Europa
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24 de marzo de 2004
Votación espontánea
Carlo Frabetti
Tras su derrota electoral, Rajoy declaró en una entrevista que sabía quién había convocado la manifestación del 13 de marzo pero no quería decirlo. Por una vez, dijo la verdad. El Gobierno sabe perfectamente quién puso en marcha la movilización social que le dio el golpe de gracia, y tiene buenos motivos para no decirlo. Porque la metamanifestación (si se me permite el término un tanto pedante, que luego intentaré justificar) de la víspera de las elecciones fue un maravilloso ejemplo --y, para el poder, un alarmante precedente-- de movilización "autopropulsada".
¿Quién inventa los chistes? Algunos tienen autor, conocido o no, pero muchos --los mejores, seguramente-- son fruto de un proceso de decantación parecido a la selección natural. Alguien hace un comentario ocurrente, cuenta una anécdota divertida o tiene un lapsus gracioso. Empiezan a circular diversas versiones (mutaciones) del comentario, la anécdota o el lapsus, y una de esas versiones, especialmente feliz, sintética, oportuna, se consolida y se propaga de boca en boca (se reproduce) hasta hacerse un hueco en el complejo ecosistema de la cultura oral. Lo interesante del proceso (y la clave de su potencia) es que cada persona que oye un chiste decide automáticamente si merece ser transmitido o no. Si el chiste es "bueno" (es decir, si cumple eficazmente su mínima función subversiva) se difunde con extraordinaria rapidez, y cada vez que alguien lo cuenta está eligiéndolo entre muchos candidatos a ser contados, está "votando" por él.
Con los mensajes que circulan por Internet y a través de los teléfonos móviles ocurre algo similar. Constantemente llegan propuestas, peticiones y convocatorias de toda índole. La mayoría no tienen ningún éxito. Algunas consiguen una atención moderada. Y unas pocas logran poner en marcha el incontenible mecanismo de las progresiones geométricas y obtienen una respuesta masiva: eso es, sencillamente, lo que ocurrió el 13 de marzo.
A las cinco y media de la tarde había en la calle Génova de Madrid, frente a la sede del PP, medio centenar de personas. Un "núcleo de condensación" más que suficiente, si la situación es propicia. Tras unos minutos de frenética actividad de los teléfonos móviles, la autoconvocatoria se había difundido por toda la ciudad, por todo el país.
Podría no haber sido así. La concentración frente a la sede del PP podría haberse reducido a las cincuenta personas iniciales, o a unos pocos cientos más. Si el número inicial se centuplicó en una hora, y luego siguió creciendo durante todo el día y casi toda la noche, en todo el país, fue porque la gente ya había decidido, previamente, manifestar de alguna manera su indignación y su repulsa. (Cardenal lo va a tener difícil si quiere encausar a los convocantes de la manifestación del 13 de marzo: son --somos-- cientos de miles.)
Para que la votación espontánea que consagra los chistes y otras formas de subversión tuviera una eficacia inmediata, solo faltaban instrumentos que hicieran posible la interconexión de la ciudadanía en tiempo real, el flujo reticular e instantáneo de la información (que sustituye a las consignas, las hace innecesarias; luego volveré sobre este punto). Y ya los tenemos. Los ordenadores todavía no están al alcance de todos, pero los teléfonos móviles sí. Y la acción combinada --sinérgica-- de Internet y la telefonía móvil permite improvisar, en cualquier momento y desde cualquier sitio, un ágora utópica (en el doble sentido del término: no está en ningún lugar físico y apunta hacia la utopía), un foro instantáneo. O un referéndum extraoficial (y por eso mismo inapelable), una votación espontánea. (Por lo tanto, ningún Gobierno podrá impedir, por ejemplo, que el pueblo vasco se pronuncie con respecto a la autodeterminación o a cualquier otro asunto de interés general. Ya existen los recursos tecnológicos y morales necesarios para que una sociedad tan desarrollada y sólidamente estructurada como la de Euskal Herria manifieste de forma inequívoca su voluntad colectiva, y lo hará muy pronto.)
Pero la movilización del 13 de marzo fue también --y sobre todo-- la culminación de un proceso, y no se habría producido sin las multitudinarias manifestaciones contra la guerra del año pasado, sin la protesta de los Goya, sin la ejemplar lucha de la familia Couso y otros precedentes memorables. (Como señala Marx, la importancia de las movilizaciones sociales estriba, más que en sus logros inmediatos, en su capacidad de transformar a quienes participan en ellas. Ténganlo muy en cuenta los agoreros que dicen: "¿De qué sirven las manifestaciones, si luego la gente vuelve a su casa y sigue haciendo su vida normal?". La gente que vuelve a su casa después de una movilización, no es la misma que antes de participar en la lucha, y esa es su mayor victoria.)
En la metamanifestación del 13 de marzo confluyeron las estrategias y los logros de las principales acciones de los últimos dos años y medio: concentraciones, caceroladas, vigilias, sentadas, pasacalles, mítines, pintadas, itinerarios múltiples, circuitos recurrentes... Y una parte importante de la "marcha" juvenil nocturna se sumó a la protesta: la movida se convirtió en movilización. La manifestación lineal --con un horario y un recorrido predeterminados, convocada oficialmente, con consignas previas, negociada con el poder-- es un modelo a superar, y el 13 de marzo fue ampliamente superado.
No necesitamos permiso de nadie para salir a la calle. La calle es nuestra, por definición, por más que la momia de Fraga siga boqueando. No necesitamos consignas ni instrucciones de uso de la ciudad: la información fluida y descentralizada permite ir configurando las movilizaciones sobre la marcha (nunca mejor dicho). La comunicación reticular instantánea permite expresar la voluntad del pueblo de forma inmediata e insobornable. Un Gobierno ha caído, y otro tiembla, ante la potencia incontenible de esta revolución sin precedentes. Que no ha hecho más que empezar.