Cumbre Extraordinaria de las Américas en Monterrey
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Bush quiere ver a Latinoamérica contra Cuba.
Ariel Florit.
El presidente norteamericano, George W. Bush, quiere ver a Latinoamérica
tornarse contra Cuba y ha llevado su casi obsesiva prédica a la cumbre
de Monterrey donde, al decir de analistas, solo está arando en el mar
en ese sentido y en otros.
Sediento de tener algún amigo real al sur del Río Bravo que no
sean los presidentes de Uruguay y El Salvador -ambos a punto de dejar sus mandos
en medio de acérrimas críticas populares-, Bush se fotografió
junto al mandatario mexicano, Vicente Fox, y le perdonó así sus
posiciones contrarias a la guerra en Iraq.
Ni en ese plano de cortesía a la fuerza, el inquilino de la Casa Blanca
pudo conseguir ser seguido públicamente en su cruzada contra Cuba, pais
que no asiste a la cumbre precisamente por el veto permanente de Washington.
El político republicano debió además enfrentar situaciones
complicadas con Argentina, Brasil y Venezuela, mientras que una declaración
solo apoyada íntegramente por Estados Unidos todavía se "cocinaba"
a partir de desacuerdos tácitos latinoamericanos especialmente con medidas
propuestas por los norteamericanos.
Bush no tuvo que esforzarse demasiado -está en plena campaña reeleccionaria-
para sonreír casi todo el tiempo en Monterrey y prefirió atacar
a los cubanos antes que penetrar en problemas muy latentes en la región
latinoamericana, como son la pobreza extrema empeorada por programas de libre
mercado en la última década.
Como en otros tiempos en los que la palabra norteamericana era ley, el presidente
estadounidense no reparó en sutilezas diplomáticas y cuasi ordenó
a los gobiernos de América Latina hacer lo que Washington indica.
"Todos debemos trabajar por una pacífica y rápida transición
a la democracia en Cuba," fue una de sus frases de autoridad, la cual no tuvo
en cuenta conductas y posiciones de los más grandes países del
área, incluyendo Argentina, Brasil y México.
Aunque Bush, en conceptos extraidos quizá del Manual del Buen Embajador,
dijo que "Estados Unidos seguirá trabajando con nuestros amigos en el
vecindario con el mismo espíritu de un objetivo común y de respeto
mutuo," su gobierno, poco antes de la cita de Monterrey, la emprendió,
mediante sus más altos funcionarios, contra los gobiernos de Venezuela,
Argentina y Brasil, principalmente.
A los dos primeros países pareció incluirlos en la "lista de enemigos"
de Washington por las buenas relaciones que sostienen con Cuba y al tercero
-quien también, por cierto, mantiene excelentes relaciones con La Habana-
, por reciprocar una medida norteamericana que trata con formalidades de combate
a la delincuencia, a los extranjeros que llegan a las fronteras de la Unión.
Los ataques anticubanos de Monterrey parecieron enmascarar la grave preocupación
estadounidense por nuevas corrientes políticas latinoamericanas que colocan
énfasis -desde los gobiernos- en la búsqueda de soluciones para
los profundos problemas sociales, marginando el "libre mercado" crudo, y en
una integración regional que, aunque lejana, es ahora más anunciada
que antes.
Bush probablemente viajó a la cumbre de Monterrey con informes desalentadores
de sus servicios de inteligencia sobre el derrocamiento el año pasado
de Gonzálo Sánchez de Lozada en Bolivia. El ahora ex presidente
era quizá el aliado más cercano de Estados Unidos en la región
y fue derribado por una explosión popular indetenible de descontento.
"Nuestra unidad y apoyo de las instituciones democráticas y de los procesos
constitucionales y libertades básicas da esperanza y fuerza a aquéllos
que luchan para preservar los derechos fundamentales otorgados por Dios, sea
en Venezuela, en Haití o en Bolivia", dijo Bush en Monterrey, revelando
lugares de preocupación.
En lo fundamental, la Cumbre, que comenzó este martes, aún no
dispone de una declaración final.
El documento levanta controversias en cuatro de sus puntos, especialmente en
una cláusula de exclusión por corrupción promovida por
Estados Unidos que ha irritado a algunos delegados sudamericanos y que parece
querer autorizar el intervencionismo en la región a partir de criterios
que pueden ser ciertamente frágiles y en el peor de los casos inventados
para justificar algún fin político definido.
El presidente venezolano, Hugo Chávez, pareció sintetizar el espíritu
de descontento hacia Bush en la cumbre cuando contestó unas declaraciones
sobre Venezuela hechas por Condolezza Rice, consejera del presidente norteamericano
para asuntos de seguridad nacional.
"Ella está totalmente equivocada, totalmente sesgada y nosotros le respondemos,
porque tenemos dignidad, a estas declaraciones que sin duda marcan una grosera
injerencia en asuntos que sólo competen a Venezuela", subrayó
Chávez.