VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Latinoamérica

29 de enero del 2004

Bolivia, Chile y los maravillosos socialistas

Guillermo Almeyra
La Jornada


Bolivia, entonces aliada con Perú en la Confederación peruano-boliviana, perdió en 1884 la guerra del Pacífico con Chile, que no era nada más que la marioneta de Inglaterra, que ambicionaba el salitre de la región de Antofagasta y Tarapacá. Desde entonces Bolivia es uno de los pocos países enclavados, sin salida al mar, y esa situación no sólo ha debilitado constantemente la formación estatal boliviana y fomentado la continua inestabilidad política que deriva de la pobreza de sus habitantes, sino que también ha alimentado el nacionalismo boliviano, al cual recurren los gobernantes cada vez que están en graves dificultades, lo que sucede a menudo.

La historia social de ambos países es muy diversa, porque mientras en Chile se formó una sólida y reaccionarísima burguesía local mediante la fusión de los terratenientes con el capital extranjero, en Bolivia este proceso sólo se está realizando en las décadas recientes, y sobre todo en el oriente, en el departamento de Santa Cruz.

Por otra parte, mientras en Chile ya desde el siglo XIX los obreros del salitre daban origen a un poderoso movimiento sindical y a un partido socialista obrero y combativo, en Bolivia el sindicalismo de masas nace a mediados del siglo pasado y la politización se hace detrás del nacionalismo antimperialista de sectores de las clases medias, civiles y militares, con Toro, Bush, Villarroel y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de Paz Estenssoro y Siles Suazo (movilización que degeneró hasta llevar al gobierno al agente estadunidense Gonzalo Sánchez de Lozada, expulsado por la reciente movilización popular y cuyo vicepresidente, Carlos Mesa, está actualmente a cargo del timón de un barco que no lo tiene).

Por último, hay otra diferencia fundamental: mientras en Bolivia las continuas dictaduras y los gobiernos reaccionarios que se suceden desde la revolución de 1952 han erosionado la confianza de los campesinos en los gobernantes y en el MNR, y han radicalizado a la población, en Chile, en cambio, la dictadura de Agusto Pinochet llevó también a una desconfianza generalizada de los jóvenes hacia los partidos, pero a una despolitización igualmente general que da amplio margen a la derecha y a la ultraderecha. Y, sobre todo, provocó una tremenda evolución hacia la derecha de los dirigentes socialistas, temerosos hasta de su sombra y que no desean volver más a comer el amargo caviar del exilio dorado que conocieron.

Los socialistas derechistas que ya en 1970 temían los aspectos de la política de Salvador Allende y los contactos de éste con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), nacido del Partido Socialista, se contaron entre los que sobrevivieron a la dictadura (cosa que no sucedió con muchos de los de izquierda) y quitaron el control del partido a los viejos dirigentes que pensaban en términos de clase. Ricardo Lagos representa hoy un grupo que cree que sólo es posible preservar la democracia cediendo a la derecha, inclusive pinochetista, y adoptando la política del bicho bolita, que se repliega sobre sí mismo porque cree así esconderse. No ha sido ni siquiera capaz de reivindicar la figura del presidente mártir, que era el líder de su partido y que fuera asesinado violando la Constitución por una alianza entre la Democracia Cristiana de centro y de derecha con los asesinos en uniforme.

Esta política ciega llevó, en las elecciones presidenciales, a que Lagos sólo ganase por un puñado de votos al pinochetista Lavín, pues éste, con su demagogia, aparecía más radical y juvenil que el supuestamente "socialista". Lagos, entonces, pide hoy permiso a la derecha hasta para existir y debe mimetizarse asumiendo las posiciones derechistas que refuerzan a los ultranacionalistas y favorecen al capital internacional.

Este, por su parte, intenta aplastar, con la mano de los chilenos, el proceso revolucionario boliviano que continúa y le apuesta inclusive a una nueva guerra chileno-boliviana. O sea, a un choque entre un ejército sin nada y unas fuerzas armadas que se están rearmando (Chile ha comprado tres buques de guerra nuevos en Inglaterra, a la que informó sobre los movimientos de tropas argentinas durante la guerra de las Malvinas).

Esas compras amenazan sin duda a Argentina, que podría seguir un curso "boliviano" (ver el espionaje militar chileno en el consulado argentino del sur de Chile) pero, también, buscan preservar la superioridad militar en el Pacífico, ante un eventual conflicto con Bolivia que podría involucrar a Perú). En cuanto al presidente de Bolivia, aunque teme las consecuencias sociales de una guerra, asume la posición nacionalista de un sector del Ejército de su país y, sobre todo, del pueblo boliviano y, por tanto, no pude ceder en la reivindicación de una salida al mar, con lo cual se granjea la enemistad de Washington y mete en el baile a Buenos Aires y a Brasilia.

Así, todo el cono sur se está desestabilizando, el Area de Libre Comercio de las Américas está más lejos que nunca; el Mercosur enfrenta problemas que hasta hace poco no consideraba; Chile se acerca más a Estados Unidos, mientras Lagos y sus aliados corren el peligro de ser remplazados por la ultraderecha, que es más genuinamente chovinista que ellos. Y pensar que bastaría para pacificar la región con que esos "socialistas" chilenos tan nacionalistas y ultramoderados declarasen querer resolver el problema de la salida al mar para Bolivia, renunciando a las anexiones de la oligarquía e iniciando un proceso de discusión que abra el camino a una solución negociada de este problema y a una campaña internacional y latinoamericana para acabar con la pobreza de los bolivianos...