
se acelera desde hace dos años, profundizó las ya vergonzosas condiciones de
pobreza y de inequidad de la nación colombiana.
Apoyado en el falaz argumento postmoderno (como mendaz es todo lo suyo) de un
supuesto fin de la historia, al pueblo colombiano le fue "recetado" humillarse
al dios del mercado. Una deidad que ni siquiera es autónoma, como quieren
hacernos creer, sino que por el contrario es manipulada a través de finos hilos
por unos poderes que trascienden nuestras fronteras.
¿Y cuál es el resultado de ese paraíso recuperado (que me perdone John Milton)?;
veamos:
Si en 1991 el 10% de los colombianos más ricos se adueñaba del 52% de los
ingresos, en el 2000 y tras una década de ofensiva neoliberal lo hacían con el
78.4% de los mismos. La concentración se ha dado de tal forma que el Coeficiente
de Gini por personas pasó de 0.54 a 0.57 en los años referenciados (3).
Si procesamos algunos datos de la Contraloría General de la República (4), eso
se traduce en que el número de pobres aumentó en forma dramática desde un 53.8%
de la población total en 1991 (19.2 millones de personas) a un 64.3% en el 2003
(28 millones); es decir, casi 9 millones de nuevos colombianos depauperados.
Obviamente el impacto de semejante situación sobrepasa la frialdad de las cifras
y afecta todas las esferas vitales que, en teoría, deberían otorgarle a cada
persona la posibilidad de vivir dignamente.
Así, por ejemplo, el 16% de los colombianos y las colombianas entre los 5 y 17
años se les viola hoy el derecho a la educación. Por si fuera poco, aquellos que
sí pueden acudir a un centro educativo (especialmente si proceden de los
estratos bajos) están expuestos a recibir una formación mediocre dado el
deliberado abandono y persecución estatal en contra de los maestros e
instituciones del sector público (5).
De otra parte, 18.5 millones de colombianos (42% de la población) no están
afiliados al Sistema General de Seguridad Social y, por ende, carecen de
cualquier oportunidad de atención en salud (6). La población pobre que puede
hacerlo a través del régimen subsidiado es implacablemente discriminada por el
sistema médico-institucional, alejados de tratamientos y tecnologías "costosos y
no rentables", y constantemente víctima de iatrogenia.
Lo descrito en gran parte es consecuencia tanto de los preceptos neoliberales
"sugeridos" por el FMI orientados a la privatización del sector público
(educación, salud, telecomunicaciones, energético, etc.) y la disminución del
gasto social, como del interés del actual gobierno (7) por desviar los recursos
del país hacia el conflicto bélico al tiempo que prohija sospechosamente una
"negociaciones de paz" con el narcoparamilitarismo que, desde hace tres años, se
ha hecho con el control del 40% (aproximadamente 400 millones de USD) de los
recursos destinados a las Administradoras del Régimen Subsidiado (8).
Respecto al problema de la vivienda, los modestos cálculos de Planeación
Nacional señalan que existe un déficit superior a los 2.3 millones de techos.
Fenómeno agravado últimamente por el desplazamiento forzoso de que son víctimas
cientos de miles de colombianos.
La respuesta gubernamental a esa carencia no deja de ser vergonzosa. Mientras
que por un lado se ha disparado la construcción de vivienda para las clases
altas (gracias a la ampliación y benevolencia de los créditos para tales
estratos) al tiempo que se sobrecondicionan y restringen los dados al resto de
la población; por el otro, se propicia mediante un decreto de agosto del 2004
del Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo, una política de hacinamiento
legalizado de los colombianos con menores recursos. En efecto, desde esa entidad
fue ordenada la reducción del área mínima para la construcción de "viviendas de
interés social" a 35 m².
Entretanto, los puentes, parques y alcantarillas siguen siendo la única
alternativa de abrigo de los que ni siquiera pueden soñar con estos reclusorios.
Frente a toda esta emergencia social ¿es posible que el ciudadano empobrecido
sobreviva honradamente? La respuesta es bastante pesimista.
