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EL CAFE Y LA AUTORIDAD ESTATAL EN COLOMBIA
Por: Josh Frank (ZNET)*
Traducido por Germán Leyens
La industria global del café ha experimentado cambios colosales durante
los últimos cincuenta años. La producción de granos ha
pasado de unos países a otros. El consumo del producto ha aumentado en
una forma casi exponencial mediante inmensas ventas en comercios minoristas
como Starbucks y Seattle's Best. Pero no todos los involucrados en el mercado
del café se han beneficiado por igual.
Los pequeños agricultores cafeteros han sufrido inmensas pérdidas.
La degradación del entorno también ha aumentado al ser destruidos
antiguos bosques en la esperanza de que la tierra baldía pueda ser transformada
en campos fértiles, dignos de realizar cultivos comerciales. Los países
han perdido industrias completas de exportación como resultado del apuro
de las corporaciones multinacionales por comprar los granos más baratos
que puedan encontrar. Y ningún país ha sufrido más el dolor
de estas transformaciones que Colombia.
A mediados de los años 70 el café representaba en Colombia el
50% de sus exportaciones legales. Durante la locura global de los años
90, cuando abrían comercios minoristas en las esquinas de todo el mundo
industrializado, la industria del café de Colombia tocó fondo.
Hacia 1995, la industria cafetalera de Colombia había sufrido terriblemente.
La parte del café en sus exportaciones legales cayó de un 50 a
un 7%. Miles de agricultores huyeron del país, muchos más reemplazaron
el café con cultivos comerciales más lucrativos como la coca o
el opio. Y ahora el petróleo ha sustituido al café como la exportación
legal número uno, aunque los agricultores del café continúan
empleando la mayor cantidad de trabajadores de cualquier industria en Colombia.
Los precios del café en América del Sur llegaron a su nivel máximo
entre fines de los años 60 a los 70: una libra de café de los
campos de Colombia se vendía a un promedio de 3 dólares. Pero
en octubre de 2001, el precio del café por libra había bajado
a 0,62 dólares por libra.
El mercado colombiano de la época estaba regulado por la Federación
Nacional de Cafeteros - Fondo Nacional del Café (FNC), un cuasi sindicato
que representaba a los productores cafeteros.
La organización en sí fue fundada en 1928, y se convirtió
rápidamente en el portavoz político de los agricultores rurales
que habían tenido poca influencia y un acceso mínimo a las decisiones
políticas. Casi todos los agricultores cafeteros se beneficiaron durante
esos lucrativos años. La agricultura era el sitio donde convenía
estar si uno quería ganarse bien la vida legalmente en Colombia. Sin
embargo, los años dorados no duraron mucho.
Desde los años 70 la FNC ha perdido el formidable poder que tenía.
Las exigencias globales han fracturado la comunidad cafetera en Colombia como
resultado de múltiples factores comerciales, a los que se define a menudo
como modelo neoliberal. Este modo económico se basa en el antiguo significado
de la palabra 'liberal'. Denota el endoso del sistema de libre mercado, la desregulación
de sectores, la privatización, y un desdén general por el control
gubernamental y las cargas fiscales. Ahora es conocido en EE.UU. como Clintonomía.
Mientras más y más agricultores comenzaron a producir café
(se calcula que entre 750.000 y 900.000 fincas en 1972), los precios comenzaron
a bajar continuamente. Más de 200.000 fincas desaparecieron a mediados
de los años 90, al llegar la sobreproducción en Colombia a niveles
récord. Colombia no estaba sola en su sobreproducción de café.
A fines de 2001, se informó que 60 países produjeron 132 millones
de sacos de café, pero el mundo sólo consumió 108 millones
de sacos.
Las reglas del libre mercado dominaron en el comercio internacional del café
durante los años 80. Los principales compradores multinacionales durante
los 80: Nestlé, Phillip Morris, Proctor and Gamble, se concentraron en
el sector más bajo de la cadena de precios. Querían beneficiarse
comprando los granos más baratos que podían encontrar. Era seguro
que Colombia saldría perdiendo, ya que su café es tradicionalmente
conocido por su alta calidad y su sabor a nivel de gourmet. Los costos de producción
también eran relativamente altos para un país del tercer mundo.
El poder de la FNC ha elevado el nivel de vida de los cerca de 10 millones de
caficultores en Colombia. Toda baja en sus costos de producción tendría
un grave impacto en sus niveles de vida.
Sin embargo, el neoliberalismo dictó quién sería el próximo
vencedor en el mundo del café. Después de los Acuerdos de Paz
de París, Vietnam apareció rápidamente como un productor
potencial de café barato. La mano de obra agrícola en Vietnam
ha sido siempre barata; en 1980 el trabajador agrícola promedio en ese
país ganaba 9 centavos de dólar por día. El clima en Vietnam
también era ideal para la caficultura y el mercado mundial se apresuró
a aprovechar esas excelentes condiciones.
Los economistas del libre mercado argumentarán que este proceder forma
parte integral de oferta y demanda. La demanda mundial florecía, así
que era perfectamente correcto que los compradores buscaran los mejores y más
baratos medios de producción. Sin embargo, este modelo no tiene en consideración
los severos efectos que semejantes políticas tienen sobre los pequeños
caficultores en el campo de Colombia y en otros sitios. Las cifras muestran
este efecto neoliberal con una sacudida aleccionadora.
