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Latinoamérica

15 de marzo del 2004

Haití: 'Titid' Aristide o la muerte de una ilusión


Roberto Montoya. El Mundo

Un país a la deriva. El sueño con el que el primer presidente democráticamente elegido de Haití cautivó a su pueblo ha llegado a su fin. En 1990, los haitianos, hartos de décadas de golpes de Estado, dictaduras, matanzas, miseria, injusticia y corrupción, auparon al poder a Jean Bertrand Aristide. Hoy, ese trozo de isla, que en 1804 se convirtió en la primera república negra del continente americano, ha vuelto a perder el rumbo

Jean Bertrand Aristide se convirtió en 1996 en el primer presidente haitiano legítimamente elegido que traspasaba el poder a su sucesor legal, René Préval.

Aristide, a quien muchos llamaban el ayatolá del Caribe, parecía romper así la norma que quiso imponer uno de los primeros líderes de los antiguos esclavos haitianos, Touissant Louverture, el centauro de la sabana. En 1801 este caudillo negro se autoproclamó «gobernante perpetuo» y anunció que desde ese mismo momento los mandatarios sólo dejarían el poder cuando fueran derrocados por la fuerza o asesinados. Napoleón lo mandó encarcelar poco después y lo dejó morir de pulmonía en la cárcel, en 1803, sin proporcionarle asistencia médica alguna.

La rebelión de los esclavos haitianos había sido en realidad iniciada antes, en 1791 -sólo dos años después de la Revolución Francesa- por el africano Boukman y aunque fue sofocada por las tropas galas, influyó sin duda en que Francia aboliera la esclavitud en 1794. En 1804 Haití declararía su independencia, convirtiéndose en la primera república negra de América y en la segunda nación del llamado Nuevo Mundo que se independizaba, tras Estados Unidos.

Touissant Louverture era, además de general, una suerte de brujo vudú; Jean Bertrand Aristide, Titid, quien muchas veces reivindicó el nombre de ese Espartaco negro, un sacerdote salesiano alineado en la Teología de la Liberación.

Los haitianos, hartos de décadas y décadas de golpes de Estado, dictaduras, matanzas, miseria, injusticia y corrupción, auparon al poder a Aristide en 1990 al otorgarle el 67% de los votos.En su programa electoral, Aristide prometía acabar con el poder omnímodo de las 630 poderosas familias con las que la tiranía de los Duvalier se repartían la riqueza del país desde los años 50.

Aseguraba que iba a terminar con la pobreza extrema de la mayoría de la población (menos de un 5% de sus ocho millones de habitantes tiene un empleo digno); que terminaría con el elevado índice de mortalidad infantil (12%); que garantizaría el acceso de todos los ciudadanos a la educación (más del 70% es analfabeto) y a la sanidad pública.

Los haitianos creyeron en Aristide. Como líder de la coalición Lavalas (Avalancha, en creol), Aristide logró derrotar tanto a Roger Lafontant, ex jefe de los Tonton Macoutes, la temible guardia pretoriana de Duvalier, y al candidato de la Casa Blanca, Marc Bazin. Aristide osó enfrentar a los poderosos poderes fácticos del país pero, en septiembre de 1991, sólo ocho meses después de asumir el poder, fue derrocado por un golpe de Estado militar.Este estuvo liderado por el jefe del Ejército que él mismo había nombrado, el general Raúl Cedrás y por el jefe de la Policía, el teniente coronel Michael François, apoyados por los militares y paramilitares duvalieristas y la oligarquía local.

Aristide se exilió primero en Caracas y luego se trasladó a Washington, donde criticó duramente la política de Clinton de repatriar a los cientos de balseros que intentaban huir de la nueva dictadura.Titid pasó a ser un símbolo, un mito, una bandera de lucha para la población haitiana, que lo acogió calurosamente cuando volvió al poder gracias a la intervención de los marines.

Resultaba paradójico. Como denunció The New York Times el 14 de noviembre de 1993, la CIA mantuvo en nómina desde 1986 (desde la huida del último Duvalier) hasta 1991 o 1992 a varios altos cargos militares haitianos, entre ellos, al mismísimo Raúl Cedrás, que lideraría el golpe de Estado de 1990 contra Aristide. Esta denuncia, de la que se hizo eco Time y Le Point, reveló que el organismo que creó la CIA en Haití, para controlar supuestamente a las mafias del narcotráfico, el Servicio Nacional de Información (SIN), terminó vinculado directamente a éstas.

