Para cumplir, más participación y más transparencia
Hugo Cores
La República
El impacto de la victoria de la izquierda del 31 de octubre, aunque menos visible, no se ha extinguido. Sigue transcurriendo bajo la forma de infinitos reencuentros. Familiares, amistosos y sobre todo de identificación colectiva.
El reencuentro marcado por el sentido de pertenencia a una comunidad política, asentada en la historia y la conciencia de su pueblo, que desde los sesenta ha emprendido una larga marcha.
Nuestra larga marcha
La victoria de una fuerza política negada, a la que se pretendió borrar del mapa político durante trece años.
Fuerza imparable de los colores que la simbolizan, convertidos durante la dictadura en estigma y a sus portadores en blanco de la discriminación o la represión lisa y llana.
Una fuerza a la que se procuró dividir, con dedicación y esmero, con apoyos "intelectuales", con fundamentaciones pretendidamente científicas. Una fuerza política que, en este plano, demostró hasta que punto algunas llamadas ciencias políticas no eran sino la expresión acicalada del largo brazo del poder hegemónico, que no hacían otra cosa que poner en lenguaje difícil las toscas e impresentables realidades del gobierno.
Por eso, la victoria popular del 31 de octubre conlleva una carga que está lejos de haberse agotado con lo más visible y extendido de los festejos, exteriorizaciones de la alegría popular contenidas, llenas de templanza, demasiado cargadas de emotividad, como para caer en el revanchismo o la guarangada.
Predomina lo que importa y es que, finalmente, se van. Las casi eternas clases dirigentes se irán del gobierno y se irán por la decisión soberana y legítima de un pueblo.
Incuestionable legitimidad democrática en el marco de una estructura institucional trabajosamente construida por ellos, por los políticos y juristas de las clases dominantes levantando un Estado y una "legitimidad", funcional a sus intereses.
A espaldas del sufrimiento de la gente
Una legitimidad, un "apego a la Constitución", un "legalismo" que soportó cualquier laceración para la sociedad, como el crecimiento de la mortalidad infantil y del número de pobres; como la migración masiva, el crecimiento de los suicidios y la desesperanza generalizada. Como la destrucción de buena parte del aparato productivo. Todo dentro del marco "de la Constitución y la Ley".
Una presidencia fuerte, tan fuerte como sorda a los reclamos del pueblo, que se permitió seguir reclamando de su legitimidad cuando el país entero se conmovió por las denuncias de crecimiento de la desnutrición infantil en el Interior del país.
Y nadie viajó ni resolvió nada. Todavía en noviembre del 2004, el gobierno central no ha resuelto hacer llegar los recursos para alimentación a los centros CAIF de Artigas.
Un país tan dispuesto a atravesar el mundo para cumplir con las "ayudas humanitarias" que son gratas a los que detentan el poder en campo internacional, no ha sido capaz de resolver el problema de la alimentación de buena parte de sus propios hijos. Los hijos de los pobres, de los trabajadores.
¿Que es lo que ha sido derrotado?
La reflexión sobre esto me lleva a otra enseñanza que deja la batalla que el Frente Amplio acaba de ganar.
No creo que los candidatos blanco y colorado fueran especialmente ineptos. Los dos han demostrado, en otros tramos de su vida política, que pueden lograr desempeños aceptables. Tampoco son ineptos muchos otros hombres que supieron conducir esos partidos durante decenios y aún forman parte de sus cuadros.
¿Por qué fracasaron de manera tan palmaria?
¿Por qué cayeron en el hoyo de la incredulidad popular que lo aprisiona?
En otro momento la respuesta hubiera resultado obvia: no es una cuestión de hombres sino de clases; la extenuación de los recursos de los viejos partidos no se termina de entender si pensamos que es responsabilidad exclusiva de tal o cual fracción política blanca o colorada.
A lo que asistimos es, en realidad, al fin de una forma de dominación, de un tipo de Estado capitalista dependiente, parasitario, clasista, coimero, antinacional, excluyente.
Y reflexionando sobre las raíces de su derrota nos encontramos con algunas de las claves de nuestras dificultades: las palancas que acabamos de ganar en buena ley no están funcionando para el bien común, sino contra el bien común y a favor de camarillas o grupos económicos nacionales y trasnacionales.
Ese Estado esperpéntico es el que heredamos. Hecho para el mal gobierno.
Democratización del Estado
A ese Estado hay que cambiarlo, de arriba abajo y de abajo arriba.
Hay que domarlo, hacerlo sociable, útil para la comunidad. Sacarle las mañas, la mala leche y el veneno. Terminar con esa infinita, detallada y minuciosa manera que tiene el poder administrador de ser un factor de hostilidad y de estafa ante el pueblo y ante sus propios funcionarios.
La presidencia fuerte (ingenio de Batlle y Sanguinetti con la reforma naranja en 1966) permitirá avanzar por vía del decreto. Las mayorías parlamentarias permitirán agilidad en la gestación de leyes avanzadas y justas.
"Esta victoria es de ustedes", Tabaré el 31 de octubre.
Pero la clave, a mi juicio, está en mejorar, crear, consolidar (y todos los demás verbos afines) los mecanismos de participación popular. La circulación exhaustiva de información es el principio clave para la democratización de todas las cosas. En lo que atañe al Estado y al patrimonio público todo debe saberse y saberse rápido.
Quien ha prestado atención a lo que fue la campaña y su culminación, quien vio la adusta serenidad con que el pueblo festejó su victoria, está en condiciones de entender las inmensas ganas de participar que tiene una gran masa de gente procedente de todos los ámbitos y de todas las profesiones, de todas las edades y de todos los partidos. Hay una ciudadanía recobrada y un recobrado sentido de nación, de patria con igualdad, con justicia y con verdad.
Es imprescindible darle cauce a ese anhelo de saber y de implicarse en el proceso de reconstrucción nacional.
Con lo primero que hay que terminar es con cualquier forma de secreto, de concentración de la información y de la toma de decisiones.
El país tiene una tradición robusta de organizaciones sociales y políticas: a través de su participación organizada, las clases populares tienen que sentir que este es su gobierno.
Sin Comités de Base, Departamentales y Coordinadoras, sin sindicatos y sin FUCVAM no habría habido victoria.
Las estructuras políticas heredadas del viejo Estado no son instrumentos suficientes para ensanchar la ciudadanía y acrecentar la confianza de la población en el funcionamiento democrático.
Para usar una expresión del gran Vivián Trías, la "ortopedia deformante" del Estado burocrático blanqui-colorado no da cabida a la sed de saber y el querer hacer de decenas de miles de uruguayos que sienten que han recobrado la ciudadanía.
Para cumplir con el programa del FA (que entre otras cosas hay que difundir más) es preciso el desarrollo de ese proceso creativo, casi de gestación, que es la descentralización de la información, del rendir cuentas, explicar planes, propósitos y explicitar dificultades.
Ese camino y ese estilo fue clave en el primer gobierno frenteamplista de la Intendencia de Montevideo presidido por Tabaré, que dio el impulso inicial al proceso de descentralización.
Actuar de ese modo con los problemas de escala nacional constituye un salto gigantesco.
Pero ese paso hay que darlo. Energías sobran. Y si no lo diéramos, si quedáramos encerrados en el "bunker burocrático", correríamos un riesgo: que termine por dañarnos el parásito heredado, como aquel maligno que anidaba en el almohadón de plumas, y engordaba con la sangre de la mujer exangüe del cuento de Horacio Quiroga.