Argentina: del granero del mundo al hambre generalizado, de la mano del monocultivo de soja transgénica
Alberto Jorge Lapolla
'Cuando después de 1946 una mejor distribución de la riqueza elevó al pueblo, esa clase infecunda y perversa vio demagogia y despilfarro porque el pueblo comía.'
Juan José Hernández Arregui Hambre en el ex 'granero del mundo'
A lo largo de su historia el pueblo argentino casi no conoció el hambre masivo. Tal hecho fue mucho más marcado a partir de las profundas transformaciones llevadas adelante por el peronismo después de 1945, cuando la Argentina pasó a poseer una de las mejores distribuciones del ingreso del mundo, cuestión que junto con una enorme estructura industrial, una formidable economía estatal y una producción agropecuaria diversificada -pese a la fuerte rémora latifundista- destinada principalmente al mercado interno, garantizaron -hasta el advenimiento del Infame Traidor a la Patria Carlos S. Menem a la presidencia de la nación- el pleno empleo y la ausencia de hambre masivo en la nación.
Pese a que las políticas regresivas implementadas luego de 1955, produjeran importantes bolsones de pobreza regionales, es posible señalar sin embargo, que en el largo periodo histórico de 1945 a 1990 el pueblo argentino desconocía el hambre generalizado.
Hoy la situación es irreconocible: la Argentina el otrora 'granero del mundo', el país de la 'mejor carne del mundo', es ahora una mera republiqueta sojera productora de commodities forrajeros para que la Unión Europea, China y los EE.UU., críen su ganado.
Nuestro pueblo sufre el mayor castigo de su historia: 55 niños, 35 adultos y 15 personas mayores mueren diariamente por causas vinculadas al hambre, es decir casi 450.000 personas entre 1990 al 2003, un verdadero genocidio económico. (1) Veinte millones de personas (sobre una población de 38.000.000) se encuentran bajo el nivel de pobreza, 6.000.000 son indigentes (es decir que pasan hambre extremo) y cerca de 4.5000.000 están desempleados.
Sin embargo la Argentina produce la mayor tasa de alimentos por habitante del mundo con sus más de 70 millones de toneladas de granos, sus 56 millones de cabezas de ganado bovino, una cifra similar de ovinos y otra mayor de porcinos, lo que produce 3500 Kg de alimentos-hab- año. Sin embargo tal masa de productos alimenticios es testigo del mayor hambre y genocidio social de nuestra historia.
El hambre transgénico
Este brutal proceso de revanchismo social, sirve sin embargo de ejemplo para los demás pueblos del mundo, los que pueden observar in situ el papel jugado por los cultivos trangénicos publicitados por Monsanto, Syngenta, Dupont y demás multinacionales dueñas del negocio biotecnológico, como la panacea para paliar el hambre de la humanidad.
El hambre del pueblo argentino, sus miles de niños muertos por hambre, sus ancianos muertos de hambre, los millones de pobres revolviendo en la basura buscando algo para comer, son el ejemplo más claro y contundente donde puede buscarse la verdad de los efectos de los cultivos transgénicos sobre la economía de los pueblos.
La Argentina producirá este año 34.5 millones de Tn de soja transgénica(2) (el 50% del total de la producción de granos) en algo más de 14 millones de Has (el 54% de la superficie sembrada) el 99% de esa soja es transgénica, la cual tiene por destino principal la exportación para el consumo forrajero de la UE y China quienes utilizan esta soja para la cría de ganado, que exportan a mercados que han dejado de importar carne argentina porque su producción bovina a cielo abierto y en pasturas naturales, ha sido afectada por la expansión descontrolada de la soja transgénica. Así produciendo commodities en lugar de alimentos y productos industriales el gobierno obtiene divisas para pagar la ilegítima deuda externa.
La soja RR (round up-ready, resistente a glifosato) se propagó en nuestro país desplazando y liquidando decenas de otras actividades vinculadas directamente a la producción de alimentos, al consumo de la población y a la producción industrial. Así han desaparecido cultivos hortícolas, apícolas, tambos, campos ganaderos, pasturas, montes frutales, producciones forestales, montes y selvas naturales, así como otros cultivos tales como papa, arroz, batata, lenteja, arveja, algodón, lino, trigos, maíces, etc., etc. Este proceso ha afectado gravemente la antigua y abundante soberanía alimentaria de la nación, obligándonos a importar alimentos tales como leche, pollos, lentejas, arvejas, entre otros.