El SIN jugó también un papel muy activo en el entrenamiento del Frente para el Avance y Progreso de Haití (FRAPH), dirigido por Emmanuel Constant, cuyas milicias asesinaron a centenares de partidarios de Aristide, antes y después de su triunfo electoral.Al menos tres de los miembros del SIN (organismo que recibía 80 millones de dólares anuales de la CIA), los oficiales Ernest Prudhomme, Diderot Sylvain y Leopold Clerjeune, participaron tan abiertamente en el golpe de 1990 contra Aristide, que el Gobierno norteamericano se vio obligado a congelar sus cuentas bancarias en EEUU.

Constant, detenido y enjuiciado en 1994 en EEUU por terrorismo, pero liberado meses más tarde, reconoció que recibía del SIN un sueldo mensual de 700 dólares.

A pesar de que varios informes de la CIA y del ultraconservador congresista Jesse Helms siguieron hostigando a Aristide -ya en el exilio-, calificándolo de «psicópata» y de persona «inestable» que no merecía la ayuda estadounidense, el entonces presidente de EEUU, Bill Clinton, terminó finalmente aceptando los reclamos de la ONU para que ayudara con sus tropas la vuelta de Aristide al poder.

Presionado por la ONU, EEUU, Francia y otros países, Aristide moderó su radical discurso y aceptó la intervención para permitirle la vuelta a su país. Para muchos de sus antiguos colaboradores, Aristide ya no era el mismo. Para otros, a pesar de los justos ideales que defendía, Aristide no hubiera sido nunca capaz de sacar a su país del profundo pozo en que se encontraba aunque no hubiera sido derrocado por los militares.

Para volver a Haití de su exilio en 1994, Aristide tuvo que aceptar los draconianos condicionamientos que le impusieron el FMI, el Banco Mundial y la Agencia Internacional de Desarrollo, en el Acuerdo de París de agosto de ese año. Cualquier tipo de ayuda a Haití quedó condicionada al estricto cumplimiento del Programa de Ajuste Estructural (PAE), que incluyó la privatización de la mayoría de las empresas estatales -inclusive aquellas rentables como la telefónica TELECO-, el despido de más de la mitad de los funcionarios públicos y la eliminación total de sus aranceles, de forma de facilitar la entrada de productos extranjeros. La entrada de productos agrarios estadounidenses, como el arroz, terminaron por hundir la ya fragilísima economía y mercado haitianos.

El grueso de la ayuda que llegó a Haití sirvió para pagar la deuda externa, para formar la nueva policía y organizar las elecciones de 1995. Titid denunció la situación que vivía su país incluso desde las páginas de Opinión de EL MUNDO, el 15 de octubre de 1996, en un artículo titulado Democracia empobrecida.

Aristide no sólo tuvo que borrar de su programa la esperada reforma agraria e importantes proyectos sociales, sino que fue forzado a aceptar la amnistía de los militares golpistas y a negociar con ellos el futuro político. En su Gabinete ya no había ministros progresistas de antes, pero sí ex ministros de Duvalier.

El fin de la 'revolución'

Aristide desarticuló a las Fuerzas Armadas para crear una fuerza policial que pretendía seguir el modelo costarricense. EEUU se volvió a ocupar de diseñarla, a través del programa ICITAP (International Criminal Investigative Training Assistance Program). Sin embargo, la aceptación en las filas de la nueva policía de numerosos ex militares duvalieristas dio como resultado una estructura inmersa en la corrupción y las violaciones de los derechos humanos. La revolución de Aristide empezaba a hacer aguas por todos los costados.

El no quiso descontar de los años de mandato que le correspondían los tres que había estado en el exilio y en 1995 convocó nuevas elecciones, que ganaría su candidato, René Préval, con el 87% de los votos. La disconformidad de los sectores populares, que se sintieron traicionados por los cambios evidentes de la política del Gobierno; las deserciones en las filas de Lavalas, más los atentados terroristas de grupos de ex militares hicieron que la situación política y social volviera a ser explosiva. Como única respuesta el régimen utilizó la represión de su desacreditada policía y de las temibles milicias de sus chemieres, encargadas de apalear y matar a opositores.

El régimen de Aristide terminó haciendo suyos los mismos males que en el pasado condenó y contra los cuales luchó.

Después de unas caóticas e irregulares elecciones legislativas en julio de 2000, Aristide volvió al poder en febrero de 2001, tras obtener en unos comicios boicoteados y denunciados como fraudulentos por toda la oposición el 91,8% de los votos. La crisis no haría más que profundizarse a partir de ese momento.

