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A DOCE AÑOS DE LA FIRMA DE LA PAZ LA HORA DEL CAMBIO PARA EL SALVADOR SE ACERCA
Jorge Schafik Handal
(Discurso del candidato Presidencial del FMLN en la Ceremonia de Conmemoración del XII Aniversario de la Firma de los Acuerdos de Paz)
Hace exactamente doce años, en el histórico Castillo de Chapultepec, el FMLN y el Gobierno de El Salvador firmábamos los acuerdos que pusieron fin al conflicto armado que enfrentó a la sociedad salvadoreña por más de una década. Alcanzar tales acuerdos no fue fácil, enormes esfuerzos se demandaron por acercar posiciones que muchas veces parecían irreconciliables. Hubo que poner sobre la mesa la imaginación y voluntad políticas necesarias para encontrar salidas a problemas muy complejos. En todo momento, el acompañamiento y la mediación del Secretario General de la ONU y su Representante Personal, así como de los Países Amigos, fueron cruciales para asegurar que las negociaciones terminaran en acuerdos.
Los elementos dentro del viejo régimen que se oponían a una salida negociada no escatimaron esfuerzos para descarrilar las conversaciones de paz. En aquel entonces se escucharon voces que proclamaban la guerra y el exterminio de la insurgencia popular como la única salida al conflicto militar, un conflicto cuyas raíces iban a lo más profundo de la historia política y de las condiciones sociales y económicas de las grandes mayorías del pueblo salvadoreño. Afortunadamente, esas pretensiones fueron aisladas y derrotadas, el clamor del pueblo por la paz triunfó finalmente y pudimos entrar a una nueva era para el país.
Transcurridos doce años, es fundamental examinar el recorrido que ha hecho la nación salvadoreña, el papel cumplido por el FMLN y otros actores de la paz y las importantes transformaciones acaecidas en la vida nacional.
En muchos aspectos podemos concluir que El Salvador definitivamente ya no es aquel mismo país, donde el día a día era la persecución de los opositores, las torturas, los encarcelamientos ilegales, los desaparecimientos forzosos, los asesinatos políticos y las masacres, el irrespeto a la voluntad popular expresada en las urnas y la ausencia de espacios de expresión libre y plural. Hoy podemos afirmar ante los salvadoreños y salvadoreñas, y ante los pueblos del mundo, que, aunque todavía poco profundos, los espacios de democracia y libertad que hoy disfrutamos se volvieron posibles a partir de aquel histórico 16 de Enero de 1992.
La reforma política delineada en los Acuerdos de Paz ha empezado a echar raíces. Las instituciones creadas o reformadas por los Acuerdos han experimentado significativos avances, convirtiéndose algunas de ellas en entidades respetadas y apreciadas por la ciudadanía. Especial mención merece la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, que al poco tiempo de ser creada ya era el referente fundamental para los ciudadanos que buscan amparo y protección de sus derechos fundamentales. La Fuerza Armada es ahora una de las instituciones más respetadas por la sociedad, luego de haber asumido una nueva doctrina, construida en las negociaciones de paz, y tras comprometerse con su nuevo papel dentro del modelo democrático previsto por la Constitución, reformada por los mismos Acuerdos.
El país cuenta con una Policía Nacional Civil, cuya conducta, en lo general, está muy lejos de aquella página oscura que significaron los desaparecidos cuerpos de seguridad del antiguo régimen. No obstante, hay que insistir que deben cesar aquellas actuaciones de la PNC que riñen con su doctrina y que deben ser rescatados principios y componentes de la ley surgida de los Acuerdos de Paz, modificada en los últimos años por quienes continúan añorando las dictaduras del pasado.
A partir de los Acuerdos de Paz, se ha iniciado una reforma, que aún no termina, que esperamos lleve por fin a El Salvador a contar con un sistema judicial que sea verdaderamente justo, ágil y eficaz. Hay que reconocer que este es uno de los grandes saldos pendientes y que más insatisfacción despierta en los ciudadanos.
Disponemos hoy de un sistema electoral que nos brinda, a los actores políticos y a los ciudadanos, un mayor grado de confianza en cuanto a que la voluntad soberana del pueblo, expresada en las urnas, sea respetada. Pero todavía queda mucho por hacer en este terreno, para que podamos afirmar que las reglas del juego electoral son totalmente transparentes, democráticas, equitativas e imparciales. La vieja amenaza de los fraudes e imposiciones se resiste a desaparecer del todo.
Aquel 16 de enero, en la memorable ceremonia de Chapultepec, proclamamos: "No venimos como ovejas descarriadas que vuelven al redil, sino como enérgicos reformadores y luchadores por los cambios...". Consecuente con ese pensamiento, el FMLN destruyó sus armas y se incorporó al escenario político institucional, asimilando rápidamente los nuevos métodos de acción política, hasta transformarse en el principal agente de cambio en el país. El Frente modificó el perfil de las ciudades, abrió las puertas a la participación ciudadana, revolucionó la gestión parlamentaria, retomó la lucha social y se prepara hoy para asumir, por primera vez, las responsabilidades del Gobierno Nacional.
