Internacional
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Síndrome de abstinencia
Kurt Vonnegut
Traducción: Ramón Vera Herrera
* Este artículo fue tomado de These Times, 10 de mayo de 2004. Se reproduce con
autorización.
Hace muchos años era yo tan inocente que todavía consideraba posible que
llegáramos a ser el Estados Unidos humano y razonable con el que muchos miembros
de mi generación soñábamos. Soñamos con un país así durante la Gran Depresión,
cuando no había empleos, y luego combatimos y con frecuencia morimos por ese
sueño en la Segunda Guerra Mundial, cuando no había paz.
Pero ahora sé que no existe ni una méndiga posibilidad de que Estados Unidos se
vuelva considerado y razonable. Porque el poder nos corrompe, y el poder
absoluto corrompe absolutamente. Los seres humanos son chimpancés que se
emborrachan de poder hasta la locura. Al decir que nuestros líderes son
chimpancés ebrios de poder, ¿corro el riesgo de arruinar la moral de nuestros
soldados que combaten y mueren en Medio Oriente? Su moral, como muchos cuerpos,
ya ha estallado en pedazos. Los tratan --como nunca me trataron a mí-- cual
juguetes que le regalaron de Navidad a un niño rico.
Cuando ustedes lleguen a mi edad, si es que llegan -tengo 81 años-, y si para
entonces se han reproducido, se verán preguntándoles a sus hijos, que serán ya
de edad madura, de qué se trata la vida. Yo tengo siete hijos, cuatro adoptivos.
Muchos de ustedes que me leen ahora tienen tal vez la edad de mis nietos. A
ellos, como a ustedes, los engatusaron y les mintieron de regia manera las
corporaciones y el gobierno surgidos de la generación del Baby Boom.1
Le pregunté sobre la vida a Mark, mi hijo biológico. Mark es pediatra, autor de
unas memorias, The Eden Express, en las que narra su colapso, con camisa de
fuerza y celda de paredes acolchonadas, del cual se recuperó lo suficiente para
recibirse en la escuela de medicina en Harvard.
El doctor Vonnegut le dijo a su decrépito papi: "Papá, estamos aquí para
ayudarnos unos a otros a cruzar esta cosa, sea lo que sea". Así que se las paso
al costo. Escríbanla y pónganla en su computadora, para que puedan olvidarla.
Debo decir que la frasecita muerde bien, casi tanto como aquella de "Trata a los
demás como quisieras que te trataran a ti". Muchos creen que la dijo Jesús,
porque se parece mucho a las cosas que le gustaba decir. Pero en realidad la
dijo Confucio, el filósofo chino, 500 años antes de que existiera el más grande
y humanitario de los seres humanos, de nombre Jesucristo.
Además de eso los chinos nos legaron, vía Marco Polo, la pasta y la fórmula de
la pólvora. Los chinos eran tan tontos que sólo usaban la pólvora para hacer
fuegos artificiales. Y todo el mundo era tan tonto entonces que nadie en ningún
hemisferio sabía que había otro.
Pero regresemos a personas, como Confucio y Jesús y mi hijo el doctor, Mark, que
han dicho cómo podríamos portarnos más humanitarios y tal vez hacer de este
mundo un lugar menos doloroso. Una de mis favoritas es Eugene Debs, de Terre
Haute, en mi estado natal de Indiana. Échense ésta:
Eugene Debs, quien murió en 1926, cuando yo tenía cuatro años, fue cinco veces
candidato a la presidencia por el Partido Socialista, y en 1912 obtuvo 900 mil
votos, 6 por ciento, en 1912, si pueden ustedes imaginar semejante resultado.
Durante su campaña dijo: "Mientras haya una clase baja, yo estoy en ella.
Mientras haya un elemento criminal, soy parte de él. Mientras alguna alma
desfallezca en prisión, no soy libre."
¿No les dan ganas de vomitar con todo lo que huela a socialismo? ¿Por ejemplo
escuelas públicas dignas y seguro médico para todos? ¿Y el Sermón de la Montaña
de Jesús, las Bienaventuranzas?
Bienaventurados los humildes porque ellos heredarán la Tierra
Bienaventurados los misericordiosos porque para ellos habrá misericordia.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de
Dios.
Y así por el estilo.
