México: La democracia, los partidos y la izquierda
Víctor Flores Olea
La conmoción causada por los escándalos de las últimas semanas, sobre todo los que afectan directamente al PRD, suscitan ya reflexiones sobre el destino de la izquierda. Y se expresa desde un radical escepticismo hasta la seguridad de que se trata de un accidente de coyuntura que podrá superarse, o la afirmación de que el panorama político mexicano quedaría trunco sin una izquierda como actor de primera línea. Histórica y socialmente no correspondería al país un bipartidismo (PRI-PAN) sino que objetivamente existe la necesidad de una izquierda capaz de expresar un proyecto de país diferente al que encarnan los otros partidos.
Debe decirse que más allá de las calamidades que han golpeado al PRD existe una severa crisis de los partidos políticos en general, no sólo en México. Las evidencias son abrumadoras. Y su causa es la distorsión generalizada que ha sufrido la democracia representativa cuando la función de representantes y legisladores se somete dócilmente a los intereses económicos.
Es la misma razón que ha originado la crisis del Estado y de las instituciones políticas: la tremenda influencia que en los tiempos de la globalización neoliberal tienen las corporaciones nacionales e internacionales sobre las decisiones políticas. Se ha dicho con razón: el Estado moderno se haya cercado abrumadoramente por los intereses económicos y financieros, y de hecho se ha debilitado enormemente lo mismo que las instituciones tradicionales de la democracia representativa.
En el caso mexicano pasamos por una situación paradójica y lamentable: llegamos a la "alternancia política" de partidos en el momento mismo de la crisis de los partidos políticos. Y de esta realidad no escapan ni el PAN ni el PRI, y por supuesto el PRD, más allá de los hechos filmados de corrupción de algunos de sus militantes.
¿O alguien puede sostener que el PRI es un auténtico partido político cuando se ha conformado en estos años con operar electoralmente en el más grande pragmatismo, en la incapacidad de discutir con un mínimo de nivel los principales problemas nacionales e internacionales? Es verdad, conocemos la opinión de algunos de sus militantes pero la ciudadanía desconoce las tesis fundamentales del partido como tal. Otro tanto o mucho más puede decirse del PAN: un partido que logró la alternancia más en función de su líder triunfante que por la tarea propiamente partidista.
La crisis de los partidos políticos y el "abandono" de los existentes en México, nos conducen a una situación en que cuenta electoralmente mucho más el nombre de las personas que el programa de los partidos. ¿Quiénes son los candidatos posibles? ¿Qué oportunidad tienen de "llegar"? Tal es la discusión primordial y no la programática. Es comprensible -en todas partes y en todas las elecciones cuenta el factor personal-, pero no hasta el punto que se ha extremado en México.
Y prueba de lo dicho es que los ataques últimos al PRD, más allá de la exhibición de los codiciosos que lindan con el derecho penal, fueron manifiestamente dirigidos contra Andrés Manuel López Obrador, el mejor "posicionado" electoralmente desde la izquierda para competir en el 2006. En el caso del PRD la situación ha sido grave porque el ataque no solamente ha sido dirigido contra una persona sino contra el partido que se ostenta como de la izquierda mexicana, al exhibirse la inconsistencia y deshonestidad de un número importante de sus dirigentes. Todo el cuerpo del partido ha sido maltratado y no únicamente sus cabezas.
Pero es significativo que una porción apreciable de la izquierda del país en estos años no se haya afiliado al PRD. De tiempo han sido evidentes muchas de sus rigideces y manejos internos sospechosos, que resultaron tremendamente inhibitorios. El escalamiento burocrático y la codicia por los puestos ha dominado en el partido, con el abandono de "principios" y posiciones políticas:
tales han sido a la postre los destructores del partido, los verdaderos causantes del escándalo. La exhibición lamentable de hace unos días confirma esa impresión generalizada.
La crisis de los partidos políticos, particularmente de la izquierda, tiene su propia historia en todas partes y ha conducido a una reflexión inevitable: hoy la izquierda no está circunscrita a los partidos políticos y es una corriente mucho más extensa: los movimiento sociales expresarían, de una manera más actual y madura, las verdaderas posiciones de una izquierda amplia sobre multitud de cuestiones de la vida moderna.
Esos movimientos sociales desecharían las rigideces de la representación formal y, por definición, no tendrían la propensión al escalamiento burocrático y serían menos vulnerables a la corrupción. La democracia que postulan se expresaría sin contaminaciones partidistas ni ambiciones de riqueza y encarnaría más directamente las demandas ciudadanas. Sí, pero el gran problema no resuelto es que la "toma formal de las decisiones", con implicaciones legislativas y ejecutivas, no pertenece a los movimientos sociales sino a los órganos formales del Estado. Tales son el atractivo de los movimientos sociales y también sus límites y carencias.
Los movimientos sociales actúan como fuertes corrientes de presión política sin las cuales hoy el Estado no puede tomar decisiones mínimamente legítimas y viables. Su presencia en todos los niveles es innegable y difícilmente se puede mantener la legitimidad gubernamental sin atender de cerca muchas de las exigencias de los movimientos sociales, so pena de provocar conflictos de incalculable alcance. Pero, como decíamos, no es suficiente y es necesaria la "formalización" también de las exigencias sociales.
Es verdad: sería inconcebible México sin una izquierda que represente las corrientes, las exigencias sociales y nacionales del país. Tal izquierda cuenta con una muy amplia base social que no se circunscribe a los militantes del PRD ni se borra por las pillerías de unos cuantos. Debiera contar también con un partido político plenamente renovado que entendiera cabalmente la esencial función histórica de una organización de la izquierda mexicana. Que no es - como se demostró en el escándalo-, una mera cuna de candidatos a la riqueza o a la burocracia política y gubernamental. Su función hoy es la de expresar las necesidades urgentes de la sociedad mexicana, y también la de renovar o innovar intelectual y culturalmente las perspectivas de la izquierda en nuestro país.
Es una tarea educativa y pedagógica nacional, y una muestra irrefutable de que aún en los tiempos del liberalismo es posible vivir, en efecto, con la inteligencia y la honestidad que corresponde a una formación de la izquierda mexicana.
El desastre sobre el PRD podrá corregirse si hay un vuelco de 180% que supone el castigo de los culpables del escándalo, y si es capaz todavía de demostrar en la práctica que es capaz de encarnar ese bloque político, intelectual y moral que esperan hace tiempo la nación y sus mayorías. Muchas cosas deberán ocurrir para esa renovación: de otra manera será arrollado por el pueblo de México que inevitablemente volverá a pensar en "otra" organización que satisfaga plenamente la necesidad histórica y nacional de una izquierda realmente digna de ese nombre.