No ha sido fácil llegar hasta aquí. Éste ha sido un proceso complejo y azaroso, acompañado frecuentemente de obstáculos, tensiones, estancamientos y, en ocasiones, hasta de retrocesos. Algunos importantes acuerdos nunca se cumplieron, o se cumplieron a medias. Fue un duro golpe para la estabilidad del país y el bienestar de las mayorías que el gobierno de la derecha neoliberal y ciertos grupos de gran poder económico incumplieran el acuerdo sobre el Foro Económico y Social y otros acuerdos socio-económicos importantes. Al contrario, lo que el pueblo recibió fue una dolorosa sucesión de despidos masivos, privatizaciones, recortes al gasto social, destrucción de sindicatos, reducción de los salarios reales, sumado todo ello a los intentos de oficializar la precarización del empleo, bajo la engañosa política de flexibilización laboral. Este grave deterioro de las condiciones de vida de la mayoría del pueblo, se ha producido en un contexto en que un reducido grupo de familias aumentaban la concentración en sus manos de casi el 60% del ingreso nacional.
La vida demostró que determinados grupos de poder económico y político que se habían comprometido formalmente con los Acuerdos, concibieron éstos no como una solución estructural y de buena fe a las causas de la guerra, sino como una estratagema para desarmar al FMLN, ganar tiempo y continuar dominando y oprimiendo al pueblo salvadoreño como secularmente lo habían hecho. ¡Pero se equivocaron, el pueblo y el FMLN se encargaron de acumular fuerzas y tejer alianzas que nos han llevado a esta gesta de lucha política y social, que hoy protagonizamos hacia la conquista del gobierno, para realizar los cambios anhelados, por los que miles de compatriotas ofrendaron sus vidas! Gracias a esa lucha, a esa perseverancia y a ese compromiso con los Acuerdos, El Salvador dejó la guerra en el pasado. ¡Que bueno que así haya sido! En esta ocasión tan significativa, no podemos dejar de reconocer el valioso aporte que la comunidad internacional brindó al proceso de negociación y a la ejecución de los Acuerdos de Paz. El pueblo salvadoreño siempre estará agradecido de esa cooperación y solidaridad.
Dejamos atrás la guerra, mas no en el olvido. Nunca podremos ni deberemos olvidar a los hombres y mujeres que lucharon por generaciones para ver un país en libertad y vivir en una sociedad justa, próspera y solidaria. Ni olvidaremos a aquellos y aquellas combatientes del FMLN y de la Fuerza Armada, que dieron su vida, estos últimos cumpliendo con lo que consideraron en ese momento su deber. Rendimos hoy tributo a la memoria de las miles de víctimas civiles del conflicto armado y de la represión, y a los mártires de las distintas iglesias, encabezados por el inmortal Arzobispo Oscar Arnulfo Romero.
Y si nuestras acciones en el campo de batalla significaron algún sufrimiento innecesario e indebido a la población, hoy nuevamente, como lo hemos hecho desde que la guerra terminó, pedimos perdón a aquellos que sufrieron.
La sociedad salvadoreña está llamada a recuperar, divulgar y preservar la memoria histórica relativa a los factores y situaciones que dieron origen a esa guerra y a educar permanentemente a las presentes y futuras generaciones en torno a los valores de la paz, la tolerancia y la convivencia armónica de sectores y grupos que poseen diferentes intereses y enfoques sobre la problemática del país. El Papa Juan Pablo II nos recordaba hace unos pocos días, en ocasión de la Jornada Mundial por la Paz, que para lograr la paz, debemos educar para la paz. Y al insistir en que la paz no sólo es posible, sino que es necesaria, Su Santidad nos hacía una reflexión profunda sobre los ideales en que la paz debe sustentarse: la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Y señalaba: "Se impone, pues, un deber a todos los amantes de la paz: educar a las nuevas generaciones en estos ideales, para preparar una era mejor para toda la Humanidad" .
En nuestro caso, sólo recordando y asimilando ese doloroso pasado y reconociendo que la paz no es un asunto superficial que puede establecerse por decreto, sino que debe estar basada en esos sólidos y profundos fundamentos a los que hace referencia Su Santidad, evitaremos, como sociedad, que se repitan o se perpetúen aquellas condiciones de autoritarismo, abusos y desesperante injusticia, que finalmente llevaron al país al enfrentamiento y a la guerra.
Salvadoreños y salvadoreñas: Este es un momento de recordación y reflexión sobre nuestro pasado y sobre el camino recorrido por el país en doce años de paz. Pero también debe ser una ocasión para mirar hacia delante y plantearnos nuevos retos. Es cierto que el país ha cambiado, y debemos sentirnos orgullosos de la obra realizada, que nos permite estar aquí y ahora. Pero no es menos cierto que el país se encuentra hoy frente a una gran encrucijada, que las crecientes frustraciones de una sociedad que no encuentra salida a sus problemas sociales y económicos, por un lado, y la insistencia, por el otro, de los gobernantes, y de algunos que pretenden serlo, de aplicar a toda costa las recetas de un modelo neoliberal, inhumano y fracasado, socavan los fundamentos mismos de la paz y la estabilidad de la Nación.
