Latinoamérica
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El verdadero rostro del Foxismo
La Jornada
El gobierno de Vicente Fox ha terminado de quitarse las máscaras. Con tal de
defender los intereses trasnacionales y oligárquicos a los que sirve, no cejará
en su empeño por destruir -mediática, política o judicialmente- al jefe del
gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, y al proyecto alternativo de
país que representa. A estas alturas poco le importa al Ejecutivo federal si en
el afán citado causa un gravísimo daño a las instituciones de la República, si
exhibe su gestión como el más faccioso ejercicio de poder de que se tenga
memoria en el país, o si sus propias acciones dejan entrever una maraña de
vínculos inconfesables entre el grupo en el poder con profesionales de la
corrupción, como Carlos Ahumada, o con las mafias de la especulación
inmobiliaria y sus abogados del tipo de Diego Fernández de Cevallos.
El discurso oficial alcanza nuevas cotas de trastorno bipolar, como la que
ostentó la declaración de ayer del secretario de Gobernación, Santiago Creel,
quien, en medio de la ofensiva judicial contra López Obrador, habló de manos
tendidas y de puertas abiertas al diálogo por parte del régimen.
Si hicieran falta indicios de la descontrolada y visceral fobia hacia el
gobernante capitalino, baste con ver la cantidad de actos hostiles emprendidos
en su contra en días recientes: una demanda de controversia constitucional
presentada por el propio Fox ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación por
un asunto técnico y menor de regulaciones de recargas de agua tratada al manto
acuífero metropolitano (13 de mayo); una esperpéntica pronunciada en Budapest;
nuevos ataques verbales del secretario de Gobernación, al día siguiente;
anteayer, la demanda de desafuero contra López Obrador por la Procuraduría
General de la República (PGR), trámite a todas luces infundado y carente de
asideros legales serios -como se documentó en las ediciones de este diario
correspondientes al domingo y al lunes pasados- y, para colmo, errado y
desaseado en su procedimiento, toda vez que no fue presentado a la instancia
debida, que es la secretaría general de la Cámara de Diputados, sino a la
Comisión Permanente del Congreso de la Unión.
Ayer, una demanda de juicio político contra el procurador Bernardo Bátiz,
presentada por diputados de Acción Nacional y, por parte del secretario de
Hacienda, Francisco Gil Díaz, imputaciones contra las autoridades capitalinas -tan
mal argumentadas, por cierto, que se cayeron por sí solas- en torno a la
supuesta indolencia del GDF para arrestar a Gustavo Ponce, ex secretario de
Finanzas de la ciudad.
La ofensiva propagandística y judicial contra las autoridades de la ciudad de
México constituye el alarmante retrato de una facción que ha perdido el rumbo,
la lucidez y el control de sí misma y del país. En su afán de eliminar a López
Obrador de las elecciones de 2006 el foxismo ha generado dos incidentes
diplomáticos absurdos -uno con Estados Unidos, por revelar información
confidencial que le fue proporcionada por el Departamento del Tesoro, y otro con
Cuba, por la decisión de La Habana de deportar a México a Carlos Ahumada- y ha
sumido al país en un escenario de confrontación, desconfianza, crisis
institucional y desgaste político sin precedentes.
Los amigos del Presidente despilfarran el presupuesto público con ofensiva
frivolidad -sin más sanciones que la "renuncia" o el traslado discreto a otros
cargos-; sus parientes gestionan y atestiguan "donativos" de Ahumada Kurtz -sin
que la PGR se tome la molestia de indagar tales transacciones- y algunos
correligionarios del Presidente, como Sergio Estrada Cajigal, se convierten en
empleadores de narcotraficantes; por supuesto, al procurador Rafael Macedo de la
Concha no se le ocurre, en tales casos, solicitar el desafuero y, si tal trámite
llegara a ocurrir, Diego Fernández de Cevallos se adelanta a ofrecer asesoría
jurídica "gratuita" al gobernador en apuros. El foxismo cree en las leyes y las
instituciones sólo cuando le son de utilidad para atacar a sus adversarios
políticos.
Tal es, para desgracia del país, el verdadero rostro del gobierno "del cambio",
un gobierno que en tres años y medio ha agotado ya todas sus ocurrencias y al
que los optimistas pueden hallarle, como única y circunstancial virtud, el que
esté por llegar a su último tercio.