Argentina: La lucha continúa
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22 de marzo del 2004
Nada cambia en Argentina pese a la euforia progresista por el triunfo del socialismo español
Orlando Baratta
Los psicoanalistas dicen que los maníacos-depresivos caen en picos de depresión como inesperadamente rebotan a euforias sin razón. Los argentinos fácilmente podemos reflejarnos en ese tipo de conductas. Somos los mejores y vivimos en el primer mundo o somos la peor porquería dando vueltas por ahí. Nuestro estado de ánimo siempre depende de estímulos externos. No puede ser de otro modo: es la condena de permanecer eternamente en la categoría de mercado emergente -según la óptica neoliberal- o ser un país dependiente al zigzagueo y a cambios que se producen en los centros de poder político, que es la triste realidad.
Por supuesto que el gobierno de Néstor Kirchner, quien recoge cualquier cosa y desea transformarlo en positivo para su gestión, no escapa a esta patología. Una buena parte de la progresía nacional también actúa con los mismos reflejos potenciado ahora con el triunfo electoral del PSOE en España, al que se sumó el elenco oficial. El giro a la izquierda de la sociedad española resulta que puede ser positivo para la Argentina, según esa visión. Nos referimos, claro está, a los intereses que la Madre Patria tiene invertidos en nuestro país (40.000 millones de dólares). Los 'progres' creen que el diálogo con el grupo Español será distinto y para mejor. Que desistirán de pedir aumentos de tarifas, por ejemplo. O que no insistirán en sacar más ventajas económicas para maximizar utilidades que luego transferirán a sus casas matrices, es decir a Madrid. ¿ No se cae en una euforia sin razón?
A decir verdad, el fundador de esta agresiva política de inversiones en América Latina y de apertura de España al mundo fue un socialista. Felipe González, de él se trata, fue además el mentor del ingreso a la OTAN de la España posfranquista y fue erigido como el ejemplo por parte del liberalismo ortodoxo de lo que debe ser un socialista moderno, que se adapta a los nuevos tiempos de la economía de mercado, el Consenso de Washington y la caída del Muro de Berlín. Diríamos que fue un alumno aplicado de Reagan y Thatcher en la antesala del pensamiento único y la globalización.
El giro copernicano de Felipe a fines de los '80 se asemeja al de Carlos Menem en la Argentina de los '90, pero con beneficios diferentes para ambos países. Lo más grave, quizá para la sensibilidad de la izquierda, es que Felipe experimentó ese cambio desde el socialismo a un capitalismo salvaje y hasta explotador en los mercados emergentes de latinoamérica. Pero, como regía el Fin de las Ideologías de Francis Fukuyama, todo estaba permitido. La quema de libros no solo se hace con fuego.
José María Aznar, el responsable de la derrota del Partido Popular, siguió los lineamientos de Felipe en materia de política exterior y de inversiones. Incluso las profundizó al abandonar el proyecto de una Europa Continental y aliada a Francia y Alemania para abrazarse a Londres y Washington. La riesgosa jugada exterior de Aznar le terminó jugando una mala pasada a tres días de los comicios: jugó a la guerra en Irak y ahora los españoles tienen la guerra en Madrid.
Puede que entre el PP y el PSOE haya diferencias en políticas domésticas, cosa que ratifica las promesas de campaña del electo presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, en cuya plataforma nada dice qué algo cambiará en el tratamiento que los inversores españoles nos dispensan a los argentinos. Y no es objeto de estas líneas derrumbar la euforia sin razón del progresismo nacional (seguramente encontrará otros hechos que alimentará la patología oficial), aunque la historia entra en riña con aquello de que nos beneficiamos según qué partido ideológico gobierne a España, si es de derecha o de izquierda. Tratándose de intereses económicos, son lo mismo. Lo mismo vale para los republicanos o demócratas en los Estados Unidos. Quizás me anticipe a la euforia irracional que la 'progresía' pueda desatar después de los comicios norteamericanos.
Para un país considerado en vías de desarrollo como el nuestro (hay un sinfín de eufemismos para señalar la relación de dependencia) la única forma de beneficiarse es cambiar la relación que hoy nos abruma entre el centro (Madrid) y la periferia (Argentina), que nos retrotrae al sistema de monopolio de épocas coloniales y no con un simple cambio de gobierno como cree el progresismo. Si no basta con cotejar las inversiones realizadas por los grupos españoles en una década con las utilidades que anualmente giran sus entidades bancarias al centro de poder.
Las conductas de los políticos por lo general son palmariamente mas ejemplares que las ideas y las teorías. Tras la caída de la Convertibilidad, Felipe González realizó ingentes gestiones a nivel oficial en el entonces gobierno de Eduardo Duhalde para preservar las inversiones españolas en la Argentina y pedir aumentos de tarifas para adaptarlas al nuevo valor dólar. González, socialista, fue representante de Aznar, conservador, en la preservación de los intereses españoles que estuvieron en peligro en ese momento y también después con la llegada de Kirchner a la Rosada. El grupo español, con tarifas congeladas, temía que tuvieran que salir al mercado financiero a comprar dólares muy caros, con lo cual se reducía los márgenes de ganancias para girar al exterior.
Fue sintomático -y todavía lo es- la puja que se desató en plena gestión Duhalde entre los sectores de la economía de servicios y financieros (telefónicas, seguros, aguas, electricidad) y los exportadores por el precio del dólar: los exportadores deseaban -y quieren- un dólar alto para maximizar ganancias y descontar el impuesto a las retenciones que les aplica el gobierno. La economía de servicios, que aspira dólares en el mercado interno y que dejó un tendal de desocupados, pugna por una divisa a bajo precio.
¿Zapatero nos va a sorprender? A lo sumo, como ya anticipó, cambiará la política exterior española en lo inherente a Irak (retirará los soldados en tierras iraquíes). Es un tributo a la opinión generalizada (90%) de los españoles que se opusieron al bombardeo y posterior invasión de Bagdad. En cambio, no hay muchas certezas -si insinuaciones hasta ahora- en torno a si España abandonará su alianza exterior con Londres y Washington para retomar el frente tradicional con Francia y Alemania.
Pero en materia económica y de intereses en Sudamérica no caben dudas que la continuidad de las políticas están garantizadas: se acaba de conocer que el socialismo triunfante impulsará al popular Rodrigo Rato a la titularidad del FMI y la multinacional Telefónica compró la telefonía móvil de Movicom en toda la región.
La euforia a este estímulo que contagia a la 'progresía' es irracional si se la observa desde el punto de vista de los negocios e intereses españoles en el país.
* Orlando Baratta es periodista. Se desempeñó en Editorial Perfil. Actualmente es columnista en el programa 'Tendencias', en radio Splendid