El 16 de Enero de 1992 cerramos el capítulo doloroso de la guerra. La guerra no debe volver. Toda guerra trae sufrimientos, destrucción y muerte. Debemos desterrar para siempre la guerra de nuestro país y contribuir a desterrarla del mundo. Pero debemos estar conscientes que las guerras, en general, y sobre todo las de carácter interno, no surgen del vacío. Por ello, el FMLN ha trabajado y trabaja incansablemente por erradicar en El Salvador las causas que dieron origen a aquel conflicto que nos enfrentó como salvadoreños. Por eso hemos luchado y seguiremos luchando contra la miseria, la pobreza, el hambre, la carencia de salud y educación para centenares de miles de compatriotas. Por eso no nos cansamos de rechazar y denunciar el autoritarismo, la intolerancia, la represión, la corrupción, las graves faltas y errores del sistema judicial y el cierre y manipulación de los espacios de opinión y expresión, la ausencia de espacios de participación ciudadana.
El Salvador debe profundizar aquellas dinámicas que efectivamente contribuyen a fortalecer un ambiente de paz, al hacer posible que los habitantes de la República disfruten de sus derechos humanos fundamentales.
Enfrentamos, todos y todas, la gran tarea de ampliar y profundizar los espacios democráticos conquistados a costa de tanto esfuerzo y sacrificio del pueblo, poniendo a éste como el efectivo titular de la soberanía. La democracia auténtica es garantía de una paz sostenible y firme, y ella demanda trascender de los ejercicios electorales periódicos para iniciar una era de participación ciudadana, libre, activa y espontánea, en los asuntos públicos.
Es impostergable la apertura de la gestión del Gobierno al examen ciudadano; el acceso irrestricto de todas las personas a los espacios de información y expresión, sin distingo de su pensamiento o condición social; el cese de las arbitrariedades, la corrupción y la arrogancia de los que ejercen el poder político. Las instituciones creadas o reformadas por los Acuerdos de Paz, deben ser fortalecidas constantemente, manteniéndose fieles a la misión que los Acuerdos, por la vía de la Constitución, les asignaron, respondiendo así a los anhelos de la ciudadanía.
Para vivir en paz debemos atacar en su raíz aquellas causas que mantienen a la mitad de los y las salvadoreños en situación de pobreza, careciendo de los elementales medios para llevar una vida sana, productiva y digna.
Estamos obligados a impulsar políticas públicas que reanimen nuestra postrada economía, que estimulen a nuestros productores, que preserven y fomenten el empleo, que aseguren el disfrute de la riqueza a todos los integrantes de la sociedad, sobre todo a aquellos más débiles y desfavorecidos.
Cuando firmamos la paz, aquel memorable 16 de enero, el pueblo vio el futuro con esperanza. La tristeza de la guerra dio paso al optimismo, a la alegría, a la fe en un mañana mejor. Parecía que nada ni nadie detendría el empuje de este pueblo laborioso, antes perseguido y reprimido. Sin embargo, los acontecimientos, expresados en políticas y acciones inconsultas, impopulares y muchas veces violatorias de la letra y el espíritu de los Acuerdos de Paz, de la Constitución y la ley, terminaron demasiado pronto con la ilusión de que la paz había resuelto todos nuestros problemas. La gente aprendió así que simplemente se había inaugurado una nueva etapa de lucha, ahora en condiciones distintas, para conquistar los objetivos siempre presentes de superación, libertad y bienestar.
Hoy en día diversas propuestas se discuten en la sociedad para sacar al país de la crisis. Hay quienes todavía pretenden vender el continuismo como la solución. Como no tienen ideas nuevas recurren al dinero, al engaño y al miedo, para intentar perpetuarse en el poder, mientras se niegan a debatir frente a la gente cuáles son sus verdaderas intenciones. La mayoría del pueblo, sin embargo, está convencida de que esta es la hora de una nueva opción.
Vivimos un momento decisivo. Hace doce años la firma de la paz representó un cambio positivo y profundo para El Salvador. En muchos terrenos avanzamos, en otros el incumplimiento y el rezago siguieron acumulándose. Ha llegado el momento de culminar aquella obra inconclusa. Para ello es indispensable un cambio de gobierno y un cambio de rumbo del país. Algunos que se creen dueños de él muestran una gran resistencia a esa posibilidad que se ha abierto para El Salvador. En verdad, estamos ante el momento más crítico de la posguerra. La alternabilidad en el gobierno, conforme a los deseos del pueblo, es la prueba de fuego de la democracia que empezamos a construir en 1992.
¡Viva el pueblo salvadoreño, luchador incansable! ¡Viva la paz, la justicia, la verdad y la democracia!