Internacional
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Gara
11-Ene-2004
Según un informe del Fondo Monetario Internacional
fechado el pasado mes de diciembre, las perspectivas que se abrieron para la
industria armamentística en el mundo tras el 11-S y la apertura de la denominada
«guerra contra el terrorismo» se están confirmando en la práctica. Varios especialistas
dijeron entonces que, muy posiblemente, tras los ataques de Nueva York y Washington
se daría un incremento del gasto militar capaz de revertir la tendencia de reducción
que se había registrado desde mediados de los 80. Pues bien, el FMI cifra en
64.000 millones de dólares el aumento experimentado en gasto militar desde finales
del año 2000 hasta finales de 2002. Una cifra que convierte a la industria armamentística
en la única que ha resultado claramente ganadora de la estrategia de guerras
preventivas y aumento de los medios de «seguridad» adoptada por la mayoría de
los países del planeta. El mayor aumento se ha experimentado en las mayores
economías industrializadas, que suponen más del 60% del gasto militar mundial,
pero también ha crecido el gasto en armamento en países empobrecidos o en tránsito
hacia el desarrollo.
Se cumplen nueve meses de la irrupción violenta de las tropas estadounidenses
en Irak, se han reactivado los enfrentamientos en Afganistán, el conflicto palestino-israelí
sigue mostrando gran virulencia... y por encima del sufrimiento que generan
estas situaciones y los muchos focos de conflicto existentes en el mundo se
alza el lucro de una industria poderosa económicamente e influyente en lo político,
que se enriquece. Como ejemplo de la crueldad de esta paradoja, el estallido
de la guerra en Irak produjo una fuerte subida en las bolsas de las principales
industrias de armamento, y la perspectiva de que la resistencia respondiera
con fuerza y alargara el enfrentamiento como así está siendo con un alto coste
de víctimas mejoraba las perspectivas económicas de fabricantes de armas como
los misiles Patriot o el bombardero B-2.
La otra nada despreciable consecuencia de este aumento en el gasto militar es
que dejan de cumplirse programas de ayuda al desarrollo, a pesar de que las
cantidades previstas en muchos de ellos no llegarían ni al 10% de lo que el
mundo gasta en maquinaria para matar. Algo que sin duda se produce porque los
países empobrecidos no tienen ni el potencial económico ni el poder político
para hacer que se cumplan los planes diseñados en la ONU.