Latinoamérica
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Greg Palast
Mientras Tanto
Como si hubieran estado encerrados en una cripta durante los últimos diez
años. Los ministros de Finanzas de todos los estados latinoamericanas refrendaron
la semana pasada el principio de incorporarse al Área de Libre Comercio de las
Américas (ALCA): la expansión del ALCAN (NAFTA en inglés) a todo el hemisferio.
Asistió el cadáver deambulante de la economía argentina. También estuvo de cuerpo
presente Ecuador, así como otras naciones sudamericanas, cuyas economías fueron
muertas y enterradas hace mucho tiempo, asesinadas por las panaceas del libre
comercio y el libre mercado que les recetaron el Banco Mundial y el FMI.
Y aún así, avanzaron hasta la reunión. A paso rígido, envueltos en sus sudarios
medio podridos, los zombis oficiales se fueron a Miami, todos y cada uno de ellos,
para comprometerse a ingerir su próxima dosis de veneno libremercadista.
Estuvieron todos menos uno: Venezuela, el único estado que contestó "No, gracias"
al tratado de las economías muertas vivientes de Miami. Hoy me he reunido con
el principal negociador de Venezuela para el ALCA. A Víctor Álvarez le salvó su
sentido del humor de volverse un zombi. Observó que, mientras el gobierno de Bush
predicaba el libre comercio entre sus compatriotas de piel más oscura al sur de
sus fronteras, Estados Unidos. se enfrentaba a una de las mayores sanciones de
la historia de la Organización Mundial del Comercio por haber aumentado los aranceles
de importación de los productos del acero. Incluso se habría reído, si no le hubiera
dolido tanto: en Venezuela, por culpa de esas barreras comerciales ilegales de
EE.UU., han cerrado dos acerías.
El negociador jefe Álvarez repasó conmigo los datos de sobras conocidos: en diez
años de desenfreno libremercadista, la industrialización de Venezuela bajó del
18% al 13% del PNB. Y fue la que salió mejor parada: en otros países latinoamericanos,
la economía se limitó a hacer implosión. El ALCAN (o NAFTA) únicamente ha creado
empleo en una franja pestilenta a lo largo del Río Grande:
las maquiladoras, que se dedican a hacer caer en picado el nivel salarial a ambos
lados de la frontera entre México y Estados Unidos.
Al terminar nuestra conversación, entró el Presidente. Hugo Chávez no es hombre
dado a las sutilezas. "El ALCA es el camino al infierno". Lo dice en el sentido
más profundamente teológico: lo que está en juego, para él, es el alma mortal
de América Latina. "He visto niños muertos a tiros, no de un ejército invasor
sino de los soldados de nuestro propio país".
Se refiere a los hechos del 27 de febrero de 1989: cuenta que mientras el hemisferio
occidental celebraba la caída del muro de Berlín "se iba erigiendo otro: el muro
de la globalización". Ese día, el ejército masacró a los venezolanos, jóvenes
y viejos, que participaron en una manifestación contra los dictados del Fondo
Monetario Internacional.
El Presidente repasa a la carrera una retahíla de ejemplos adicionales, desde
Bolivia hasta Chiapas, en los que el milagro del mercado surgió del cañón de los
fusiles.
El ALCA no es un mero documento comercial; no se trata sólo de vender fruta y
automóviles allende nuestras fronteras. Es todo un sistema de administración multiestatal
en gestación: con sus tribunales y su poder ejecutivo no electo, con la facultad
de avalar o condenar las leyes de cualquier estado que pongan trabas a la inversión
extranjera, las ventas de empresas extranjeras o incluso la contaminación extranjera.
El ALCA es revolucionario: derroca gobiernos. Por supuesto, la forma más fácil
de lograrlo es convenciéndoles de que se derroquen a sí mismos: de ahí el proceso
de "zombificación".
Chávez ofrece una alternativa al ALCA. Después de un soporífero discurso sobre
la filosofía del siglo XIX, que llegó a durar una hora (compadecí a los ex alumnos
de este antiguo profesor de historia), dejó caer la perla. En lugar del ALCA,
propone el ALBA: la Alternativa Bolivariana para las Américas. Con esa referencia
a su héroe, Simón Bolívar, Chávez crearía un fondo de "compensación" en que los
estados más ricos de América del Norte y del Sur financiaran el desarrollo de
los más pobres.
Por si pudiera parecer una mera utopía andina, señala que precisamente la Unión
Europea estableció un fondo de redistribución de ese tipo para activar las economías
de sus estados miembros más pobres. (Añado yo que ese hecho enfureció a los ingleses,
quienes vieron cómo Irlanda aprovechaba esos fondos para superar a sus antiguos
amos y conseguir hoy en día un nivel de vida superior.) Aunque de momento la propuesta
de Chávez pinta muy poco probable, recuerdo una época en que esa misma idea era
la doctrina oficial:
aquella Alianza para el Progreso propuesta por John Kennedy.
En aquellos tiempos en que Kennedy propugnaba usar capital del norte para el desarrollo
del sur, un extraño grupo de revolucionarios acomodados y bien armados, encabezados
por Milton Friedman, conspiraba desde Chicago para acabar con esa visión. Y lo
lograron.
A lo largo de tres décadas, los Chicago Boys y su cohorte neoliberal han cabalgado
el péndulo de la historia hasta el final de su recorrido, llegando incluso a anunciar
el fin de la historia por un consenso general en torno a la libertad de mercado.
Sin embargo, cuando ese péndulo inicie el recorrido opuesto, el profesor de historia
de Caracas estará dispuesto, con su elixir bolivariano, a resucitar a los muertos
económicos.