Argentina: La lucha continúa
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La Blumberizacion
Gustavo Robles
ARGENPRESS.info
Desde hace unas semanas nuestro país vive un fenómeno nuevo, imposible de soslayar siempre que se quiera hacer un análisis serio sobre la situación nacional: es el fenómeno Blumberg. Existe, de hecho, una especie de 'Blumberización' de la política nacional, que va mucho más allá de la cuestión de la seguridad.
Cabe entonces preguntarnos, y tratar de respondernos, sobre los por qué de este fenómeno.
En primer lugar, obviamente, hace falta decir que sería aberrante no solidarizarse con el dolor de esta familia. No hay palabras que puedan medir ni describir la pérdida de un ser querido, sobre todo de un hijo, y más aún en las desgraciadas circunstancias de casos como éste. Pero Axel Blumberg no fue el primero, ni el único, de los miles de niños y jóvenes muertos por la violencia que se esparce como plaga en nuestro país. Entonces... ¿por qué los medios le han dado tanto empuje a la prédica del señor Blumberg, rodeándolo de una infraestructura envidiable, incluso, para cualquier político? ¿qué tiene él de diferente, en cuánto al dolor, con los Santillán, los Kosteki, los Bru, los Witis, con los cientos de jóvenes asesinados por el gatillo fácil de los aparatos de represión del Estado? Porque si es el dolor el que da legitimidad a las personas y a los discursos, casos para emblematizar y masivizar nos sobran... Lo cierto es que parece que el señor Blumberg es el dueño de la verdad, de repente. Es muy difícil ponerse en la vereda de enfrente de sus dichos sin ser tildado de marciano o inhumano. El que está con él está en la posición correcta, y el que no es emisario del Mal. Los honestos son los 'blumberistas', y los demás ..., parece que no.
Sin embargo... ¿es el dolor de una pérdida irreparable lo que da la razón? Ya tuvimos el ejemplo de un ex presidente que esgrimió la muerte de su hijo como bandera electoral ('muerte' envuelta en todo tipo de sospechas), hecho que sensibilizó a muchos electores: el mismo presidente que destruyó el bienestar del pueblo argentino.
Entonces, después de un repaso preliminar, podríamos preguntarnos, también:
¿por qué la gente común salió masivamente ahora, y no en otros casos?
Contestar esta pregunta también es necesario, y el análisis que surge de ella escabroso, pues desenredar semejante madeja puede llevarnos a revelar tabúes muy enquistados y fuerzas ocultas pestilentes, tanto en los titiriteros que manejan los hilos de la sociedad a su antojo, como en los criterios y valores en los que se apoya la propia sociedad. Con perdón del planteamiento, sería bueno dejar la hipocresía y la demagogia de lado y decir lo que muchos pensamos -con un sentimiento que viaja entre la bronca y el dolor-: que la sociedad se conmovió más con Blumberg que con Santillán porque este último era morocho, pelilargo, barbudo y exteriorizaba su compromiso político por el cambio social, mientras que el primero era un lindo chico rubio miembro de una familia de clase media acomodada, cuya noción de la política se mantiene oculta al resto de los mortales. Es decir, uno es de esos indeseables vilipendiados por el discurso de los que forman opinión, el otro el ejemplo de lo que éstos quieren que todos seamos: abanderados del no-compromiso, aborrecedores de la política (aunque eso mismo sea hacer política).
Entramos entonces a bucear en las profundidades donde se maneja y se forma (o se trata de formar, casi siempre con éxito) la opinión pública, y donde cobran enorme importancia los medios de comunicación masiva, su tenencia y los intereses de sus tenedores.
Es evidente que, para las corporaciones dueñas de los medios de este país, el discurso de Blumberg está mucho más cercano a sus pensamientos y necesidades que el de Santillán o Witis.
¿Por qué? Porque es mucho más conveniente para ellos fijar la atención de la gente en tratar de eliminar uno de los efectos (como lo es la creciente delincuencia), y no las causas, de un modelo y un sistema que los ha beneficiado -y lo sigue haciendo- hasta límites insospechados. Para entender esto hay que conocer que los dueños de los medios y las empresas anunciantes (que ponen la plata para su sostenimiento), tienen y defienden los mismos intereses; intereses que el Estado, completando la trama, desde hace años y hasta hoy (inclusive), ha resguardado con mayor o menor compromiso (pero siempre resguardado) según la administración a la que le haya tocado en suerte sentarse en el sillón de Rivadavia, completando así el aparato propagandístico del Mercado que hoy todo lo domina.