De hecho, gracias al modelo neoliberal Colombia perdió un millón de puestos de
trabajo en el periodo 1998-2000, lo que acrecentó la tasa de desempleo abierto a
un 21% y de trabajo informal a un 60% (9). Estos números desnudan la hipócrita
soflama que el presidente lanza a los colombianos: "hay que trabajar, trabajar y
trabajar".
Por obvias razones los sectores sindicales han tratado, infructuosamente, de
sostener la lucha en aras de conservar los derechos que los asisten recibiendo,
en contraprestación, todo el rigor del terrorismo de estado. Así las cosas,
entre 1995 y el 2002, 1925 sindicalistas fueron asesinados (aproximadamente uno
cada dos días) principalmente por las fuerzas paraestatales (10).
Terrible futuro el de este pueblo lanzado así a la miseria. Y deleznables, por
tanto, las demostraciones de asombro de los gobernantes en relación al hambre de
la nación; otra carencia más que merece un mejor análisis.
LA VORAZ HAMBRE
Resultado necesario del contexto de pobreza ya descrito, Colombia se halla en
una crítica situación de inseguridad alimentaria. Como ocurre con aquélla, hay
irrebatibles determinantes estructurales en el hambre del país que impiden su
erradicación con las publicitadas recolectas de los medios y, mucho menos, con
papel periódico y agua de panela.
Tal despojo de los mínimos vitales para la sobrevivencia de la mayoría en favor
de la oligarquía de siempre, fue acelerado, como ya se dijo, por la
subordinación del país al modelo neoliberal.
La imposibilidad de tanta gente para acceder a alimentos suficientes y dignos,
se ve agravada aún más por el problema del narcotráfico y la violencia
generalizada. Una violencia que no sólo es política sino, también, social,
cultural y económica.
Así las cosas, se calcula que en este momento el narcoparamilitarismo se ha
apropiado de 6 millones de hectáreas de las mejores tierras del país (11), en un
continuum que supera con creces los 4 y 5 millones que se calcula ya poseían
hacia 1997 y 1998, respectivamente (12).
Dicho pillaje se explica por la necesidad de ampliar las áreas de cultivos
ilícitos, reinvertir las ganancias producto del tráfico de estupefacientes, y
saciar la vieja pretensión de "prestigio y poder asociada con la gran propiedad"
(13) que tipifica la conducta de la tradicional oligarquía terrateniente y los
barones de la droga.
Por supuesto, el saqueo ocurre a costa, principalmente, del pequeño campesino al
que además de despojársele de la posibilidad de acceder a los alimentos que
cultivaba, también le es sustraído los propios medios de producción (tierra,
herramientas, simientes, animales). Eso sin contar que gracias a ese robo
masivo, al trabajador agrícola se le hace prácticamente imposible hacer uso
legal de lo único que le queda y puede vender para alimentarse: su fuerza de
trabajo.
El mecanismo idóneo utilizado por el narcoparamilitarismo para cumplimentar sus
propósitos es la masacre, la amenaza y el desplazamiento del campesinado en
verdaderos ríos humanos (14). Aquellos que se salvan de la muerte, la mutilación
o la defenestración, son absorbidos como mano de obra barata por lo grandes
hacendados o como cultivadores de coca, amapola y marihuana.
Cabe resaltar que ante el abandono estatal del campo y la subestimación de la
producción local de alimentos, el emplearse como recolector de coca por 25000
pesos/día (aproximadamente 10 USD) le brinda mayores posibilidades de
sobrevivencia al trabajador rural y a su familia.
Esta situación, en términos generales, contrasta con aquella de los territorios
donde la guerrilla tiene presencia; allí, al contrario de los controlados por el
paramilitarismo, los cultivadores de plantas ilícitas son perseguidos con mayor
crueldad y condenados, en ocasiones, a verdaderos regimenes de hambre (15).
Hay que resaltar, además, que el narcotráfico y la lucha contra él, han alterado
los equilibrios ambientales que le daban sustento al sueño estratégico de una
autosuficiencia nacional alimentaria. Valga como ejemplo de lo expresado que a
pesar de los millones de litros de glifosato esparcidos, los cultivos ilícitos
no cesan y, por el contrario, buscan nuevas zonas de ubicación a expensas de la
destrucción de las selvas y territorios vírgenes del país.
