Internacional
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15 de febrero del 2004
De todas las vidas pisoteadas por la estampida contra el terrorismo provocada por Bush-Ashcroft, pocas historias se pueden comparar en su sórdida injusticia, en su ruin afán de venganza, al tratamiento que se ha dado al capitán del ejército de los Estados Unidos, James J. Yee
Tom Wright
De todas las vidas pisoteadas por la estampida contra el terrorismo provocada por Bush-Ashcroft, pocas historias se pueden comparar en su sórdida injusticia, en su ruin afán de venganza, al tratamiento que se ha dado al capitán del ejército de los Estados Unidos, James J. Yee. Quizás se destacó demasiado por su singularidad, en el marco de los pautas individualistas actuales del mayor ejército del mundo. Puede que dadas las extrañas circunstancias que concurrieron fuera inevitable que se convirtiera en objetivo de la intolerancia general.
Hijo de inmigrantes chinos, se educó como luterano en Springfield, Nueva Jersey; se graduó en West Point y fue veterano de la Guerra del Golfo, donde prestó servicios en un batallón de misiles patriot en Arabia Saudí. Después de la guerra, se asentó en Siria donde, durante cuatro años estudió Islam y Árabe, y donde conoció a su mujer, Huda, la hija de unos refugiados palestinos exiliados en 1948. Más tarde se reincorporó al ejército con una misión diferente, como una auténtica rareza: entre sus 3.150 capellanes, se convirtió en uno de los únicos 12 musulmanes. Su posición le empujó a una situación prominente tras el 11-S, cuando el gobierno le reclutó para llevar a cabo una labor de relaciones públicas, a través de entrevistas en los medios de comunicación para demostrar que la Guerra contra el Terrorismo no tenía connotaciones anti-islámicas. Pronto podría tener una visión de primera mano sobre la guerra.
Desde su puesto en el 29 Signal Batallón en Fort Lewis, Washington, fue desplazado en noviembre de 2002 a la Base Naval de Guantánamo en Cuba. Allí se le encargó que asistiera a las necesidades espirituales de los 660 "combatientes enemigos", la mayoría provenientes de la guerra de Afganistán, introducidos en un agujero negro tan denso que ni siquiera sus nombres pueden escapar de su atracción, y en el que ninguna señal de esperanza ni de recurso a una jurisprudencia internacional se detecta en el continente. No se sabe si Yee ha sido consciente o no de la ironía del escenario en el que se desarrolla: El Acto I de la Guerra contra el Terrorismo se representa en el decorado de la Cuba de Castro, con escasas posibilidades de cambio de los disfraces de la Guerra Fría.
Los presos de la isla han sido etiquetados como "lo peor de los peor" en palabras del contralmirante John Stufflebeem; "decididos a matar a millones de estadounidenses", según Dick Cheney, pero a juicio de M. Horock y Anwar Iqbal en Mother Jones : "parece que la mayoría son carne de cañón de los talibán y gente sin responsabilidades." David Cole pone de relieve en su libro Enemy Aliens (Extraños enemigos) que después de la Guerra del Golfo- en los buenos tiempos en los que el estatuto de los prisioneros capturados se determinaba por juicios objetivos-, dos de cada tres se descubrió que no habían participado en combate. "Seguramente es posible, incluso probable", dice, "que en el caos del campo de batalla en Afganistán, los militares hayan capturado a personas que no fueron combatientes". Pero no podemos saberlo porque Bush ha negado cualquier oportunidad de presentar pruebas de su inocencia. Y mientras tanto esperan que pasen los días sumergidos en un calor tropical, olvidados entre alambradas, reptiles y frecuentes intentos de suicidio.
En ese lugar, el capitán Yee cumplía sus obligaciones mientras mantenía su propias opiniones en la más estricta reserva. Algunas insinuaciones, no obstante, han aparecido en la prensa, como el informe de Los Angeles Times que citaba al reverendo Raymond Tetreault, sacerdote católico que prestó servicios con Yee en el Campo de prisioneros el año pasado. El sacerdote afirmó que " Yee sólo hablaba árabe y dedicaba la mayoría de su tiempo a los detenidos; iba a las zonas donde se encontraban y hablaba con unos y otros. Cuando había problemas, los vigilantes le llamaban, él acudía y los visitaba de forma periódica".
"A veces- continuaba el reverendo- Yee amonestaba a los vigilantes por ofender a los prisioneros por actuaciones como quitarles copias del Corán que tenían en sus 'celdas'. Yee les explicaba que estaba prohibido a los 'infieles' tocar el 'libro sagrado'.
En 1971, el proyecto piloto de la prisión de Stanforf puso de manifiesto en qué medida un grupo de estudiantes universitarios, elegidos al azar para el puesto de guardianes de los presos, eran incapaces de despojarse de sus prejuicios de clase, y revivían impulsos atávicos asentados en sus esquemas mentales y se sumaban a una sórdida jerarquía de dominación foucaultiana. Si esos fueron los resultados en Palo Alto, imaginen ¿que tipo de actitudes son posibles si uno piensa que está vigilando a los responsables del 11-S y se siente respaldado por la impunidad del secreto? Y ¿Qué opinión merecería un capellán musulmán sospechoso de simpatizar con ellos?
