Latinoamérica
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Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
Columnista invitado: Wilson Villarroel Montaño
El ucase del presidente Mesa
Wilson Villarroel Montaño
jvillarroel@entelnet.bo
El presidente Mesa se encuentra en la encrucijada, jaque en diagonal desde el
otro extremo del tablero, de emitir o promover la emisión de una ley o decreto
de urgencia que permita a los militares acusados de los excesos represivos en
las jornadas luctuosas de febrero de 2003, eludir el fallo del Tribunal
Constitucional boliviano que ordena se los procese por la vía ordinaria.
La historia del fallo del TC es relativamente simple: el 12 y 13 de febrero de
2003 (Febrero Negro) se produjo una gran revuelta popular en La Paz y el
presidente de entonces, Gonzalo Sánchez de Lozada, ordenó la intervención "in
extremis" de las Fuerzas Armadas. Varias personas murieron y las investigaciones
apuntaron, luego de sumarias indagaciones, a cuatro oficiales del Ejército. Las
organizaciones populares, sindicales y de derechos humanos promovieron
enjuiciamiento por la vía ordinaria pero una maniobra judicial de los militares
comprometidos abrió proceso previo ante la justicia militar para evitar, así, la
apertura de la causa ante un juez ordinario.
En este trance se presentaron dos recursos de amparo constitucional cuya
revisión definitiva corresponde al TC que, con poco más de dos meses para
resolver el tema, prolongó unilateralmente el plazo para emitir su fallo.
Entretanto, el Tribunal de Justicia Militar absolvió a los acusados y su
sentencia alcanzó ejecutoria. La casi extemporánea sentencia del TC establece
hoy: a) la invalidez del fallo del Tribunal Militar, y b) la instrucción de
emitir un nuevo fallo en el amparo constitucional. En definitiva, dispone que
los militares acusados sean procesados en la vía ordinaria.
Corre el argumento falso que el TC anula la jurisdicción militar y, además,
vulnera el principio de seguridad al dejar sin efecto una sentencia que alcanzó
calidad de cosa juzgada (ejecutoriada). Ni lo uno ni lo otro, en puridad
jurídica. La jurisdicción militar sigue vigente y, según la doctrina
constitucional más autorizada, no hay cosa juzgada en vulneración de derechos
fundamentales siéndole lícito al contralor de la constitucionalidad enervar los
efectos antijurídicos de una sentencia inconstitucional. Pero, estos argumentos,
o se desconocen o se quieren desconocer y, mas bien, se culpa al TC de promover
inestabilidad política y de contribuir a la sedición (no se sabe de quién).
La primera pregunta que se hacen políticos tradicionales, parlamentarios
redivivos y asesores jurídicos próximos al Ejecutivo y al estamento o casta
militar es extremadamente simple: ¿cómo salvar a los oficiales de su inminente
procesamiento en la vía ordinaria?
En la búsqueda de soluciones creativas -próximas a las leyes del "perdón y
olvido" en la Argentina o las frustratorias de la justicia común, en el Perú,
luego de los excesos represivos en la lucha contra el senderismo- se sugieren
varias opciones:
1) Por ejemplo, el Parlamento podría sancionar una ley interpretativa de la
Constitución Política que proclama que la fuerza armada está "sujeta a las leyes
y reglamentos militares". La "interpretación" establecería la jurisdicción
militar para todos los casos en que se tenga que juzgar a un militar
(ratificación de los fueros medievales). Se da por sentado que el presidente,
pudiendo objetar la ley, la promulgue sin discusión alguna.
Esta idea tropieza con la previsible oposición de los diputados asistémicos que,
a pesar de haber concertado una tregua no escrita con elpresidente, podrían
postergar peligrosamente una ley de esta naturaleza. Y, por supuesto queda
todavía en pie el riesgo de su posible inconstitucionalidad a ser declarada,
paradójicamente, por el TC.
2) En el apuro, y hasta encontrar soluciones, el abogado de la causa militar ya
ha pedido complementación y enmienda en la esperanza que el TC modifique
ilegalmente el contenido material de su sentencia. De hecho, uno de los
viceministros del presidente encuentra ambigüedades y contradicciones en el
fallo objetado. Nos preguntamos: ¿se avendrá el TC a dar un paso atrás y cambiar
sustancialmente el contenido de su sentencia?
3) Otros, finalmente, sugieren que el presidente Mesa dicte un decreto de
amnistía -como el que ya fue emitido para evitar el enjuiciamiento penal de
dirigentes obreros en la Insurrección de Octubre de 2003- y, de esta manera, y
sin vuelta de hoja, sustraer a todo procesamiento a los militares amenazados de
llegar a los tribunales que juzgan a civiles. Es la tesis más racional y
jurídica. Seduce su simplicidad y nosotros casi apostamos a que será la que
prevalezca.
Cualquiera de éstas, especialmente la última, es la tesis del ucase.
Pero es claro que esta norma arbitraria e inconstitucional por frustratoria de
la justicia que esperan viudas y huérfanos -sean quienes sean o hubieren sido
los culpables- importaría una reedición de los ucases o decretos tiránicos del
zar en la vieja Rusia Imperial. Y, por supuesto, sólo tendría que emitirla
elpresidente -como prueba de amor y compromiso con la casta militar- en lo que
es una constatación de su creciente rusificación (recuérdese nuestro "El
presidente Mesa, el Kerenski.") haciendo el parecido, con su homólogo de 1917,
cada vez más notable y sugestivo.
