Latinoamérica
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14 de enero del 2004
De Lucio, el traidor a Simón, el heroe
Miguel Urbano Rodrigues
resistir.info
La prisión en Quito del comandante Simón Trinidad, de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejercito del Pueblo, motivó a nivel
mundial una campaña mediática de desinformación.
El tono triunfalista de las notas oficiales emitidas en Bogotá y su contenido
tienen por objetivo confundir la opinión publica internacional.
Las contradicciones entre las versiones divulgadas en Bogotá, Washington
y Quito sobre la captura del destacado revolucionario son transparentes.
Mientras el gobierno de Lucio Gutiérrez se apresuraba a reivindicar el
«mérito» de la prisión, las fuerzas armadas y los servicios de
inteligencia colombianos la presentaban como el desenlace de una operación
conjunta, preparada largo tiempo. Simultáneamente en Washington transpiraban
informaciones sobre la importancia del papel de la CIA, confirmado por el ministro
de la Defensa de Uribe.
En ese festival noticioso relleno de no-verdades y comentarios especulativos
hay un denominador común: en las tres capitales las autoridades intentan
desviar la atención de un aspecto fundamental del caso: la prisión
de Simón Trinidad y su inmediata extradición iluminaron la densa
red de complicidades establecida entre Quito, Bogotá y Washington. La
entrega del comandante de las FARC a Colombia configura un acto de traición
de un político elevado a la Presidencia por las fuerzas progresistas
de su país.
UN CAMALEÓN
La vida me permitió conocer a los dos protagonistas de un acontecimiento
que transcendiendo ampliamente el cuadro regional, emocionó a millones
de latinoamericanos suscitando su indignación. Tuve la oportunidad de
encontrar, en lugares y situaciones diferentes, a Simón Trinidad y a
Lucio Gutiérrez.
Fue en San Salvador, en julio del 2001,durante la I Conferencia de Solidaridad
con Colombia que conocí al actual presidente del Ecuador. Él integraba
entonces la delegación de su país y tuvo un papel importante en
ese evento. En la sesión de apertura pronunció de improviso un
emocionado discurso. Identificó en el Plan Colombia una amenaza global
a América Latina y estableció puentes entre ese plan y el proyecto
del ALCA. En una intervención más elaborada expresó, el
día siguiente, su firme solidaridad con la lucha de las organizaciones
guerrilleras, sobretodo las FARC.
Coincidimos en el mismo hotel y, después de la clausura de la Conferencia,
hablamos durante horas. Yo admiraba Lucio Gutiérrez. Había sido
el líder del núcleo de militares progresistas que apoyara la insurrección
indígena, derrocando al presidente Mahuad. El movimiento revolucionario
consiguió ocupar el Palacio Presidencial, marchando sobre la capital,
y detentó las insignias del poder por un breve tiempo.
Gutiérrez, en el diálogo que mantuvimos, recordó con detalles
las circunstancias en que, engañado por el jefe del ejército,
había permitido que militares al servicio del imperialismo recuperasen
el control de la situación. Preso posteriormente, los trabajadores y
la Confederación Nacional de Indígenas de Ecuador-CONAIE, hicieron
de él casi un héroe popular. No olvidé su vehemencia al
decir que jamás volvería a ser tan ingenuo y que su vida de soldado
patriota sería dedicada al servicio del pueblo de su tierra, la patria
de Espejo. La conversa entró por la madrugada con participación
de un dirigente del Partido del Frente Farabundo Martí de Liberación
Nacional-FMLN y de revolucionarios de Puerto Rico.
Con el tiempo, el prestigio de Lucio aumentó. Fue el candidato de las
masas y su elección en 2002 no sorprendió. Entró en el
Palacio con apoyo masivo del pueblo. Su imagen era la de un oficial progresista
cuyo discurso anti-neoliberal tenía matices revolucionarios. Un viento
de esperanza sopló por los valles de la Cordillera bajando a las calurosas
tierras costeñas. Para la mayoría de los ecuatorianos las puertas
de una nueva Era se abrían.
