David Kay ha dimitido como jefe del contingente norteamericano que se ha encargado durante varios meses de la búsqueda de armas de destrucción masiva en Iraq. "No creo que las armas existieran" dice este fiel funcionario de la administración republicana, harto de mirar y remirar por los rincones, de interrogar a militares y científicos iraquíes, de buscar sobre las huellas del equipo de inspectores de la ONU. Todo aquél que podía saber algo ha sido interrogado. Más de mil hombres se han encargado de esta tarea durante diez meses.
Kay dice irse insatisfecho con la pérdida de interés de la Casa Blanca en la continuación de la búsqueda. Washington, conocedor como nadie de la absoluta inutilidad del trabajo de sus inspectores, sabe que tiene y que puede instalarse en la duda. La CIA nombra sustituto a Charles Duelfer que días antes había declarado: "las posibilidades de encontrar armas de destrucción masiva son prácticamente nulas". El asunto, una vez demostrada la imposibilidad de "sembrar" pruebas de la existencia de las armas que justificaron la guerra, es ahora la liquidación silenciosa de una tarea que ya no tiene utilidad alguna. Kay, que no se cansa de indicar que su trabajo fue -más que encontrar procesos de fabricación o almacenamientos de armas químicas, nucleares o bacteriológicas- descubrir la verdad, se olvida de señalar dos evidencias bastante significativas: Irak se tomo muy en serio el cumplimiento de las resoluciones de las Naciones Unidas y los inspectores de la ONU realizaron cabalmente su trabajo.
Scott McClellan, portavoz de la Casa Blanca, intenta amortiguar el impacto de las declaraciones de Kay afirmando como en una prueba de fe: "Creemos que tenían armas y creemos que las encontraremos. Creemos que la verdad aparecerá". La verdad de Bush no es lo que se evidencia sino lo que se supone oculto. Una verdad concebida de esa manera tiene la gran ventaja de que no se puede poner a prueba.
Powell afina la posición de los EEUU declarando, en relación con la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq, que "la cuestión está abierta". A estas alturas es tanto como decir que la cuestión no se cerrará jamás con ninguna declaración que cuestione esa primera razón para la guerra que los EEUU lanzaron sobre un país prácticamente indefenso y sistemáticamente desarmado por las Naciones Unidas. La respuesta del secretario de Estado a la pregunta de si existían armas de destrucción masiva es que "todavía no sabemos". "La cuestión abierta –puntualiza- es cuántas tenía y, si las tenía, dónde han ido a parar. Y si no existían, por que no lo supimos de antemano". El cinismo de Powell no tiene límites: "teníamos preguntas que necesitábamos aclarar. ¿Qué había? ¿Cien toneladas, 500 toneladas o cero toneladas? ¿había tantos litros de ántrax, 10 veces esa cantidad o no había nada?"
Buenas preguntas las de Colin Powell para iniciar una guerra contra cualquier país del mundo.
Buenas preguntas que autodefinen a un criminal de guerra.