Es, a no dudarlo, el precio de apostar incondicionalmente al sistema político y,
esta vez, a la desnuda y brutal eficacia de las armas sobre las que todavía
descansa -a duras penas- el orden imperante. Si no es así, entonces no tendría
nada de raro que, a última hora, se hubiera propiciado una reunión entre jefes
militares y policías para debatir su coparticipación en los conflictos sociales.
De hoy en adelante, si el presidente quiere orden y balas, debe emitir orden
expresa -y por escrito- para que las balas pacifiquen los conflictos sociales.
Es el concepto postmodernista de la evasión de responsabilidades conforme al
principio de la "obediencia debida" cuyos orígenes se remontan a la Argentina de
los años 70.
Así se resuelven las cosas en el actual sistema político. No hay golpe, ni
asonada ni rebelión. Hay ruido de sables y botas taconeando fuerte en Palacio y
en el Congreso. Y nada más. Pero, ¡cuán fuerte resuenan que estremecen, con
temblores cataclísmicos, todo el escenario político!
Luego, no sorprende que en la carrera por mostrar buena letra y diligencia ante
los estamentos militares, uno de los más destacados sea, sin duda, elpresidente
de la Cámara de Diputados que, finalmente, ha subrayado que es importantísimo
encontrar soluciones "en el marco constitucional" pues el fallo, a su juicio, es
"apresurado" y no advirtió "las consecuencias para la democracia y la vida
jurídica del país". Es otra paradoja extraordinaria: si el TC es el mejor y
mayor intérprete de la Constitución, ¿cómo es posible que atente, precisamente,
contra la democracia y la vida jurídica del país?
El empeño de políticos, congresales y abogados oficiales ratifica así la
urgencia de prolongar todo hálito de vida al sistema político agonizante,
incluso más allá del corazón artificial que el presidente Mesa le ha provisto en
los últimos meses.
Pero, aunque suene extraordinario, al presidente de los diputados le asiste
sobrada razón en más de un aspecto. Ciertamente, el Tribunal Constitucional no
midió el tono, la oportunidad y el tiempo histórico. Modula jurídicamente, pero
no modela políticamente. El TC es, y no descubrimos la pólvora, un órgano
político a la vez que judicial pues valora jurisdiccionalmente, con arreglo a la
Constitución, comportamientos de particulares y de órganos revestidos del Poder
Público, esto es, políticos. Mas aún, la norma constitucional, bien entendida,
no es sino el pacto social y político de un momento histórico determinado.
Formulemos la segunda pregunta: ¿qué pretenden luego los personeros del sistema
político? Respuesta: llevar al TC a un juicio de responsabilidades.
Es admirable que los más interesados en promover semejante juicio sean,
precisamente, los militantes más connotados del principal partido de Gobierno (MNR),
en lo que parece un intento de desviar la atención sobre la exigencia de un
inmediato juicio de responsabilidades al anterior presidente Sánchez de Lozada.
Más sorprendente es que recientes declaraciones de parlamentarios, incluso del
oficialismo, señalen que de los cinco miembros del TC, tres fueron designados
por el partido político del anterior presidente (MNR). Los otros dos magistrados
responden al MIR -aliado del MNR- y una agrupación política (NFR) que se alió a
último momento al renunciado Sánchez de Lozada. En la designación de los
magistrados del TC, el expresidente tomó parte activa.
Más paradojas: ¿les tocará a los magistrados del TC servir de fusible para
evitar el juzgamiento de quien, directa o indirectamente, los promovió a tales
funciones?
Es verdad que una innegable nota de petulancia o soberbia ha venido
caracterizando los trámites a cargo del TC, a lo que suma su extraordinaria
capacidad para eludir ciertas definiciones necesarias en sus fallos o la
estudiada ambigüedad de sus razonamientos. Ello ha sido campo propicio para
frustrar la justicia prometida constitucionalmente pues la mayoría de los jueces
ordinarios -encargados de cumplir los fallos del TC- sólo atienden instrucciones
en blanco y negro, esto es, en sistema binario pues, hasta ahora, no han salido
de un positivismo ochocentista que sólo encuentra mandato en lo que dice expresa
e inequívocamente el legislador, jamás en lo que se infiere razonablemente del
texto normativo. En Bolivia, la exégesis es el método de interpretación
preferido.
Pero, por supuesto, este panorama no es motivo suficiente para la defenestración
del TC que, hoy por hoy, es lo mejor -y de lejos- en materia de eficiencia de
nuestros órganos jurisdiccionales. Pero el TC, en el caso que nos ocupa, calculó
mal la proyección política de su fallo, al menos la oportunidad de su emisión
soslayando el tiempo histórico que vivimos. Lástima: los errores políticos aquí,
como en Timbuctú, se pagan muy caro.
El presidente Mesa, vencedor de la última batalla librada contra el movimiento
popular y sindical debe libar ahora la amarga copa de una victoria que se le
hace pírrica acosado como se encuentra por la protesta y descontento de sus
fuerzas de represión.
¿Dictará el ucase?
P.S. A último momento se informa que, en una clásica jugada detrás de
bambalinas, en un descuido de la bancada senatorial del MAS, el partido
asistémico actualmente en tregua con el Gobierno, se había aprobado un proyecto
de ley interpretativa del art. 209º de la Constitución. Nosotros nos ratificamos
en que la jugada no prosperará, salvo que el "descuido" del MAS sea algo más que
casualidad. En efecto, falta la aprobación de diputados.
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