La expansión de la soja transgénica ha permitido a su vez, un proceso de concentración de la tierra como no se ha visto en la Argentina desde los tiempos de la enfiteusis rivadaviana. Según el último censo agrario, entre 1991 y 2001 han desaparecido alrededor de 160.000 productores pequeños, dando como resultado que 6.200 propietarios posean el 49.6% del total de la tierra y que 17.000.000 de hectáreas se encuentran ya en manos extranjeras.(3)
La expansión del monocultivo de soja es el emergente del largo ciclo de contrarreforma agraria iniciado en 1967 por la Ley Raggio del dictador Onganía y profundizada hasta el hartazgo por las políticas de reprivatización de la renta agraria, desindustrialización forzada, financieraización del capital y revanchismo social de José A. Martínez de Hoz, Domingo F. Cavallo y Felipe Solá, dando por resultado que la Argentina haya dejado de ser un país industrial, para volver al modelo agroexportador impuesto por Gran Bretaña luego de las derrotas nacionales de Caseros y Pavón, en el siglo XIX.
Catástrofe social que anticipa una catástrofe ecológica
El sistema de cultivo utilizado para la soja RR de siembra directa, con alto uso de agrotóxicos (oficialmente se reconoce el uso hoy de 150 millones de litros/año de glifosato(4), aunque se estima que la cifra real es mayor) ha producido ya en la zona afectada por el monocultivo, una desertificación biológica marcada, con la denunciada desaparición de aves, liebres, crustáceos, lombrices, insectos, etc., afectando particularmente la microbiología del suelo responsable de los procesos que desarrollan y recuperan la fertilidad natural de los mismos, exterminando bacterias y otros microorganismos, permitiendo su reemplazo por hongos.
De llegar a aprobarse el Maíz transgénico RR, la cifra de glifosato cuanto menos se duplicaría produciendo la astronómica cantidad de más de 300 millones de litros por año lo cual ahondaría hasta el hartazgo la catástrofe ecológica en ciernes.
La Siembra Directa también perjudica por los efectos de disminución de la temperatura del suelo que la acumulación de materia orgánica no descompuesta por la siembra de soja, sobre soja sin roturación, produce. También debe contabilizarse la aparición de supermalezas resistentes al glifosato.
Los efectos de la Siembra Directa sobre la capacidad de absorción de agua por el suelo pudieron ser claramente comprobados en las catastróficas inundaciones de Santa Fe del año 2003 -que produjeron una enorme cifra de muertes-, donde a la escorrentía exponencial que permiten los campos no roturados de la soja RR, se sumó el efecto del desmonte -y puesta en cultivo en las mismas condiciones- del Norte santafesino, amplias extensiones de Santiago del Estero y del Norte cordobés.
Al mismo tiempo las fumigaciones con agrotóxicos sobre los cultivos de soja están enfermando y matando a gran cantidad de personas como se comprueba en las localidades de Barrio Ituzaingó Anexo, Pueblo Italiano, Río Ceballos, Saldán, Alto Alberdi, Jesús María, Colonia Caroya, todos en Córdoba o Loma Sené en Formosa y otras localidades en el litoral.
El monocultivo de soja esta produciendo un verdadero desierto verde, propagando una agricultura sin agricultores, que tiene como destino final el genocidio por hambre de nuestro pueblo, la desertificación de nuestros suelos de la gran región chaco-pampeana -proceso que ya se manifiesta en la región chaqueña- y la pérdida tal vez definitiva de nuestra biodiversidad, con grave perjuicio para nuestra soberanía nacional.
A su vez la contaminación del ecosistema con la presencia masiva de material transgénico afectará de manera irreversible al mismo, acentuando la catástrofe ecológica.
A esto deben sumarse los graves efectos que sobre la salud de la población carenciada produce el consumo de soja forrajera como 'alimento' en los comedores populares, con su secuela de afectación al desarrollo genital de niñas y niños y la marcada descalcificación que la misma induce.
Por último queremos advertir que el monocultivo de soja podría ser para la nación tal como lo fuera el modelo de la convertibilidad: la fiesta de hoy se convertirá en la tragedia de mañana.
(1)IDEP, cifras de Distribución del Ingreso en la Argentina, Nov. 2003
(2)Clarín 17-3-04
(3)INDEC- Censo Nacional Agropecuario 2001
(4) Walter Pengue, Argentina: Soja ¿El Grano de la Discordia?, febrero de 2004
Alberto Jorge Lapolla es Ing. Agrónomo genetista - Miembro del Grupo de Reflexión Rural