Latinoamérica
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Por qué Chávez se encamina hacia una rotunda victoria
Richard Gott
The Guardian
La controversia política venezolana, polarizada en dos bandos absolutamente
irreconciliables, alcanza un nuevo, y tal vez definitivo capítulo el próximo 15
de agosto, con la celebración del referéndum revocatorio del mandato
presidencial de Hugo Chávez Frías. Tras su irrupción y meteórico ascenso al
poder, el ex teniente coronel paracaidista se somete nuevamente al juicio
popular que él mismo dispuso en un mandato constitucional.
Para consternación de los grupos opositores de Venezuela y para sorpresa de los
observadores internacionales reunidos en Caracas, el presidente Hugo Chávez está
a punto de obtener una victoria aplastante el 15 de agosto en un referéndum
concebido para conducir a su derrocamiento.
Elegido por primera vez en 1998, cuando era un coronel casi desconocido, armado
con poco más que retórica revolucionaria y un programa socialdemócrata moderado,
Chávez se ha convertido en el líder de la emergente oposición latinoamericana a
la hegemonía neoliberal de Estados Unidos. Estrecho aliado de Fidel Castro,
rivaliza con el dirigente cubano en sus feroces denuncias de George W.Bush, una
estrategia que es bien acogida en la gran mayoría de la población de América
Latina, donde sólo las elites reciben bien las recetas económicas y políticas
ideadas en Washington.
Mientras que Chávez conserva su popularidad después de seis años como
presidente, el apoyo a los dirigentes abiertamente proestadounidenses de América
Latina, como Vicente Fox en México y Alejandro Toledo en Perú, ha quedado
reducido a la nada. Hasta el presidente de Brasil, Lula, que permanece neutral,
no sale muy bien parado en las encuestas. La noticia de la victoria de Chávez en
el referéndum será recibida lúgubremente en Washington.
Chávez llegó al poder después de que el sistema político tradicional se hubiese
autodestruido en la década de 1990. Pero los restos del antiguo régimen, en
especial los atrincherados en los medios de comunicación, han mantenido una
lucha constante contra él, en un país en el que las antipatías racistas
heredadas de la era colonial no están nunca muy soterradas. Chávez, con sus
rasgos indios y negros y un acento que revela sus orígenes provincianos, es
visto con simpatía en los barrios de chabolas, pero es aborrecido por quienes
viven en las ricas zonas residenciales de blancos, que temen que movilice contra
ellos a la empobrecida mayoría.
El esperado triunfo chavista será la tercera derrota de la oposición en igual
número de años. Las dos primeras fueron resultado de tentativas
espectacularmente contraproducentes para sus opositores, que sólo sirvieron para
hacer que se atrincherase en el poder.Una intentona de golpe de estado en abril
de 2002, con un trasfondo fascista que recordaba la época de Pinochet en Chile,
fue derrotada por una alianza de oficiales leales y grupos civiles que se
movilizaron de forma espontánea y exigieron con éxito el regreso de su
presidente.
La inesperada restauración de Chávez no sólo alertó al mundo sobre la existencia
de un inusual experimento de izquierdas, por no decir revolucionario, que está
teniendo lugar en Venezuela, sino que también llevó a la mayoría pobre del país
a entender que tenía un Gobierno y un presidente que valía la pena
defender.Chávez logró retirar a oficiales de alto rango contrarios a su proyecto
de implicar a las fuerzas armadas en progamas para ayudar a los pobres y eliminó
la amenaza de nuevo golpe.
El segundo intento de derrocamiento -la prolongada huelga de diciembre de 2002,
que se extendió al cierre patronal de la empresa petrolera estatal, Petróleos de
Venezuela, nacionalizada desde 1976- también acabó por favorecer al presidente.
Cuando fracasó la huelga (con sus ecos de la de los propietarios chilenos de
camiones, respaldada por la CIA, contra el gobierno de Salvador Allende a
comienzos de los 70), Chávez consiguió despedir a los sectores más mimados de un
personal laboral privilegiado.Los enormes excedentes de suministro de crudo que
producía la empresa fueron redirigidos a nuevos e imaginativos programas
sociales. Se fundaron por todo el país innumerables proyectos o «misiones», que
recordaban el clima de los primeros años de la revolución cubana. Con ellos se
combate el analfabetismo, se da ulterior educación a quienes no terminan los
estudios básicos, se promueve el empleo, se proporcionan alimentos baratos y se
extiende la atención sanitaria gratuita en las zonas pobres de las ciudades y el
campo, con la ayuda de 10.000 médicos cubanos.Edificios sobrantes de la compañía
petrolífera se han reutilizado como sede de una nueva universidad para los
pobres y se ha desviado dinero del petróleo para fundar Vive, un innovador canal
de televisión que está ya rompiendo los tradicionales moldes estadounidenses de
los medios de comunicación latinoamericanos.
Los opositores tachan los nuevos proyectos de «populistas», un término
habitualmente usado con intención peyorativa por los científicos sociales de
Latinoamérica. Sin embargo, ante la tragedia de la extrema pobreza y el abandono
en un país con unos ingresos procedentes del petróleo comparables con los de
Arabia Saudí, es difícil ver por qué un gobierno democráticamente elegido no
debe embarcarse en programas para ayudar a los más desfavorecidos.
Su impacto está a punto de comprobarse en la consulta popular del 15 de agosto.
Vote «sí» para echar a Chávez de la presidencia, vote «no» para mantenerlo en
ella hasta las próximas elecciones presidenciales de 2006. La oposición,
políticamente dividida y sin ninguna figura carismática que pueda competir con
Chávez para liderar su campaña, sigue comportándose como si tuviera la victoria
segura. Les gusta imaginar que pueden obtener un triunfo comparable con el de
los antisandinistas en Nicaragua en 1990.
La campaña chavista por el «no» ha sacudido el país, poniendo en juego todas las
habilidades de Chávez como estratega militar y organizador político.
Un empujón en la inscripción, que recuerda la tentativa de introducir a negros
en el censo electoral de EEUU en los años 60, ha producido cientos de miles de
nuevos votantes. Lo mismo ha sucedido con una campaña para conceder la
ciudadanía a miles de inmigrantes que llevaban largo tiempo en el país. La
mayoría optarán por Chávez, y los partidarios del presidente están ya
patrullando los barrios de chabolas y las regiones más remotas del país para
sacar votos el 15 de agosto.
Una inesperada ventaja para Chávez ha sido el espectacular aumento de los
precios del petróleo en el mundo. Como me explicó hace unos días, ahora puede
dirigir los ingresos extra a los pobres, tanto en el país como en el extranjero,
pues Venezuela suministra petróleo a precio reducido a los países de América
Central y el Caribe, incluyendo a Cuba. Le ha ayudado también el cambio en el
clima político de América Latina. Antaño percibido por sus vecinos como un
estrafalario, ahora se parece más a un hombre de estado latinoamericano. En todo
el continente, se ha convertido en el hombre al que hay que observar.
Ante una victoria de Chávez, puede que la oposición, desesperada, recurra a la
violencia. Su asesinato, recientemente insinuado por el ex presidente Carlos
Andrés Pérez, o el uso de fuerzas paramilitares del tipo de las que se
desencadenaron hace pocos años en Colombia, son siempre una posibilidad. No
obstante, los sectores más civilizados de la oposición se aplicarán, si hay
suerte, a la difícil tarea de organizar una fuerza electoral adecuada para
enfrentarse a Chávez en 2006.