Ilusión. Lucio Gutiérrez capituló antes mismo de su investidura
como presidente. Regresó de su primera visita a Bush comprado por el
imperialismo. Metió en la gaveta los compromisos asumidos y cedió
a todas las exigencias de Washington.
Nuevas ilusiones surgieron sin embargo porque del gobierno que formó
participaban algunas personalidades progresistas, incluyendo la ministra de
Relaciones Exteriores, una india quichua. Pero la política desarrollada,
de ostensiva línea neoliberal, fue desde el inicio la impuesta por el
Departamento de Estado. La dolarización fue mantenida, la Base de Manta
continuó siendo un enclave norteamericano y las relaciones con el gobierno
fascista de Alvaro Uribe pronto asumieron un carácter de chocante intimidad.
En reuniones internacionales Lucio Gutiérrez pasó a actuar casi
como un vocero de Washington, apoyando el Plan Colombia y la política
intervencionista de la Casa Blanca.
Pocas veces se habrá asistido en el Hemisferio a una metamorfosis tan
rápida de un jefe de Estado. Los indígenas que habían confiado
en él se distanciaron. Lucio exhibe hoy el rostro de un presidente marioneta
que renegó de los ideales por los cuales había luchado desde la
juventud. Los ministros progresistas salieron del gobierno, desilusionados.
La represión contra los trabajadores volvió a las calles como
dura realidad. El pueblo empezó a exigir la renuncia del Presidente.
Hace pocas semanas fue declarado traidor al pueblo ecuatoriano.
El inicio de 2004 será recordado por un gesto de abyección política
que solo encuentra precedentes en actitudes de mandatarios de repúblicas
bananeras. El hombre que hace tres años erguía el puño
saludando a las FARC en conferencias internacionales entregó ahora al
fascismo colombiano al comandante Simón Trinidad, preso en Quito por
sus esbirros.
EL REVOLUCIONARIO
De Simón Trinidad yo tenía noticia antes de encontrarlo por primera
vez. De él se puede decir que es un revolucionario atípico, con
una trayectoria poco común.
Oriundo de una familia tradicional, el pasaje por los EE.UU., en donde se doctoró
en la Universidad de Harvard, lo alejó del sistema de dominación
imperial en vez de integrarlo en el engranaje. Como economista el éxito
lo acompañó permanentemente.
Un día desapareció. Era en ese tiempo gerente de un gran banco.
El beautiful people de Cundinamarca, Antioquía y del Valle no
comprendió como aquel fascinante joven ejecutivo que a todo podía
aspirar, hijo de un ganadero riquísimo del Departamento de Cesar,
rompía con su clase. No se habló más en los salones de
Bogotá del economista Ricardo Palmera; pero no tardó en que el
nombre de Simón Trinidad surgiera en los titulares de la prensa como
destacado comandante de las FARC. Su nombre había adquirido ya resonancia
continental cuando lo conocí en Los Pozos, en la villa campamento erguida
por las FARC en la zona desmilitarizada, el lugar en donde transcurrían
las negociaciones de la organización revolucionaria con el gobierno de
Andrés Pastrana, representado por un alto comisario. Simón integraba
entonces el grupo de las FARC cuyo jefe como interlocutor del gobierno era el
comandante Raúl Reyes. Hablamos durante escasos minutos; lo suficiente
para que de aquel brevísimo encuentro me quedara una fuerte impresión.
Recuerdo que Simón Trinidad, de uniforme, con una ametralladora terciada,
entró de sopetón donde me encontraba para sentarse frente a un
computador y empezar a escribir algo, sin mirar a nadie, con una rapidez insólita.
Cambiamos algunas palabras cuando le informaron que yo pasaba unas semanas con
la guerrilla en un campamento de la selva.