El 10 de septiembre de 2003 Huda, la mujer de Yee, fue al aeropuerto Sea-Tac para reunirse con su marido, que tenía permiso para ver a su familia, pero el capitán no bajó del avión. Durante diez desesperantes días, intentó localizarle pero el ejército no le dio información alguna. Gracias a los medios de comunicación pudo conocer su destino cuando el ejército filtró la noticia al ultraderechista Washington Times: Yee había sido arrestado bajo la sospecha de espionaje y sus abogados militares le habían comunicado que tenía que enfrentarse a una condena a muerte. Detenido tras su vuelo de Cuna a Florida, con los ojos vendados, fue conducido a un barco de guerra en South Carolina. Allí pasó los setenta y seis días siguientes, la mayoría en confinamiento aislado, esposado y con grilletes, mientras las unidades de TV permanecían estacionadas frente a la casa de sus padres en New Jersey, donde habían montado una avanzadilla para tomar imágenes generales.
Pero, ¿cuáles eran las acusaciones, por cierto, que podrían conducir al graduado en West Point a la horca? Sus abogados (y los medios de comunicación) contaron que llevaba en su equipaje unos cuadernos en los que había nombres de prisioneros, un plano del complejo de la prisión y alguna información no especificada sobre Siria. Puede que no se tratara de un recién obtenido diploma de vuelo, pero con la actual histeria era suficiente para confinarle en la misma situación en la que se encontraban los más notorios terroristas acusados. Técnicamente, los cargos eran "haber desobedecido un precepto legal de carácter general", que de forma específica consistía en transportar material secreto " transportar ilegalmente información secreta sin las medidas de seguridad apropiadas para su protección".
En un primer momento, el gobierno declaró que la investigación y arresto de Yee en el aeropuerto de Florida partió de su sospechoso comportamiento en la bases (él negó que llevara equipaje; su abogado explicó que en ese momento acompañaba a un niño cubano para entregarlo al cuidado de un adulto en otro lugar del aeropuerto, y que en ese momento preciso no llevaba su equipaje con él). Pero el gobierno, más tarde, desistió de esas afirmaciones y admitió que agentes del FBI ya le estaban esperando tras recibir un aviso del Ejército, que había sometido a Yee a vigilancia.
Yee y sus abogados alegaron que los documentos que llevaba eran sólo notas sobre los prisioneros a quienes había asistido espiritualmente, y que la información sobre Siria era una trabajo que estaba escribiendo como parte de las clases de graduado que estaba recibiendo. Pero el pastel se hizo más consistente con el arresto durante las semanas siguientes de dos hombres más de la Base con quienes Yee había tenido relaciones: El traductor y antiguo piloto Ahmad I. Al-Halabi bajo la sospecha de espionaje, y el 29 de septiembre otro traductor, Ahmed F. Mehalba, acusado como Yee de tener en su poder información secreta.
Los medios de comunicación fueron sumisos: se facilitaron filtraciones oficiales a la prensa y los reporteros fueron mucho más allá en sus conclusiones. El Los Angeles Times aclaró que los tres ("todos musulmanes") poseían materiales secretos "Posiblemente, para transmitirlos a redes terroristas en el extranjero". Los oídos sensibles detectaron las insinuaciones freudianas en las dudas oficiales sobre que "Al-Qaeda podría haber intentado penetrar en la que se suponía una prisión inexpugnable". Pero los auténticos miedos, instalados en lo profundo de los corazones de la gente, pueden recogerse en este artículo, que consta realmente en el sumario del piloto Al-Halabi y, sin duda, incluido para condicionar su destino:
"Durante su estancia en Guantánamo, Al-Halabi hizo declaraciones en las que criticaba la política de los Estados Unidos en relación con los detenidos y con su política exterior en Oriente Próximo. Además, expresó simpatía hacia los prisioneros y mantuvo contactos con ellos sin autorización, facilitándoles artículos para hacerles la vida más llevadera que no estaban permitidos".
Esta declaración, que fue ampliamente difundida, no parece que haya atraído la atención de muchos expertos en derechos civiles o de otras antiguallas, pero tuvo las peores implicaciones, del tipo del siguiente silogismo -también del L.A.Times-: "Existen indicios de que el capellán, capitán del ejército James Joseph Yee que vivió unos años en Siria antes de volver a Estados Unidos, podría haberse convertido en simpatizante con la grave situación de los musulmanes detenidos".En otras palabras, es suficiente el simple hecho de haber vivido en un país "sospechoso", o haber expresado en voz alta lo que no se podía escuchar en el noticiario nocturno de Dan Rather, para prestar crédito a las graves acusaciones de espionaje contra un miembro de la Fuerzas Armadas de EE.UU.