Nadie debe extrañarse, entonces, que ante la conjunción de inequidad
estructural, violencia política, represión estatal, latrocinio neoliberal y
narcoparamilitarismo, Colombia sufra de hambre.
Las cifras y hechos por contundentes son escalofriantes. Y más graves de lo que
la estulticia folicularia quiere hacer ver.
Según el Departamento Nacional de Estadística (DANE) (16), en el periodo
1981-2000 murieron anualmente por desnutrición un promedio de 1830 personas. Más
del 70% de los decesos (año 2000) fueron en la población más vulnerable (menores
de 4 y mayores de 70 años).
Ahora bien, al cotejar, procesar y analizar los últimos datos de la FAO (17),
encontramos que el número de hambrientos en Colombia viene en franco ascenso:
alrededor de 5.7 millones para el año 2000; es decir, 700000 más que en 1996 y a
razón de un incremento en la desnutrición del 14% para igual periodo.
Teniendo en cuenta los mismos parámetros y variables se devela que el
crecimiento del hambre colombiana es mayor de lo que ese fenómeno se ha
manifestado en toda Suramérica, Asia y el Pacífico, …… y ¡la propia África
Subsahariana! (1.9%, 1.7%, 2.9%; respectivamente). Es más, supera el promedio de
todos los países subdesarrollados (2.3%).
Del total de nuevos hambrientos en el mundo atrasado entre 1996 y el 2000 (18.2
millones de personas), Colombia contribuyó con el 3.8% de ellos (¡!) o, lo que
es lo mismo, 21 veces más que el incremento promedio general.
Ya en el ámbito local, el pueblo colombiano es otra oveja negra en el concierto
suramericano. Mientras que el continente reducía, en igual lapso, el número
total de hambrientos en casi 2 millones de personas, aquí lo incrementábamos a
una media de 175000 por año. Esto quiere decir que de haberse mantenido esa
tendencia, al día de hoy habría en el país no menos de 6.4 millones de
hambrientos; cifra que infravalora la realidad presente en la medida que los dos
últimos años han significado para Colombia, una catástrofe social sin parangón
histórico alguno.
El problema se manifiesta con mayor agudeza en sus zonas más lejanas y
marginadas, aun cuando los grandes centros urbanos no escapan al hambre. Tal es
el caso, por solo citar uno, de la capital. Allí, el programa de la Alcaldía
"Bogotá sin Hambre" intenta llevar alimentos a más de 860000 personas que son el
24% de la población pobre estimada para la ciudad, y el 15% de todos los
colombianos hambrientos reportados por la FAO.
Este esfuerzo contrasta con la desidia del gobierno nacional. Más empeñado en la
guerra, la profundización del modelo neoliberal, la integración al Tratado de
Libre Comercio y sus propias ambiciones de poder, Uribe Vélez nunca ha
considerado el combate del hambre como un objetivo fundamental de su gestión. A
lo sumo, a través del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF),
promociona como proyecto bandera un programa denominado "Desayunos Escolares"
que cuenta con pocos recursos y cobertura aunque lucra a una compañía de
alimentos (Cooperativa Colanta Ltda.) que, al igual que la directora del ICBF,
el presidente de la república y la mayoría de sus colaboradores, es de la región
colombiana de Antioquia. Valga acotar que en varias zonas del territorio
nacional dicho programa es controlado por los grupos narcoparamilitares, quienes
administran a su conveniencia la distribución de esa "ayuda" al tiempo que, como
ocurriera durante la campaña presidencial del 2000, hacen proselitismo político
a favor del actual presidente (18).
Si según cálculos de la alcaldía de Bogotá el apoyo nutricional a cada niño le
significa un promedio de 520 USD/año (cifra similar a lo que le costaba al jefe
paramilitar Carlos Castaño la manutención de cada uno de sus hombres en el 2002)
(19), ¿por qué no se acomete desde el Estado una suficiente ayuda alimentaria a
los hambrientos del país? Supóngase que los 5.7 millones de colombianos
desnutridos requirieran, para escapar de las garras del hambre, 1000 USD/persona/año.