La amplia y variopinta oposición, en un país sin tradición de partidos, no reconoció la legitimidad de su Gobierno; el Parlamento prácticamente dejó de existir; el grueso de las nuevas partidas de ayuda exterior fue congelada y la ONU retiró a su Misión Internacional Civil de Apoyo (MICAH) que desde marzo de 2000 intentaba ayudar al Gobierno haitiano a democratizar las instituciones públicas.

Aristide quedó aislado, acosado por viejos y nuevos enemigos internos y externos. Sólo faltaba esperar que el caos llegara hasta tal punto que se produjera una sublevación, y ésta comenzó el pasado 5 de febrero, donde los sectores más disímiles, con distinta historia y objetivos, se lanzaron a la calle para derrocar al Gobierno.

Aristide tiene ahora en contra hasta al FNCD, partido fundador de la coalición Lavalas y a antiguos líderes de ésta, como Gerard Pierre Charles, veterano líder de tradición comunista y enconado luchador contra los Duvalier, hoy líder de la Organización del Pueblo en Lucha (OPL). Aristide perdió también a las temibles milicias con las que contaba, conocidas como el Ejército Caníbal, que volvieron sus armas en contra del presidente al sospechar que fue quien ordenó asesinar, en septiembre de 2003, a su jefe, Amiot Métayer. El hermano de Amiot, Butteur Metayer, ha tomado su relevo, autoproclamándose ya como alcalde de Gonaives.

Paradójicamente, esos hombres que antes eran la fuerza de choque de Aristide y que pasaron a constituir el Frente Opositor de Resistencia Revolucionario de Artibonite conocido por las siglas RARF, se han unido a numerosos miembros del viejo FRAPH, la estructura paramilitar derechista que mató años antes a tantos partidarios del presidente, formando conjuntamente ahora el Frente Nacional de Reconstrucción y Liberación. Dos de los antiguos jefes del FRAPH, Louis Jodel Camberlain y Jean Pierre Baptiste, volvieron días atrás del exilio con muchos de sus antiguos subordinados, decididos a derrocar violentamente de nuevo a Jean- Bertrand Aristide.

Otro de los hombres que ha vuelto de su exilio en la vecina República Dominicana para unirse a los grupos armados es Guy Philippe, ex comandante de la policía de Aristide en Cabo Haitiano. El presidente lo expulsó de su cargo en 2000, tras descubrir que participaba con otros oficiales en un complot contra el Gobierno.

Aristide ha terminado por aceptar la propuesta de la OEA, la Caricom (Comunidad de Naciones del Caribe), Canadá, Francia y Estados Unidos de encontrar una solución pacífica y negociada a la crisis, siempre que a él se le permita terminar su mandato, en febrero de 2005, pero la falta de interlocutores representativos del conjunto de la oposición dificulta esa posibilidad.

Más de 200 grupos, desde movimientos católicos de base, protestantes, practicantes de vudú, hasta socialistas, conservadores, empresariales, ex duvalieristas, feministas, estudiantiles, profesionales, sindicales, campesinos, de derechos humanos y un largo etcétera, forman la llamada Plataforma Democrática.

Sus consignas centrales son: la renuncia del Gobierno; la elección de un presidente provisional entre los jueces de la Corte Suprema; el nombramiento por parte del consejo electoral de un Consejo de Sabios que se convierta en Consejo de Estado, encargado provisionalmente de restaurar la vida económica del país y de convocar elecciones en un periodo no mayor de dos años.

Aunque la Plataforma Democrática terminara por aceptar la salida propuesta por los países y organismos internacionales mediadores, ésta sería papel mojado, dado que los alzados en armas, excitados por su arrollador avance hacia Puerto Príncipe, aseguran que no aceptarán imposiciones del exterior y que derrocarán a Aristide.

Precisamente ayer, los insurgentes, que ya controlan una parte del norte de Haití, tomaron la segunda ciudad del país, Cabo Haitiano, aunque la abandonaron horas después. Los rebeldes señalaron que no se irían lejos y que planean volver a Cabo Haitiano. Según los testigos, Guy Philippe, el ex comandante de Aristide, iba con ellos.

La incursión dejó al menos tres muertos. También se registraron saqueos y fueron liberados los presos en la comisaría, cuyos agentes huyeron ante la llegada de los rebeldes.

Ahora mismo, el futuro que le espera a Haití no parece más esperanzador que su pasado.