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Latinoamérica

COLOMBIA.
Los tambores de la guerra.

El secuestro del jefe guerrillero en Quito, por órdenes de los agentes del Pentágono, sin respetarle los mínimos derechos, sin intervención judicial y sin cumplir los trámites legales, así como la entrega inmediata a sus enemigos políticos, es un oprobio para el vecino país y para las tradiciones de América Latina, escribe Álvaro Vásquez en su análisis semanal en el periódico VOZ.

13.01.2003 (Por Álvaro Vásquez, VOZ, Colombia)

Lo que más llama la atención sobre el encarcelamiento del dirigente de las FARC, Simón Trinidad , es la escandalosa unanimidad con la que mandos militares, gobierno central, la mayoría parlamentaria y los círculos políticos del Establecimiento, asumen como propia la que consideran una gran hazaña militar y un trofeo de la "seguridad democrática".
A los cuales se suman con el mismo espíritu académicos y expertos que se han afiliado a la causa de la guerra, sin respetar la objetividad que se supone debe existir en sus ámbitos científicos.
Toda esta patota, sin el menor sentido crítico y sin análisis de las condiciones coyunturales en que se encuentra el enfrentamiento actual, corean los gritos de victoria de los señores de la guerra.
Justificando ciegamente el operativo montado por los servicios de inteligencia norteamericanos por intermedio del gobierno ecuatoriano, se hacen cómplices de las violaciones que en este caso se han cometido, atropellando las más elementales normas de las relaciones internacionales.
El secuestro del jefe guerrillero en Quito, por órdenes de los agentes del Pentágono, sin respetarle los mínimos derechos, sin intervención judicial y sin cumplir los trámites legales, así como la entrega inmediata a sus enemigos políticos, es un oprobio para el vecino país y para las tradiciones de América Latina.
Quienes se regocijan con este hecho -cuyo mérito se lo auto atribuyen los militares colombianos no tienen en cuenta que éste es un índice de los propósitos y del estilo de baja calaña con que trabaja el actual Gobierno.
En momentos en que crecen las exigencias del intercambio humanitario y actúan grupos de conciliación tratando de descongelar el clima de guerra que caracteriza el mandato de Uribe Vélez, lo único que parece beneficioso es la captura de uno de los jefes insurgentes.
Clonar el show Bush en la detención de Hussein, en una escala mínima, no es sólo una ridiculez sino una muestra de la obsesión autoritaria que viene agravando la miseria y la entrega del país al capital transnacional, sacrificándolo al monstruo de la guerra y el militarismo.
La reclusión de un dirigente guerrillero -como lo tiene comprobado la experiencia no va a significar la derrota de la insurgencia. Ni va a contribuir a aliviar las profundas tragedias de las mayorías populares.
Por muy fuerte que suenen los tambores de la guerra, no se podrán ahogar las voces ni mellar las razones de la opinión democrática y realista que viene exigiendo una solución política y negociada del conflicto dentro de una perspectiva de libertades como base de la convivencia democrática de los colombianos.