¿No se podría con los 7558 millones de USD, inicialmente estimados para el Plan
Colombia, haber alimentado a casi una vez y media aquella población?
¿Acaso con los 40 millones de dólares que costará el nuevo avión del presidente
no se nutrirían 77000 de los niños peor afectados por el hambre?
¿Cuántos más deben morir para que la elite gobernante continúe impasible e
impune en este malhadado país?
Tras haber descrito tan lúgubre, verídico y cotidiano panorama, no deja,
repetimos, de repugnar el asombro de la oligarquía local ante la situación de
hambre en Colombia. Todavía más la manipulación mediática de semejante
"descubrimiento".
No sobra recordarles (y la historia está llena de ejemplos) que por más cinismo
y fingida ceguera, que por más políticas represivas sean adoptadas, que por más
se entregue la soberanía y las riquezas nacionales a intereses y poderes
extranjeros, el pueblo hambriento tiene un límite a su angustia. De cuando en
cuando los famélicos del mundo convulsionan la historia.
Rememoren la Francia de finales del S. XVIII, la América Latina de principios
del XIX, la Cuba de 1959, la Venezuela de hoy.
Mientras el tiempo siempre va hacia delante, su reloj, señores, no deja de
marchar hacia atrás…..y la cuenta regresiva continúa.
* Investigador independiente
NOTAS Y FUENTES
(1) Pertenece al canal privado de televisión City T.V. que, junto con la Casa
Editorial El Tiempo, son patrimonio de la acaudalada familia Santos. Dueña del
periódico colombiano de mayor tiraje (El Tiempo), el clan de los Santos nunca ha
sido ajeno al poder; de hecho, varios de sus miembros han sido o son "padres de
la patria": Eduardo Santos (presidente, 1938-1942); Juan Manuel Santos (ex
ministro de hacienda), enemigo público número uno del proceso bolivariano en
Venezuela; y Francisco Santos (actual vicepresidente de la república).
(2) Extracto de melaza solidificado en bloques y fácilmente diluible en agua. El
agua de panela es una bebida de alto aporte energético pero poco valor
nutricional muy consumida por las clases menos favorecidas.
(3) Fenómeno terriblemente escandaloso en el área rural (de 0.504 en 1991 a
0.552 en el 2000) si se le compara con las ya desapacibles cifras de las zonas
urbanas (0.527 a 0.539). La desproporción se explica por el continuo despojo de
que ha sido víctima el pequeño campesino por parte del narcoparamilitarismo y la
oligarquía agraria tradicional, la cual, tiene fuertes nexos con la ultraderecha
armada y un inveterado control sobre el poder del Estado. Para las cifras ver:
Sarmiento Anzola, Libardo. Conflicto, intervención y economía política de la
guerra. En: Estrada Álvarez, Jairo (editor). Plan Colombia. Ensayos
críticos. Editorial Unibiblos. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. 2001.
pp: 67-69.
(4) Citados por: Guevara Gil, Jacqueline; Hernández, Amilkar. Los grandes
costos de la pobreza. En: El Tiempo. Bogotá. 8/VIII/04. Sección: 1, p: 8.
(5) La privatización de la enseñanza en Colombia es tan grave, que el 30% de los
cupos de primaria, el 45% de secundaria y el 75% de los de educación superior,
están en manos privadas. Ver: Plataforma Colombiana de Derechos Humanos,
Democracia y Desarrollo. El embrujo autoritario. Primer año de gobierno de
Álvaro Uribe Vélez. Editorial Antropos Ltda. Bogotá. 2003. pp: 50, 55.
(6) Ibid. p: 64.
(7) Álvaro Uribe Vélez fue uno de los adalides de la Ley 100 de 1993; verdadero
engendro que puso en manos privadas nacionales y transnacionales, la seguridad
social de los colombianos. Hoy día y con desparpajo, el gobierno nacional "da de
baja" hospitales, centros de salud y demás instituciones hospitalarias como si
de "terroristas" se tratase.