No son precisamente puntos de la plataforma republicana. Ni frases estilo Donald
Rumsfeld y Dick Cheney. Por alguna razón, los más grandilocuentes cristianos
entre nosotros nunca mencionan las Bienaventuranzas. Pero con cuánta frecuencia,
con lágrimas en los ojos, exigen que los Diez Mandamientos se fijen en carteles
en los edificios públicos. Por supuesto ése fue Moisés, no Jesús. Nunca he
sabido que alguno exija que el Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas, se
fije en sitio alguno.
¿"Bienaventurados los misericordiosos", en un juzgado? "¿Bienaventurados los que
buscan la paz", en el Pentágono? ¡No me chinguen!
Hay una trágica deficiencia en nuestra preciosa Constitución, y no sé qué
podamos hacer para enmendarla. Es ésta: sólo los chiflados quieren la
presidencia. Pero si lo pensamos tantito, sólo un chiflado o chiflada desearían
ser humanos si tuvieran opción. ¡Así de traicioneros, poco fiables, mentirosos y
ambiciosos animales somos!
Nací ser humano en el año 1922 dc. ¿Qué significa "dc"? Conmemora a un interno
de este manicomio que llamamos Tierra, que fue clavado a una cruz de madera por
un grupo de otros internos. Todavía consciente, le martillaron clavos a través
de las muñecas y los empeines hasta penetrar la madera. Luego enderezaron la
cruz, de modo que él colgara donde hasta la persona más bajita de la multitud
pudiera verlo retorcerse de un lado a otro.
¿Pueden imaginar que la gente le haga esto a una persona? No hay problema. Eso
es entretenimiento. Pregúntenle al devoto católico Mel Gibson, quien, en un acto
de piedad, acaba de ganar una fortuna con una película sobre la forma en que
torturaron a Jesús. Lo que dijo Jesús no importa para nada.
Durante el reinado de Enrique VIII, fundador de la Iglesia anglicana, el monarca
mandó hervir vivo en público a un falsificador. Otra vez el negocio del
espectáculo.
La siguiente película de Mel Gibson debería ser El falsificador. Una vez más se
romperán todos los récords de taquilla.
Una de las pocas cosas buenas de los tiempos modernos es que si mueres
horriblemente por televisión, no habrás muerto en vano. Nos habrás entretenido.
¿Y qué fue lo que el historiador británico Edward Gibbon, 1737-1794 dc, comentó
sobre la trayectoria de la humanidad hasta sus tiempos? Dijo: "La historia en
realidad es poco más que el registro de los crímenes, delirios e infortunios de
la humanidad".
Los mismo puede decirse de la edición de hoy del New York Times.
El escritor franco-argelino Albert Ca-mus, ganador del Nobel de Literatura 1957,
escribió: "Sólo existe un problema filosófico realmente serio: el suicidio". He
aquí otra carretada de risas provocada por la literatura. Camus murió en un
accidente automovilístico. ¿Sus fechas? 1913-1960 dc.
Escuchen. Toda gran literatura se refiere a lo deprimente que es el ser humano:
Moby Dick, Huckleberry Finn, La Ilíada, La Odisea, Crimen y castigo, La Biblia,
La carga de la brigada ligera.
Pero algo tengo que decir en defensa de la humanidad: en cualquier época de la
historia, incluido el Edén, el ser humano sólo llegó allí. Y excepto en el Edén,
ya estaban en marcha todos esos jueguitos locos, los cuales podían empujarlo a
uno a actuar con locura aunque al principio no hubiera estado loco. Algunos de
los juegos que ya estaban en marcha cuando ustedes llegaron eran el amor y el
odio, el liberalismo y el conservadurismo, los automóviles y las tarjetas de
crédito, el golf y el basquetbol femenil.
Más loca que el golf, sin embargo, es la moderna política estadunidense, en la
cual, gracias a la televisión y en beneficio de ella, sólo podemos ser uno de
dos tipos de seres humanos: liberales o conservadores.
En realidad, esto mismo le ocurría a la gente de la Inglaterra de varias
generaciones atrás. Sir William Gilbert, del radical dueto de compositores
Gilbert y Sullivan, escribió al respecto una letra de canción:
La naturaleza siempre se las ingenia
Para que todo chico y toda chica
Que nace vivo en el mundo
Sea un pequeño liberal
O un pequeño conservador.2
¿De cuáles son ustedes, en este país? ¿Es prácticamente una ley de la vida que
se tiene que ser lo uno o lo otro? Si no son lo uno ni lo otro, entonces tal vez
sean donas.
Si algunos de ustedes todavía no se deciden, se las pongo fácil. Si me quieren
quitar mis armas, y están de acuerdo en asesinar fetos, y les encanta que los
homosexuales se casen y hasta les quieren regalar electrodomésticos en sus
despedidas de solteros, y están en favor de los pobres, son ustedes liberales.