Y aquí, creemos, está el meollo del asunto. ¿Será posible que desde los medios (sostenidos por la plata de los anunciantes) se fogonee un discurso que diga que la delincuencia que hoy vivimos (efecto) fue causada por políticas que, a la vez que llevaron a las grandes empresas (anunciantes-inversores-sostenedores) a tener ganancias astronómicas, sumergieron a grandes porciones de la población en el abandono, la miseria y la indigencia (causa de la delincuencia/efecto necesario del neoliberalismo)? ¿será posible que digan que un Estado que excluye, empobrece y hambrea a millones de seres humanos, que ostenta riqueza en unos pocos (riqueza ganada justamente a costa del sufrimiento y la angustia de las mayorías), va a generar, en muchos individuos abandonados a su suerte, pérdida de valores y resentimientos tales como para delinquir?¿cómo exigirle a un niño de 14 años olvidado por la sociedad, cuyos padres perdieron sus trabajos hace años, que por eso no ha podido concurrir a la escuela ni comer correctamente ni tener lo que todo niño necesita por derecho humano, cómo exigirle, repito, compasión y respeto por el prójimo, cuándo él no ha sido objeto de compasión ni de respeto?
¿Dónde está Blumberg pidiendo que se atiendan esas necesidades básicas insatisfechas, individuales y sociales, en vez de pedir mano dura con un discurso con tremendo tufo fascistoide?
¿Dónde esa gente -decenas de miles- pidiendo por un cambio social y político que verdaderamente nos dará a todos seguridad y paz con dignidad?
Esperar semejante discurso de los medios es pedirle peras al olmo, porque ellos mismos (sus dueños) también son beneficiarios de las políticas que han destruido el bienestar del pueblo. Pero el análisis sirve para mostrar por qué las cosas son como son; y qué es lo que, en todo caso, hay que cambiar, ya que queda en evidencia lo perjudicial que es para los intereses populares el hecho de que los medios de producción, servicio y comunicación estén en manos privadas.
Suponiendo que se concretaran los sueños de los ideólogos-alumnos de Hitler, ni eliminando a todo aquel que delinque lograrían la seguridad que anhelan aquellos que les prestan sus oídos a causa de su desesperación: si siguen aplicándose estas políticas de hambre, marginación y miseria, mañana habrá más que no sepan ver otro camino que delinquir. Porque, además, el mensaje que nos baja desde las clases acomodadas es ése, el del vale todo para lograr el bienestar propio: se premia a los más eficientes para acumular, no a los más sesudos; los triunfadores son los que más tienen, no los bondadosos y solidarios. ¿Qué clase de sociedad es ésa, que premia los fines justificando los medios, aunque éstos sean la injusticia y el dolor? El que más bienes tiene es también el que más derechos tiene ante los demás, ante la ley, ante la vida; es el que mejor puede gozar de los placeres de la existencia; ¿cómo no mentir entonces, chicanear, traicionar, desdeñar, incluso robar y matar, cómo no prostituirse para triunfar? ¿Cómo respetar los derechos de los demás en este contexto? ¿Cuántos 'blumberistas' habrán pasado semáforos en rojo, perjudicado vecinos, desdeñado derechos de otros, discriminado a los que no consideran sus iguales, coimeado funcionarios, serruchado pisos, vaciado empresas, apoyado políticas de hambre y de miseria?
Nadie dice que el que delinque no debe pagar. Pero para terminar con la inseguridad de verdad y para siempre, hay que tratar de prevenir el delito, lograr que no exista, o reducirlo a su mínima expresión. Para ello sería bueno no escuchar lo que pide Blumberg en nombre de las clases dominantes, sino empezar a exigir los cambios que nos lleven a una sociedad justa, donde la riqueza se reparta equitativamente, con trabajo digno y pleno, educación y salud para todos los hombres y mujeres de esta tierra.