(8) Cálculos realizados con base en datos suministrados por: El expediente
secreto de las ARS. En: El Tiempo. Bogotá.27/VII/04. Sección: 1, p: 7.
(9) Ver: Sarmiento Anzola, Libardo. Op. cit. No. 3. p: 67; y, del mismo libro,
Libreros Caicedo, Daniel. Nuevo modelo de dominación global. p: 98.
(10) Plataforma Colombiana de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo. Op. cit.
No. 5. p: 154.
(11) Dato suministrado por el representante Gustavo Petro (28/VII/04)
inmediatamente después de la comparecencia que, ante el Congreso Nacional y a
instancias del gobierno, hicieran tres de los máximos jefes del
narcoparamilitarismo.
(12) Romero, Marco Alberto. La nueva internacionalización del conflicto y los
procesos de paz. En: Estrada Álvarez, Jairo. Op. cit. No. 3. p: 255 (infra).
(13) Reyes P., Alejandro. La compra de tierras por narcotraficantes. En:
Análisis Político. Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales.
Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. No. 22, mayo/agosto 1994. p: 5; y, del
mismo autor, El narcofeudalismo armado. En: Estrategia Económica y
Financiera. Bogotá. No. 242, agosto 31 1996. pp: 36-38.
(14) El desplazamiento forzoso por cuenta de la amenaza estatal y paraestatal se
da sobre las poblaciones campesinas que habitan territorios considerados bajo
dominio guerrillero. En términos globales, durante los últimos 13 años han sido
arrojados de su tierra 3 millones de colombianos, lo cual, presupone el 12% del
total de desplazados en el mundo (¡!). De aquellos, más de un 80% no asiste a un
centro educativo y no tiene acceso a servicios de salud. En: Morales, Juan
Carlos. Colombia: desplazamiento forzoso y refugiados de guerra. Atisbos a
una calamidad. La Habana. Febrero 2003. (Inédito); y, Plataforma Colombiana
de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo. Op. cit. No. 5. p: 126.
(15) En su desesperación por alimentar a su familia durante una semana, los
campesinos llegan a cambiar 3 gramos de coca (de la que lograron esconder) por
un par de botellas de leche y unos pocos plátanos. Ver: Bedoya Lima, Jineth.
Hambre tras el "boom" de la coca. En: El Tiempo. Bogotá. 27/VIII/04.
Sección: 1, p: 4.
(16) Citado en: 5.7 millones de colombianos se alimenta mal. En: El
Tiempo. Bogotá. (Edición digital) 26/VIII/04.
(17) Los documentos base son los informes titulados El Estado de la
Inseguridad Alimentaria en el Mundo, de los años 1999 (editado en 1999; pp:
29-30), 2000 (2000; 27-28), 2001 (2001; 51-52), 2002 (2002; 31-33) y 2003 (2003;
31-35); todos, impresos en Roma.
Es importante aclarar que comparto el criterio de muchos expertos en el sentido
de que las estadísticas de la FAO subestiman la magnitud de la desnutrición en
el mundo. Ello debido a inconsistencias metodológicas prácticas en la forma de
evaluar el problema, la poca fiabilidad en los sistemas
estadísticos-epidemiológicos nacionales, y a la intencionalidad política tras
las cifras reportadas por los distintos países. Además, estas cifras no
cuantifican los otros millones de colombianos que, sin ser catalogados como
hambrientos, sufren de todo un espectro de carencias nutricionales
(malnutrición) que limitan sus desempeños vitales.
(18) Esta denuncia también fue hecha ante el Congreso por el representante Petro
durante el debate parlamentario acerca de la irresponsable política social del
gobierno. Las intervenciones ministeriales así como la de éste y otros
congresistas, fueron transmitidas en vivo y en directo por el Canal
Institucional de la televisión colombiana durante el final de la tarde y la
noche del 1/IX/04.
(19) Ver: Sector "para" pide cumbre. En: El Tiempo. Bogotá. 2/VII/02.
Sección: 1, p: 8.