Si están en contra de todas esas perversiones y en favor de los ricos, son
conservadores. ¿Qué puede ser más sencillo?
Mi gobierno ha declarado la guerra a las drogas. Pero capten esto: las dos
sustancias de las que más se abusa, las más adictivas y destructoras, son
perfectamente legales.
Una, por supuesto, es el alcohol etílico. Y el presidente George W. Bush, ni más
ni menos -así lo admitió en persona-, anduvo de borrachote, empinando el codo,
perdido en el alcohol buena parte del tiempo entre los 16 años y los 41. Cuando
cumplió 41, eso dice, Jesús se le apareció y lo conminó a dejar de regar la
salsa y no seguir atragantándose con agua de colonia.
Otros ebrios ven elefantes rosas.
¿Y saben por qué creo que está tan encabronado con los árabes? Inventaron el
álgebra. También inventaron los números que usamos, inclusive el símbolo de la
nada, algo que nadie había hecho. ¿Creen ustedes que los árabes son idiotas?
Intenten hacer divisiones largas con números romanos.
Pero estamos difundiendo la democracia, ¿cierto? Del mismo modo en que los
exploradores europeos trajeron la cristiandad a los indígenas, esos que ahora
llamamos "nativos americanos".
¡Qué ingratos fueron! Cuán ingratos son hoy los habitantes de Bagdad.
Así que otorguemos otra rebaja de impuestos a los súper ricos. Eso le dará a Bin
Laden una lección que nunca olvidará. Loor al Jefe. Ese jefe y sus cohortes
tienen tan poco que ver con la democracia como los europeos con la cristiandad.
Nosotros, el pueblo, no tenemos voz ni voto en lo que decidan hacer. En caso de
que no lo hayan notado, ya vaciaron las arcas y les pasaron el tesoro a sus
compinches en las tranzas de la guerra y la seguridad nacional, y dejaron a la
generación de ustedes, y a la siguiente, con una deuda perfectamente enorme que
les pedirán pagar a ustedes.
Ninguno de ustedes dijo ni pío cuando les hicieron esto, porque desconectaron
todas las alarmas contra robos que existen en la Constitución: la Cámara de
Representantes, el Senado, la Suprema Corte, la fbi, la prensa libre (que como
está tan infiltrada se olvidó de la Primera Enmienda) y la soberanía del pueblo.
Sobre mi historia personal de abuso de sustancias extrañas. He sido un cobarde
en cuanto a la heroína, la cocaína, el lsd y otras por el estilo, porque me da
miedo que me lleven más allá del límite. Me fumé algún carrujo de mariguana una
vez con Jerry García y el Grateful Dead, sólo para ser sociable. No me pareció
gran cosa, así que no volví a probarla. Por la gracia de Dios o por lo que sea
no soy alcohólico, cuestión de genes en gran parte. Me tomo un par de copas de
vez en cuando y lo voy a hacer de nuevo hoy en la noche. Pero dos es mi límite.
No hay problema.
Por supuesto, es notorio que estoy colgado del cigarrillo. Conservo la confianza
que un día me mate. Fuego en un extremo y un idiota en el otro.
Pero les diré algo: una vez tuve un pasón que ni el crack puede igualar. Fue
cuando me dieron mi licencia de manejo. ¡Cuidado todo el mundo, ahí viene Kurt
Vonnegut!
Y mi carro de entonces, un Studebaker, según recuerdo, adquiría su potencia -como
todos los medios de transporte y otras máquinas, como las plantas de energía
eléctrica y los grandes hornos-, de la droga más adictiva y destructora de
todas, y de la que más se abusa: los combustibles fósiles.
Cuando ustedes llegaron a este mundo, e incluso cuando yo llegué, ya el mundo
industrializado estaba colgado sin remedio de los combustibles fósiles, y muy
pronto no quedará ninguno. Se vendrá el síndrome de abstinencia.
¿Puedo decirles la verdad? Digo, no estamos en un noticiero de la tele, ¿verdad?
He aquí lo que para mí es la verdad: todos somos adictos a los combustibles
fósiles, a punto de entrar al síndrome de privación, de que nos entre el mono,
la pálida, la fría, la ericez.
Y como tantos otros adictos a punto de que les entre el mono, nuestros líderes
cometen crímenes violentos para apoderarse de lo poquito que quede de aquello de
lo que están colgados.