Lo volví a ver algunos días después en San Vicente del
Caguán, en la sede de las FARC, instalada en aquella ciudad del Caquetá
que para un forastero europeo ofrecía reminiscencias del viejo Oeste
estadounidense. Pero la imagen más nítida que guardo del combatiente,
ahora entreguado por Lucio Gutiérrez a la escoria uribista, es inseparable
de la atmósfera que marcó el almuerzo ofrecido el 28 de Junio
por el secretariado de las FARC a los embajadores que acompañaron en
La Macarena la entrega de tres centenares de soldados y policías a la
Cruz Roja Internacional, en un gesto unilateral de buena voluntad de la organización
revolucionaria, posterior al canje oficial de prisioneros.
En ese pequeño pueblo amazónico, perdido en la inmensidad
verde del Meta, diplomáticos de Europa, América y Asia habían
asistido, impresionados, a la parada militar de las FARC antes del desfile de
los prisioneros liberados.
Llovía torrencialmente, uno de eses diluvios propios de la región
ecuatorial. El almuerzo había sido óptimo, mas el escenario, el
ambiente, los convidados, conversando entre árboles gigantes, me proyectaban
a un universo extraterrestre. Bajo un enorme toldo, la sempiterna mesa de tablas
y los bancos que eran su complemento indispensable. Tomados el café y
los licores se hablaba en grupos de Colombia, de la Paz deseada y del mundo.
Los embajadores se acercaban sobretodo a Manuel Marulanda, Tiro Fijo, el
comandante en jefe de las FARC cuya muerte había sido anunciada mas de
veinte veces por sucesivos presidentes, para que siempre resucitara. Era
de mucho respeto, de admiración, la actitud de los extranjeros al dirigir
la palabra al legendario guerrillero que había roto todos los cercos
contra él montados, que había sobrevivido a todos los bombardeos,
en los Andes, en las selvas, en los llanos.
Terminaba la época en que Andrés Pastrana aparecía en la
TV al lado de Marulanda, apretándole la mano, respetuoso.
Me acuerdo también de la atención especial con que algunos embajadores
escuchaban el comandante Jorge Briceño, Mono Jojoy, el estratega
militar de las FARC, pesadilla del Ejército colombiano al cual infligió
incontables derrotas.
Fue la última vez que encontré Simón Trinidad. Al gentleman
revolucionario, que en esos días era abrazado por diplomáticos
llegados de más de una docena de países, le pusieron más
tarde, con otros camaradas, la cabeza a precio a pedido del gobierno Bush. La
evaluaron en 800 000 dólares. Ahora le llaman terrorista y narcotraficante.
Un presidente camaleón y traidor acaba de entregarlo esposado al presidente
fascista de Colombia.
Se equivoca la oligarquía bogotana. Los revolucionarios del calibre de
Simón Trinidad están siempre preparados anímicamente para
enfrentar cualquier situación, por terrible que sea. No ceden.
He leído en sitios de Internet que Lucio Gutiérrez llamó
por teléfono a Uribe, considerando de «buen augurio» la captura de Simón
Trinidad. Hasta donde bajan los hombres cuando pierden los últimos harapos
de dignidad.
Me vino hoy a la memoria un consejo que di al coronel ecuatoriano cuando, en
la ciudad de San Salvador, me pidió mi opinión sobre el discurso
que había pronunciado en la sesión inaugural de Solidaridad con
la Colombia insurgente.
Él terminó gritando: «Viva el Mundo.» Por inexperiencia no había
encontrado palabras adecuadas para cerrar la intervención.
«Coronel, le respondí, no diga «Viva el Mundo». El mundo es demasiado
grande y fluido para que lo aclamemos. En él cabe todo, lo que amamos
y lo que detestamos, lo que nos mueve en la lucha y lo que despreciamos, los
héroes y los traidores.»
No fue sin emoción que en la TV he visto ahora a Simón Trinidad,
cercado de policías, levantar las manos esposadas, abrir los dedos en
la V de la victoria y brindar con voz serena y fuerte: «Viva Simón Bolívar;
viva la lucha de las FARC -Ejercito del Pueblo».
Son hombres como Simón los que mantienen viva la esperanza de un mundo
diferente del actual, en que, encaramados al Poder, existen seres abyectos como
Lucio, el camaleón, y Bush, su patrón.
Lisboa, 9 de enero de 2004