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Internacional

30 de marzo del 2004

El humor de Bush

Alberto Piris
Estrella Digital

Entre las peculiaridades que diferencian las culturas de los distintos pueblos no es el sentido del humor una de las menos llamativas. Partiendo del supuesto de que el humor permite tratar cuestiones difíciles y escabrosas con un menor desgaste pasional, evitando a la vez caer en dogmatismos y adoptar posiciones rígidas, el problema consiste en que no todos interpretamos el humor del mismo modo. Lo mismo sucede con otras expresiones físicas de amistad, alegría o tristeza: de todos es conocido el hecho de que el código de colores que representa el duelo o el luto es opuesto -blanco o negro- en distintas culturas. El sentido del humor, al fin y al cabo, es algo básicamente cultural y hasta su expresión en idiomas distintos puede no tener el mismo significado.

Inducido a cooperar en EEUU en un breve cursillo de capacitación para la oratoria pública, pronto tuve ocasión de advertir estos matices discriminatorios. No es que la forma de dirigirse a una audiencia o de abordar una rueda de prensa sea muy diferente en Madrid y en Washington. Algunas elementales reglas del oficio son comunes en todas partes: hablar mientras se hace pasear la mirada sobre el auditorio, sin dejarla fija en una sola persona; no seguir hablando mientras se da la espalda a la audiencia -como cuando se escribe en la pizarra- y reanudar el discurso al terminar de escribir, vuelto hacia los oyentes; gesticular con manos y brazos solo en la medida en que el movimiento puede ayudar a la expresividad o añadir énfasis, para evitar la inmovilidad de un busto parlante; éstas son algunas normas que se enseñan a los que tienen que dirigirse al público. Hasta aquí, nada extraordinario.

No obstante, escuché en aquel cursillo un consejo que me resultó chocante: iniciar siempre la charla con algún chiste, chascarrillo o expresión que incitara al público a la risa. Me resultaba difícil de entender por qué habría que empezar haciendo reír a los asistentes a una conferencia sobre los efectos del sida en África o sobre el choque de dos galaxias, pero advertí que es costumbre hondamente imbuida en los hábitos de muchos conferenciantes estadounidenses. Tienen un inveterado sentido del humor, se suele decir para explicarlo.

Es tradición que el presidente de EEUU se reúna a cenar anualmente con un grupo de periodistas, para comentar la situación. Y es también, al parecer, obligado que recurra al humor para hacerlo, mediante imágenes previamente grabadas en la Casa Blanca. Todavía recordamos las imágenes televisivas del anterior presidente Clinton realizando faenas domésticas, con cierto aire de resignado humor, cuando había cumplido su mandato y el desalojo de la mansión presidencial era inminente. Cada uno es dueño de reírse de sí mismo -ejercicio altamente saludable para el equilibrio mental de las personas-, y la frontera entre el humor y el ridículo es algo muy personal de lo que a nadie debería exigírsele cuentas.

Pero este año la cosa ha sido menos soportable porque ha entrado en los terrenos de la ofensa pública. El sentido del humor de Bush -si es que lo tiene- le ha llevado a intentar reírse de sí mismo mediante una parodia en la que infructuosamente buscaba las armas de destrucción masiva por los recovecos del despacho oval. Probablemente creyó rozar las cumbres de la teatralidad bufa abriendo uno de los cajones de su mesa y comentando: "Ħ Pues no! Aquí tampoco están". Pocas muestras notorias suele dar George W. Bush de sensatez, buen juicio, contención y sentido de la responsabilidad. Pero parece insultante que tome a broma uno de los elementos básicos con los que ha engañado al mundo, ha contribuido a deteriorar gravemente la paz y la seguridad internacionales, ha suscitado una masiva respuesta negativa en amplísimos sectores de la opinión pública mundial y, lo que es peor, ha servido para llevar la muerte a muchas personas, incluidos varios miles de iraquíes inocentes. żEs esto lo que estimula su macabro sentido del humor?

Cuesta comprender que el principal dirigente mundial, cuyas decisiones tienen enorme influencia en todo lo que ocurre en el planeta, no haya sido asesorado por alguien que le haya hecho ver lo reprochable y cruel de su entremés humorístico. żDónde estaban sus consejeros más inmediatos? Tanta o más indignidad que la mostrada por Bush en su estúpida parodia es la de los periodistas asistentes al acto, que sonoramente aplaudieron la exquisita gracia presidencial. żEs esto una muestra del alto e independiente sentido crítico de un amplio sector de los medios de comunicación de EEUU? Su respuesta a la broma presidencial recuerda las aduladoras risas de los palaciegos que coreaban con arrobo el regocijo del soberano ante las gracias del bufón de la corte. Y no parece que el mundo esté hoy en condiciones de apreciar tan grosero sentido del humor.