En 1999 Vietnam llegó a colocarse entre los tres principales productores
globales de café. Vietnam empató con Colombia como el segundo
productor de café del mundo con 12 millones de sacos por año,
después sólo de Brasil. Una década antes Vietnam era prácticamente
un desconocido en el circuito cafetero del mundo.
Tal como el modelo neoliberal ha creado algunos ganadores, también ha
producido numerosos perdedores. Las corporaciones transnacionales y los comerciantes
del café gourmet han obtenido beneficios récord con la baja de
precios. Los principales beneficiados en este mercado han sido la cadena minorista
Starbucks y el mayor comprador multinacional de café, Nestlé.
Mientras engordan los balances finales de estas corporaciones, la pobreza rural
en los países que cosechan se intensifica. Los precios internacionales
del café han llegado ahora al nivel más bajo en 35 años.
Los últimos 3 años han sido los más difíciles en
el mercado global, disminuyendo su valor en más de un 50%. Considerando
la inflación, los precios son históricamente los más bajos.
En la actualidad Colombia tiene una deuda externa de 34.000 millones de dólares.
El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial dictan cómo Colombia
ha de pagar esas deudas. La deuda ha obligado al país a expandir la producción
de exportaciones para generar divisas duras. Esta macro-expansión ha
contribuido a la sobreproducción de granos de café. Como la demanda
global de café ha continuado siendo relativamente estable, con un ligero
aumento sólo desde fines de los años 80, el aumento de la producción
ha llevado a una masiva sobreproducción de granos de café. Y,
a diferencia de la agricultura subvencionada de EE.UU., Colombia no puede inundar
a otros países dóciles con sus productos a bajo precio.
Bajo el modelo existente, es imposible restringir la oferta. No existen medidas
regulativas para detener la sobreproducción de café en Colombia.
El impacto ha sido enorme, ya que aunque las ganancias por exportaciones de
las corporaciones multinacionales han crecido, éste no es el caso en
los ingresos por salarios reales de los caficultores.
Como el gobierno colombiano endosó totalmente las medidas neoliberales,
su culpabilidad en el asunto es indiscutible. Sin embargo, los países
industrializados, las instituciones financieras y las multinacionales han liderado
efectivamente el ritmo de la globalización fijado por el mundo desarrollado.
Desde principios de los años 90, los granos de café han sido fundamentalmente
un producto de exportación. La confianza en que los mercados libres dicten
el flujo del café, ha sido la famosa cantinela colombiana cuando se discute
la economía de la oferta y la demanda. La FNC ha controlado históricamente
los mercados del café colombiano, mirando hacia el mundo industrializado.
Al permitir la FNC que las multinacionales dicten la producción, perdió
el control del comercio del café. En el pasado la industria del café
en Colombia se basó en la FNC para las medidas regulativas y comerciales,
más de lo que confiaba en el Estado. Así que se puede decir que
la FNC ha actuado como un Estado títere en lo que respecta a miles de
caficultores en Colombia, desde que fuera fundada a principios del siglo pasado.
Los propios mercados del tercer mundo son dirigidos más por las corporaciones
transnacionales y las instituciones financieras, que por las posibilidades estatales.
El desarrollo de transacciones económicas a través de las fronteras,
especialmente las fronteras internacionales, reducen la autoridad del Estado.
Esto, en efecto, margina al Estado y a la FNC como participantes económicos
en la comunidad global.
La economía neoliberal alienta a las entidades privadas a dictar el flujo
de bienes y capital. Por ello la riqueza y el poder han sido transferidos a
manos de actores privados y fuera del control del Estado. Esos actores privados
deciden quién es incluido o excluido de las redes globales de producción.
En el caso de Colombia, como la FNC y el Estado permitieron que participantes
privados controlen el flujo del café, se hicieron más y más
irrelevantes para enfrentar la considerable fuerza del mercado. Los efectos
negativos han sido sentidos tremendamente por las comunidades rurales cafeteras
pobres en Colombia.
Como la ausencia del Estado afecta a estos sectores agrícolas, se hace
cada vez más evidente que ninguna autoridad representa realmente a esos
caficultores colombianos pobres. Dejados a la merced sólo de las fuerzas
neoliberales, es poco probable que la producción de café en Colombia
vuelva a representar un 50% de las exportaciones legales. La fuerza del nuevo
mercado está representada por las corporaciones multinacionales y los
participantes privados, no por el Estado o las autoridades locales - la soberanía
se arrodilla ante el capitalismo.
Las entidades privadas continuarán controlando el flujo del café
a costa de los caficultores y de los pobres, sólo para asegurar los beneficios
de los ricos. En resumen, esto indica que las economías del libre mercado
son suficientemente poderosas para beneficiar a unos pocos, y aplastar al resto.
* Josh Frank es escritor y vive en Nueva York. Sus trabajos han aparecido en
Left Turn Magazine, Dissident Voice, Counterpunch, Z Magazine, entre muchas
otras publicaciones.