Izvestia Traducido para Rebelión por Josafat Sánchez Comín
El 11 de marzo de 2004 ha pasado a ser para Europa lo mismo que el 11 de septiembre de 2001 lo fue para América. Conmoción. Línea divisoria. Las explosiones en Madrid ha trastocado completamente el modo de ver las cosas de los habitantes del "viejo continente". En cualquier caso, las debe de trastornar.
Hasta el 11 de marzo, parecía que las bombas, que se llevaban por delante decenas, cientos de vidas, podían explotar donde fuese, pero no en los desarrollados, florecientes y políticamente correctos estados de la Unión Europea. En el metro de Moscú y en los cercanías de Stavropol, en los autobuses de Jerusalén y en las mezquitas de Bagdad. En Nueva York y Washington, es el precio a pagar por ser la única superpotencia. Pero ¿qué sentido tiene hacer estallar nada en Europa?
Resultó que si lo tenía. Resulto que el terrorismo europeo en nada es mejor, ni más humano que el terrorismo asiático, musulmán. La tecnología acaso pueda ser otra. El metro de Moscú lo hacen volar terroristas suicidas. En los trenes españoles, las mochilas con explosivos las colocan cuidadosamente en los aparadores para equipaje. Y salieron del vagón. No se inmolaron. En el mundo católico no hay la misma demanda de suicidas (shakhidi), que en el musulmán.
La tecnología es otra, pero la esencia, la misma. Y las consecuencias: cientos de victimas inocentes. Impotencia del gobierno. Desconcierto de los servicios secretos. Y lo más importante: ausencia de cualquier tipo de garantía de que algo similar no vaya a repetirse, de que mañana (pasado mañana, dentro de una semana, dentro de un mes) no hagan estallar otros trenes (autobuses, vagones de metro, aviones).
¿Pero por qué solo España? ¿Acaso en Francia no habían amenazado con volar las vías hace unos días? ¿Acaso el Reino Unido no tiene sus terroristas norirlandeses? ¿Acaso en Italia no fueron descubiertos hace poco nidos de terroristas islámicos? ¿Cuántos quedarán por descubrir?
Europa ya no será la misma, que era antes del 11 de marzo. Haciendo volar las estaciones españolas, los terroristas la han devuelto a la realidad, la han hecho menos ingenua, menos condescendiente. Me gustaría creer también, más firme y menos arrogante.
¿Cómo se comportarán los políticos europeos, diputados, defensores de derechos humanos, periodistas, después del 11 de marzo? ¿Seguirán exigiendo de Moscú que se siente a negociar con aquellos que organizan incursiones en el Daguestán y explosiones en las ciudades rusas? ¿O intentarán de una vez por todas ponerse en nuestro lugar? Se imaginarán por un momento al presidente del gobierno español negociando con los líderes de ETA, que han dado la orden de colocar 13 bombas en vagones de cercanías repletos de pasajeros. Se lo imaginarán y quedarán aterrados.
Entre el 11 de marzo y el 11 de septiembre hay justo medio año. ¿Es esto una simple coincidencia? ¿Pensaban en esto los terroristas que colocaron las bombas en los trenes de Madrid?