Cuando se produjo el atentado del Centro Comercial El Polo, en Lima, en el verano del 2002, plantee la hipótesis de una acción concatenada al conflicto global que tiene como protagonista principal al gobierno de los Estados Unidos. Y que así fueren agentes locales o internacionales los ejecutores directos, lo esencial era que la acción pretendía mostrar violencia e inseguridad al paso de George W. Bush, que estaba en las vísperas de su llegada a Lima, mucho más que alcanzar objetivos de política interna.
Pero en el Perú la respuesta a estos actos se había vuelto automática. Rebrote de Sendero Luminoso, afirmaron todas las autoridades y titularon nuestros independientes diarios, como si nada tuviera que probarse; más aún, como si un Sendero extremadamente debilitado y sin planes hacia delante, hubiera decidido lanzarse a golpear por el sólo gusto de mostrar el punche y para hacer que le caiga toda la represión de regreso sobre la cabeza.
Luego vinieron las detenciones de los supuestos autores presentados triunfalmente a los medios de prensa. Pero después se presentaron otros autores. Y finalmente hasta hubo una tercera tanda. Tal vez detuvieron a algunos antiguos senderistas que tenían detectados o a gente inocente, como clamaban los familiares. Pero nadie ha podido asegurar en medio de la confusión, que los hechos fueron realmente esclarecidos.
Tampoco hubo otro atentado que continuara el anunciado rebrote. Y así la cosa quedó como una locura enfermiza que costó la vida a una docena de peruanos, para no conseguir absolutamente nada. O, a lo sumo, nos quedamos con que hubo un intento de fastidiar la fiesta del gobierno y una vez más el Estado mostró su eficiencia, capturando a los responsables por medio de su infalible olfato. Ni por un segundo se quiso siquiera estudiar la posibilidad que nos hubiese alcanzado la onda de la guerra antiterrorista por las cercanías del gobierno Toledo con la administración Bush.
Ahora recuerdo esto a propósito de la reacción del gobierno español al impacto del atentado del 11-M: aquí también los voceros oficiales "no han tenido dudas", con sólo ver los vagones destruidos, que los separatistas vascos eran los culpables. Nunca habían hecho algo siquiera parecido, y se decía por todas partes que estaban debilitados por la firmeza represiva del régimen y buscando desesperadamente una puerta de diálogo, pero de pronto decidieron mandarse a la grande. Cualquier otra especulación sobre lo sucedido era equivalente a querer bajar la responsabilidad a estos asesinos de la ETA.
Curioso mecanismo mental. Recuérdese que cuando las torres de Nueva York todavía no habían terminado de caer al piso, la administración Bush ya no tenía dudas que el autor era Bin Laden y su misteriosa organización Al Qaeda, que el mundo apenas conocía. Pero ahora, con un esquema similar de acción: atentados masivos, simultáneos, sin ahorro de víctimas civiles, y siendo España uno de los aliados principales de la guerra antiterrorista global de Bush, la opinión es exactamente contraria: no hay dudas que se trata de una operación de ámbito nacional y no internacional. No hay relación entre el 11 S y el 11 M.
Veinticuatro horas después, sin embargo, la posición del gobierno español está deshilachándose por todos lados: reivindicaciones islámicas, negaciones de sectores afines a ETA, opiniones de expertos internacionales. A Aznar no le queda más remedio que señalar que investigará todas las pistas, pero que la línea principal sigue siendo ETA, porque hace algunos meses se capturó a un militante que iba con explosivos viajando en un tren urbano.
Es obvio para todos que Aznar –como Toledo -, gana si se trata del "enemigo interno", "el conflicto local", y de algo que requiere una fuerte política represiva interna. Ambos pierden, si es que sus pueblos los perciben como trayéndose a casa una guerra ajena.
Es lo opuesto a Bush, que siempre avanza con los "enemigos externos" y los "conflictos globales" que son los que siempre han quitado el sueño a los norteamericanos. Aunque el atentado de Oklahoma les demostró que también podían tener su terrorismo propio.