En realidad, sólo es necesario ser miembro de- Usted lo sabe- semejante raza y religión. O como el New York Times dijo (siempre tan delicadamente) que el problema en su origen era precisamente que "algunos oficiales de alta graduación en Guantánamo se mostraban escépticos ante lo acertado de tener musulmanes y árabes-americanos implicados en los interrogatorios de los prisioneros y en otras actividades del campo, y existían sospechas latentes sobre lo que hacían cuando se reunían unos con otros".
En fin, que como una mala consecuencia de una película mala el asunto fue a peor. Se produjo una situación embarazosa cuando el coronel del Servicio de Inteligencia del Ejército, Jack Farr, acusado también de "transportar de forma ilegal información reservada sin las medidas adecuadas de seguridad" no fue vendado, ni recluido en confinamiento incomunicado o relacionado públicamente con Osama bin Laden. Para ser exactos, no fue tan siquiera arrestado, pero se nos aseguró que no tenía nada que ver con el hecho de que no fuera musulmán. Entonces los fiscales militares cometieron el mismo delito al enviar por correo a uno de los abogados de Yee documentos que más tarde se clasificaron como secretos (Ellos no se auto- arrestaron).
Más tarde se detectó el pequeño problema de los repetidos retrasos del Gobierno en el juicio oral de Yee ante el Consejo de Guerra para completar la "revisión de los materiales clasificados" (Traducción: "¡Dios mío! Parece que puede que nunca consigamos realmente clasificar esa información. Lo comprobaremos"). En consecuencia, la mayoría de las acusaciones contra Al-Halabi fueron retiradas, y al final el escenario de espionaje tejido alrededor de James Yee fue desentrañado. Pero Yee todavía se enfrentaba a acusaciones menores sobre la posesión de documentos que, no obstante, el Gobierno sabía que no ofrecían riesgo para la seguridad y que quedó demostrado de forma concluyente cuando tuvo que reconocerlo y dejarle libre el pasado 25 de noviembre.
Con su carrera y su nombre difamados por la acusación de deslealtad y terrorismo, su familia se marchó para no enfrentarse a vecinos que los conocían, ¿Cuál iba ser el camino a seguir por la institución a la que había servido, es decir las poderosas Fuerzas Armadas de la única superpotencia del mundo? Acertarán si contestan: "destruirle ante su familia y ante su comunidad religiosa también". Así que, muy pronto, fue acusado de cometer adulterio y de ver pornografía en un ordenador del gobierno. La vista ante el Consejo de Guerra se llevó a cabo con su mujer y su hija pequeña en la sala, y se centró en su totalidad en las acusaciones sexuales contra él, sin que se eludiera ningún detalle escabroso.
No se trata sólo de humillación: con las nuevas acusaciones de delito sexual, Yee se enfrenta a un máximo de trece años de cárcel. Pero para comprender la crueldad deliberada que se esconde tras esas acusaciones hay que tener en cuenta el contexto en el que se producen.
Durante los últimos dos años, los militares sólo han formulado acusaciones de adulterio cuando iban unidas a graves delitos como la violación. Mediante una orden ejecutiva, la ley militar fue modificada en 2002 para limitar los procesos por adulterio. Con la firma del mismo presidente George Bush, esos casos, en lo sucesivo, sólo serán perseguidos cuando la conducta resultara "directamente perjudicial para el buen orden y la disciplina o cuando desacreditara al servicio". Ninguna de estas condiciones es aplicable al caso de Yee. ¿Por qué, entonces, la revisión? Recuerden el nombre de la subteniente Kelly Flinn, la primera mujer piloto de bombardero de las Fuerzas Aéreas, y volvamos a 1997, entonces se produjeron protestas cuando se le obligó a aceptar la retirada de acusaciones después de la revelación de que tenía relaciones con un hombre casado. Los grupos feministas denunciaron que existía un doble rasero que pareció funcionar.
En efecto, sólo cinco meses después, el general de cuatro estrellas Joseph Ralston fue designado candidato a Presidente de la Junta de Jefes de Personal, pero antes de que tomara posesión, la misma historia relacionada con él salió a la luz y, ¡oh sorpresa!, nadie desde el Secretario de Defensa al más bajo del escalafón podía entender por qué se había organizado tal alboroto. Por supuesto, el general Ralston asumió el puesto, y lo que es peor, alguien con un carácter moral tan intachable se responsabilizó del bombardeo de países indefensos.
Ahora yo, por mi parte, aplazaré mi protesta si lo peor que le ocurra al capitán Yee sea que se le inspeccione cuando se produzca la próxima vacante en la Junta de Jefes. Pero en cuanto al resto de lo ocurrido, el depravado espectáculo que ha convertido a James Yee y a su familia en otro pequeño daño colateral que recuerda a los musulmanes el lugar que ocupan en este país, considero que nos degrada y avergüenza a todos.
2 de febrero de 2004