En 1992, cuando George Bush padre fue vencido electoralmente por Bill Clinton, Karl Rove -actual gurú político de su hijo- subrayó que al presidente saliente le hicieron falta los 18 millones de votos de la ultraderecha religiosa para ganar. "Con esa gente, uno no se anda por las ramas", señaló entonces, tal como recuerda Eric Laurent en su extraordinario libro El mundo secreto de Bush.
La lección parece ser asimilada por su hijo. Dos singulares sondeos de la cadena CNN prepararon el terreno para la nueva cruzada de George W. Bush. En una, 64 por ciento de los consultados manifestó su oposición a que las parejas del mismo sexo tengan iguales derechos que los matrimonios heterosexuales. El otro, copatrocinado por el periódico USA Today y Gallup, demostraba que Bush va a la zaga por casi 15 puntos frente al puntero de los precandidatos demócratas, John Kerry.
El caldo de cultivo estaba puesto: la derecha electrónica -representada ahora por su icono californiano Arnold Schwarznegger- se lanzaba en contra de la decisión del alcalde de San Francisco, Gavin Newson, quien defendió la validez de 3 mil 200 certificados matrimoniales de parejas del mismo sexo, a pesar de la oposición del Tribunal Supremo de California. En el condado Sandoval, de Nuevo México, el viernes pasado se siguió el ejemplo de San Francisco al otorgar 26 permisos de matrimonios a parejas del mismo sexo. La jueza Patricia Madrid declaró que estas licencias eran "inválidas conforme a las leyes del estado", aun cuando el código civil sólo indica que el matrimonio "es un contrato de mutuo acuerdo entre dos personas", sin especificar si es sólo entre un hombre y una mujer.
La propuesta de enmienda constitucional planteada por George W. Bush busca eliminar esta ambigüedad jurídica para consagrar "la santidad del matrimonio" y defender "las raíces culturales, religiosas y naturales del matrimonio". De esta forma, la derecha electrónica unida a la ultraderecha religiosa pacta una alianza electoral para frenar la normalización de los matrimonios gays, cuyo empuje más importante fue la decisión, en otoño de 2003 del tribunal de Massachussets -la entidad de John Kerry-, en la cual se pide al Legislativo que resuelva la discriminación constitucional que supone que dos personas del mismo sexo no puedan contraer matrimonio. La actitud del alcalde de San Francisco y la de este tribunal desafían la legislación aprobada en 38 estados para desconocer los derechos de las parejas del mismo sexo casadas en otros estados.
El anuncio de Bush, para distintos observadores dentro y fuera de Estados Unidos, equivale al inicio de una guerra cultural en el frente interno. Sus objetivos son amarrar votos, desviar la atención por las severas críticas ante la parálisis económica y aminorar los cuestionamientos en la posguerra en Irak, coinciden en afirmar.
De nueva cuenta, el talibanismo republicano encuentra un elemento para polarizar más a la desgarrada sociedad estadunidense e inducir un debate de tinte religioso y conservador, como el que está provocando la película de Mel Gibson, La pasión de Cristo, en aras de ganar ya no la guerra exterior contra el terrorismo, sino el frente cultural interno que se ha mantenido en tensión durante los pasados 25 años. El actual mandatario lanza un dardo envenenado en la misma lógica que sus propuestas para reducir fondos a las organizaciones feministas "pro abortistas", a fin de "proteger legalmente los derechos del feto", para recortar el presupuesto a las comunidades homosexuales afectadas por el VIH-sida y para apoyar la promoción del matrimonio heterosexual entre los afroestadunidenses, la comunidad con más índices de soltería en Estados Unidos.
El talibanismo de Bush constituye la negación de las diferencias como un símbolo de identidad nacional que "deben ser tuteladas, respetadas y garantizadas en obsequio al principio del valor de igualdad jurídica" (ver Luigi Ferrajoli, Derechos y garantías, la ley del más débil).
El debate radica en si la sociedad estadunidense se va a tragar este nuevo ántrax mediático e ideológico diseminado por el titular de la Casa Blanca y si la Constitución de Estados Unidos, en aras de amarrar el voto de las clientelas conservadoras del sur y el apoyo de los televangelistas al estilo de Bill Graham, se va a convertir en el juguete electoral de los republicanos, en una nueva versión de la cultura del odio, ahora bajo el signo de la homofobia, tal como han sido las leyes patrióticas, la xenofobia revivida en los aeropuertos del mundo y la pertinaz negación de la modernidad y la diferencia.