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Los árabes firman el plan de paz saudita... y esperan
Robert Fisk
Beirut. Ahí estaba ayer, jueves, sobre la mesa, de forma oficial,
con el sello de Arabia Saudita, el país de Osama Bin Laden, la nación
de la que provenían 15 de los 19 aeropiratas del 11 de septiembre, del
Estado creador del talibán: paz con Israel, tierra a cambio de seguridad,
reconocimiento y relaciones. Todos los árabes lo firmaron, incluso Irak,
cuyos representantes besaron públicamente al príncipe heredero
saudita, y después, esperaron. Y esperaron.
Israel jamás iba a aceptar este gesto, por supuesto. Ariel Sharon ya
le dijo al mundo que para su país, el regresar a las fronteras de 1967
--lo cual es una exigencia que consta tanto en resoluciones del Consejo de Seguridad
de la ONU como en los planes de paz árabes-- significaría "el
fin de Israel", si bien esto no fue lo que los israelíes nos dijeron
a finales de los años 60 y durante los 70. Tampoco, según Sharon,
Israel va a permitir que se establezca una capital árabe en Jerusalén
oriental, pues según palabras del gobernante, esta es la capital unificada
y eterna de Israel.
Pero en el futuro será mucho más difícil para Occidente,
y para los estadunidenses e israelíes, afirmar que los árabes
no quieren la paz, que no quieren vivir con Israel y que sólo quieren
exigir la destrucción de lo que solían llamar "la entidad sionista".
Pero eso es todo. Si bien la cumbre árabe en Beirut no fue sólo
un evento decorativo, ciertamente fue teatro. Todos sabían que el "plan
de paz" saudita --una confección del príncipe Abdullah, el periodista
neoyorquino, Tom Friedman y Adel al Jbair, el principal asesor del príncipe--
sería rechazado tajantemente por Israel. De la misma forma, todos sabían
que la propuesta sería rechazada por Hamas, Jihad Islámica y otros
grupos bombarderos palestinos.
Y no será difícil para los israelíes señalar una
serie de trampas. Yasser Arafat no estaba en Beirut --por cortesía de
los israelíes-- para firmar el documento. Tampoco estaba el presidente
Mubarak de Egipto --quien tenía envidia de la iniciativa del príncipe
Abdullah según dijeron los mismos sauditas--y tampoco estuvo el rey Abdullah
de Jordania.
Al menos 12 jefes de Estado árabes declinaron asistir a Beirut. Pero
sus segundones y achichincles firmaron el documento y así consta en las
actas de este acuerdo destinado a ser como tantos otros documentos sobre la
paz en Medio Oriente redactados cuidadosamente para ser mordisqueados, recibidos
con enojo, con desconfianza; y para ser maldecidos y amados en igual medida.
Toda la mañana del jueves, los árabes discutieron el texto. Los
libaneses querían una referencia al "derecho al retorno" de los palestinos
--debido a que Líbano no quiere tener por siempre a los 250 mil refugiados
que están en su territorio-- y los sirios insistieron que se incluyera
en el paquete la liberación de la meseta siria de Golan, ocupada por
Israel.
Los sirios lograron lo que querían. Los libaneses lograron un extraño
párrafo que rechaza "todas las formas de asentamiento palestino que sean
incompatibles con la situación especial de los países árabes
anfitriones".
El documento--de 21 páginas y 50 páginas--será enviado
a la ONU, a Estados Unidos, a la Unión Europea, a Rusia y a todos los
países musulmanes. Y lo que dice es: Queremos la paz. Los árabes
son gente razonable. No son terroristas. No son los malos. Este fue el mensaje,
aun si a Yasser Arafat no se le permitió hablar ante los delegados de
la cumbre desde su ratonera en Ramallah; aun si los palestinos salieron en protesta
de la sesión del jueves después de que el presidente libanés
Lahoud desenchufó a Arafat.
Lo que fue tal vez más importante, sin embargo, fue la forma en que se
envió el mensaje; no a Washington ni a Israel y desde luego no al señor
Sharon, sino a los mismos israelíes. El príncipe heredero Abdullah
y los líderes árabes se dirigieron especialmente a los ciudadanos
israelíes.
También encontraron un modo ingenioso de darle la vuelta al "derecho
al retorno". Hablaron de una "solución justa" al problema de los refugiados
palestinos que huyeron de lo que ahora es Israel en 1948, recordando la resolución
194 de la Asamblea General de Naciones Unidas y llamaron a permitir su regreso
a lo que era Palestina o a tener una "compensación".
Los israelíes consideran el "retorno" como el fin de su nación
--3.5 millones de palestinos podrían calificar dentro de los que tienen
derecho a emprender este retorno épico que de manera muy efectiva pondría
fin a la identidad judía de Israel.
Pero durante mucho tiempo se ha manejado la posibilidad de una compensación
como una salida a este riesgo. De hecho, existe una oficina en Tel Aviv que
cuenta con detalles sobre cada hogar palestino que fue tomado o destruido por
Israel en 1948 o después. Contrariamente a lo que ocurrió con
las demandas de compensación por parte de judíos que perdieron
sus hogares en países árabes después de 1948 --Irak está
en los primeros lugares de la lista-- las demandas palestinas bien podrían
ser aceptadas por Israel (porque sin duda, sería Washington el encargado
de pagar esa cuenta).
Y así fue. Mientras palestinos con bombas seguían atacando el
corazón de Israel, y mientras las tropas israelíes seguían
disparando contra los palestinos en los territorios ocupados, enjaulando a sus
habitantes en pequeños bantustanes, apresando al mismo Arafat, los árabes
ofrecieron a Israel seguridad y reconocimiento. Esto significaría el
fin de toda ocupación israelí --y seguramente, el fin de todos
los asentamientos judíos-- y el establecimiento de la soberanía
palestina en el este de Jerusalén. Es igualmente seguro que Sharon no
lo aceptará.
Pero al final --en unas décadas, quizá-- esto podría convertirse
en la solución. De no ser así, podría ser la posibilidad
de paz que israelíes y árabes volverán a mirar con arrepentimiento.
Después de todo ¿cuántas últimas oportunidades se le pueden
dar a Medio Oriente?
Traducción: Gabriela Fonseca
©The Independent